¡Cuántas
confidencias le hacía a su perra galga! Se las hubiera hecho a los troncos de su chimenea
y al péndulo de su reloj.
En el fondo
de su alma, sin embargo, esperaba un acontecimiento. Como los náufragos, paseaba
sobre la soledad de su vida sus ojos desesperados, buscando a lo lejos alguna vela blanca
en las brumas del horizonte. No sabía cuál sería su suerte, el viento que la llevaría
hasta ella, hacia qué orilla la conduciría, si sería chalupa o buque de tres
puentes, cargado de
angustias o lleno de felicidades hasta los topes. Pero cada mañana, al despertar,
lo esperaba para aquel día, y escuchaba todos los ruidos, se levantaba sobresaltada,
se extrañaba que no viniera; después, al ponerse el sol, más triste cada vez, deseaba
estar ya en el día siguiente.
Volvió la
primavera. Tuvo sofocaciones en los primeros calores, cuando florecieron los perales.
Desde el
principio de julio contó con los dedos cuántas semanas le faltaban para llegar al mes de octubre, pensando que el marqués d´Andervilliers tal vez daría otro baile en la Vaubyessard.
Pero todo septiembre pasó sin cartas ni visitas. Después del
fastidio de esta decepción, su corazón volvió a quedarse vacío, y entonces empezó de
nuevo la serie de las jornadas iguales. Y ahora iban a seguir una tras otra, siempre
idénticas, inacabables y sin aportar nada nuevo. Las otras existencias, por
monótonas
que fueran, tenían al menos la oportunidad de un acontecimiento. Una aventura
ocasionaba a veces peripecias hasta el infinito y cambiaba el decorado. Pero para ella
nada ocurría. ¡Dios lo había querido! El porvenir era un corredor todo negro, y que tenía en
el fondo su puerta bien cerrada.
Abandonó la
música. ¿Para qué tocar?, ¿quién la escucharía? Como nunca podría, con un traje de
terciopelo de manga corta, en un piano de Erard, en un concierto, tocando con sus dedos
ligeros las teclas de marfil, sentir como una brisa circular a su alrededor
como un murmullo
de éxtasis, no valía la pena aburrirse estudiando. Dejó en el armario las carpetas de
dibujo y el bordado. ¿Para qué? ¿Para qué? La costura le irritaba.
-Lo he leído
todo -se decía.
Y se quedaba
poniendo las tenazas al rojo en la chimenea o viendo caer la lluvia.