lunes, 20 de febrero de 2012

El cuento de Pitas Payas


Del que olvidó la muger te diré la fazaña
si vieres que es burla, dime otra tal mañana;
era don Pitas Pajas un pintor de Bretaña
casose con muger moça, pagábase de compaña.
Ante del mes complido dixo él: 'Nostra dona
'yo volo ir a Flandes, portaré muita dona.'
Ella diz': 'Monseñor, andar en ora bona
'non olvidedes vuestra casa, nin la mi persona.'
Dixo don Pitas Pajas: 'Dona de fermosura
'yo volo façer en vos una bona figura
'porque seades guardada de toda altra locura.'
Ella diz': 'Monseñor, façed vuestra mesura.'
Pintol' so el ombligo un pequeño cordero:
fuese don Pitas Pajas a ser novo mercadero,
tardó allá dos años, mucho fue tardinero,
façíasele a la dona un mes año entero.
Como era la moça nuevamente casada
avíe con su marido fecha poca morada,
tomó un entendedor et pobló la posada,
desfízose el cordero, que d'él non finca nada.
Cuando ella oyó que venía el pintor
mucho de priesa embió por el entendedor,
díxole que le pintase como podiese mexor
en aquel lugar mesmo un cordero menor.
Pintole con la gran priesa un eguado carnero
complido de cabeça con todo su apero,
luego en ese día vino el mensajero.
Que ya don Pitas Pajas de esto venía çertero.
Cuando fue el pintor de Frandes venido
fue de la su muger con desdén resçebido
desque en el palaçio con ella estido
la señal que l' feçiera non la echó en olvido.
Dixo don Pitas Pajas: 'Madona, si vos plaz'
'mostradme la figura e afán buen solaz!'
Diz' la muger: 'Monseñor, vos mesmo la catad,
'fey y ardidamente todo lo que vollaz.'
Cató don Pitas Pajas el sobre dicho lugar
et vido un grand carnero con armas de prestar.
'¿Cómo es esto, madona, o cómo pode estar
'que yo pinté corder, et trobo este manjar?'
Como en este fecho es siempre la muger
sotil e mal sabida, diz': '¿Cómo, monseñor,
'en dos años petid corder non se façed carner?
'Vos veniésedes templano et trobaríades corder.'
Por ende te castiga non dexes lo que pides,
non seas Pitas Pajas, para otro non errides,
con deçilres fermosos a la muger convides,
desque telo prometa, guarda non lo olvides.
Pedro levanta la liebre, et la mueve del covil
non la sigue nin la toma, façe como caçador vil,
otro Pedro que la sigue et la corre más sotil
tómala, esto aconteçe a cazadores mil.
Diz' la muger entre dientes: 'Otro Pedro es aqueste
'más garçón e más ardit que l' primero que ameste,
'el primero apost de éste non vale más que un feste,
'con aquéste, e por éste faré yo si Dios me preste.'
Otrosí quando vieres a quien usa con ella
quier sea suyo o non, fáblale por amor de ella
si podieres, da l'ayo non le ayas querella
ca estas cosas pueden a la muger traella.
Por poquilla cosa del tu aver que l' dieres
servirte a lealmente, fará lo que quisieres
fará por los dineros todo quanto pidieres
que mucho o poco, da l' cada que podieres.

Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, Libro de buen amor

martes, 14 de febrero de 2012

Baudelaire



El albatros

Por distraerse, a veces, suelen los marineros
Dar caza a los albatros, grandes aves del mar,
Que siguen, indolentes compañeros de viaje,
Al navío surcando los amargos abismos.

Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
Estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
Dejan penosamente arrastrando las alas,
Sus grandes alas blancas semejantes a remos.

Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
Aquél, mima cojeando al planeador inválido!

El Poeta es igual a este señor del nublo,
Que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
Sus alas de gigante le impiden caminar.


Correspondencias

La creación es un templo donde vivos pilares
hacen brotar a veces vagas voces oscuras;
por allí pasa el hombre a través de espesuras
de símbolos que observan con ojos familiares.

Como ecos prolongados que a lo lejos se ahogan
en una tenebrosa y profunda unidad,
inmensa cual la noche y cual la claridad,
perfumes y colores y sonidos dialogan.

Laten frescas fragancias como carnes de infantes,
verdes como praderas, dulces como el oboe,
y hay otras corrompidas, gloriosas y triunfantes,

de expansión infinita sus olores henchidos,
como el almizcle, el ámbar, el incienso, el aloe,
que los éxtasis cantan del alma y los sentidos.


Himno a la belleza

¿Vienes del cielo profundo o surges del abismo,
Oh, Belleza? Tu mirada infernal y divina,
Vuelca confusamente el beneficio y el crimen,
Y se puede, por eso, compararte con el vino.

Tú contienes en tu mirada el ocaso y la aurora;
Tú esparces perfumes como una tarde tempestuosa;
Tus besos son un filtro y tu boca un ánfora
Que tornan al héroe flojo y al niño valiente.

¿Surges tú del abismo negro o desciendes de los astros?
El Destino encantado sigue tus faldas como un perro;
Tú siembras al azar la alegría y los desastres,
Y gobiernas todo y no respondes de nada,

Tú marchas sobre muertos, Belleza, de los que te burlas;
De tus joyas el Horror no es lo menos encantador,
Y la Muerte, entre tus más caros dijes,
Sobre tu vientre orgulloso danza amorosamente.

El efímero deslumbrado marcha hacia ti, candela,
Crepita, arde y dice: ¡Bendigamos esta antorcha!
El enamorado, jadeante, inclinado sobre su bella
Tiene el aspecto de un moribundo acariciando su tumba.

Que procedas del cielo o del infierno, qué importa,
¡Oh, Belleza! ¡monstruo enorme, horroroso, ingenuo!
Si tu mirada, tu sonrisa, tu pie me abren la puerta
De un infinito que amo y jamás he conocido?

De Satán o de Dios ¿qué importa? Ángel o Sirena,
¿Qué importa si, tornas -hada con ojos de terciopelo,
Ritmo, perfume, fulgor ¡oh, mi única reina!-
El universo menos horrible y los instantes menos pesados?


Invitación al viaje

    Mi hermana, mi ser,
    sueña en el placer
de juntar las vidas en tierra distante;
    y en un lento amar,
    amando expirar
en aquel país a Ti semejante.
    Los húmedos soles
    de sus arreboles
mi alma conturban con el mismo encanto
    de tus agoreros
    ojos traicioneros
cuando resplandecen a través del llanto.

    Allá todo es rítmico, hermoso
    y sereno esplendor voluptuoso.

    Pulieron los años
    suntuosos escaños
que serán la muelle pompa de la estancia
    donde los olores
    de exóticas flores
vagan entre 'una ambarina fragancia.
    La rica techumbre,
    la ilímite lumbre
que dan los espejos con magia oriental,
    hablaran con voces
    de incógnitos goces
al alma en su dulce lenguaje natal.
    Allá todo es rítmico, hermoso
    y sereno esplendor voluptuoso.
    Mira en las orillas
    las dormidas quillas
de innúmera ruta, de sino errabundo:
    siervas de tu anhelo,
    su marino vuelo
tendieron de todos los puertos del mundo.
    Ponentinos lampos
    revisten los campos,
la senda, la orilla. Cárdeno capuz
    de oro y jacinto,
    por el orbe extinto
difunde la tarde su cálida luz.
    Allá todo es rítmico, hermoso
    y sereno esplendor voluptuoso.


A una transeúnte

La calle atronadora aullaba en torno mío.
Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina
Una dama pasó, que con gesto fastuoso
Recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos,

Agilísima y noble, con dos piernas marmóreas.
De súbito bebí, con crispación de loco.
Y en su mirada lívida, centro de mil tomados,
El placer que aniquila, la miel paralizante.

Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza
Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer.
¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás?

¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca!
Que no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta,
¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste!


El crepúsculo matutino

La diana resonaba en todos los cuarteles
Y apagaba las lámparas el viento matutino.

Era la hora en que enjambres de maléficos sueños
Ahogan en sus almohadas a los adolescentes;
Cuando tal palpitante y sangrienta pupila,
La lámpara en el día traza una mancha roja
Y el alma, bajo el peso del cuerpo adormilado,
Imita los combates del día y de la lámpara.
Como lloroso rostro que enjugase la brisa,
Llena el aire un temblor de cosas fugacísimas
Y se cansan los hombres de escribir y de amar.

Empiezan a humear acá y allá las casas,
Las hembras del placer, con el párpado lívido,
Reposan boquiabiertas con derrengado sueño;
Las pobres, arrastrando sus fríos y flacos senos,
Soplan en los tizones y soplan en sus dedos.
Es la hora en que, envueltas en la mugre y el frío,
Las parturientas sienten aumentar sus dolores;
Como un roto sollozo por la sangre que brota
El canto de los gallos desgarra el aire oscuro;
Baña los edificios un océano de niebla,
y los agonizantes, dentro, en los hospitales,
Lanzan su último aliento entre hipos desiguales.
Los libertinos vuelven, rotos por su labor.

La friolenta aurora en traje verde y rosa
Avanzaba despacio sobre el Sena desierto
Y el sombrío Paris, frotándose los ojos,
Empuñaba sus útiles, viejo trabajador.


La destrucción

A mi lado sin tregua el Demonio se agita;
En torno de mi flota como un aire impalpable;
Lo trago y noto cómo abrasa mis pulmones
De un deseo llenándolos culpable e infinito.

Toma, a veces, pues sabe de mi amor por el Arte,
De la más seductora mujer las apariencias,
y acudiendo a especiosos pretextos de adulón
Mis labios acostumbra a filtros depravados.

Lejos de la mirada de Dios así me lleva,
Jadeante y deshecho por la fatiga, al centro
De las hondas y solas planicies del Hastío,

Y arroja ante mis ojos, de confusión repletos,
Vestiduras manchadas y entreabiertas heridas,
¡Y el sangriento aparato que en la Destrucción vive!


El viaje

I
Para el niño, enamorado de mapas y estampas,
El universo es igual a su vasto apetito.
¡Ah! ¡Cuan grande es el mundo a la claridad de las lámparas!
¡Para las miradas del recuerdo, el mundo qué pequeño!

Una mañana zarpamos, la mente inflamada,
El corazón desbordante de rencor y de amargos deseos,
Y nos marchamos, siguiendo el ritmo de la onda
Meciendo nuestro infinito sobre el confín de los mares.

Algunos, dichosos al huir de una patria infame;
Otros, del horror de sus orígenes, y unos contados,
Astrólogos sumergidos en los ojos de una mujer,
La Circe tiránica de los peligrosos perfumes.

Para no convertirse en bestias, se embriagan
De espacio y de luz, y de cielos incendiados;
El hielo que los muerde, los soles que los broncean,
Borran lentamente la huella de los besos.

Pero los verdaderos viajeros son los únicos que parten
Por partir; corazones ligeros, semejantes a los globos,
De su fatalidad jamás ellos se apartan,
Y, sin saber por qué, dicen siempre: ¡Vamos!

¡Son aquellos cuyos deseos tienen forma de nubes,
Y que como el conscripto, sueñan con el cañón,
En intensas voluptuosidades, mutables, desconocidas,
Y de las que el espíritu humano jamás ha conocido el nombre!


II
Imitamos ¡horror! al trompo y la pelota
En su danza y sus saltos; hasta en nuestros sueños
La Curiosidad nos atormenta y nos envuelve,
Como un Ángel cruel que fustigará soles.

¡Singular fortuna en la que el final se desplaza,
Y no estando en parte alguna, puede hallarse por doquier!
¡Donde el Hombre, que jamás la esperanza abandona,
Para lograr el reposo corre siempre como un loco!

Nuestra alma es nave de tres palos buscando su Icaria;
Una voz resuena en el puente: "¡Atención!"
Una voz desde la cofa, ardiente y loca, clama:
"¡Amor... gloria... felicidad!" ¡Infierno! ¡Es un escollo!

Cada islote señalado por el vigía
Es un El dorado prometido por el Destino;
La imaginación, que acucia su orgía
No halla más que un arrecife al amanecer.

¡Oh, el infeliz enamorado de tierras quiméricas!
¿Habrá que engrillar y arrojar al mar,
A este marinero borracho, inventor de Américas
Para el cual el espejismo toma el remolino más amargo?

Como el viejo vagabundo, chapaleando en el lodo
Sueña, husmeando en el aire, brillantes paraísos;
Su mirada hechizada descubre una Capúa
En cuanto lugar la candela alumbra un tugurio.

Vanka

de Anton Chéjov


Vanka Chukov, un muchacho de nueve años, a quien habían colocado hacía tres meses en casa del zapatero Alojin para que aprendiese el oficio, no se acostó la noche de Navidad.
Cuando los amos y los oficiales se fueron, cerca de las doce, a la iglesia para asistir a la misa del Gallo, cogió del armario un frasco de tinta y un portaplumas con una pluma enrobinada, y, colocando ante él una hoja muy arrugada de papel, se dispuso a escribir.
Antes de empezar dirigió a la puerta una mirada en la que se pintaba el temor de ser sorprendido, miró el icono oscuro del rincón y exhaló un largo suspiro.
El papel se hallaba sobre un banco, ante el cual estaba él de rodillas.
«Querido abuelo Constantino Makarich -escribió-: Soy yo quien te escribe. Te felicito con motivo de las Navidades y le pido a Dios que te colme de venturas. No tengo papá ni mamá; sólo te tengo a ti...
Vanka miró a la oscura ventana, en cuyos cristales se reflejaba la bujía, y se imaginó a su abuelo Constantino Makarich, empleado a la sazón como guardia nocturno en casa de los señores Chivarev. Era un viejecito enjuto y vivo, siempre risueño y con ojos de bebedor. Tenía sesenta y cinco años. Durante el día dormía en la cocina o bromeaba con los cocineros, y por la noche se paseaba, envuelto en una amplia pelliza, en torno de la finca, y golpeaba de vez en cuando con un bastoncillo una pequeña plancha cuadrada, para dar fe de que no dormía y atemorizar a los ladrones. Lo acompañaban dos perros: Canelo y Serpiente. Este último se merecía su nombre: era largo de cuerpo y muy astuto, y siempre parecía ocultar malas intenciones; aunque miraba a todo el mundo con ojos acariciadores, no le inspiraba a nadie confianza. Se adivinaba, bajo aquella máscara de cariño, una perfidia jesuítica.
Le gustaba acercarse a la gente con suavidad, sin ser notado, y morderla en las pantorrillas. Con frecuencia robaba pollos de casa de los campesinos. Le pegaban grandes palizas; dos veces había estado a punto de morir ahorcado; pero siempre salía con vida de los más apurados trances y resucitaba cuando lo tenían ya por muerto.
En aquel momento, el abuelo de Vanka estaría, de fijo, a la puerta, y mirando las ventanas iluminadas de la iglesia, embromaría a los cocineros y a las criadas, frotándose las manos para calentarse. Riendo con risita senil les daría vaya a las mujeres.
-¿Quiere usted un polvito? -les preguntaría, acercándoles la tabaquera a la nariz.
Las mujeres estornudarían. El viejo, regocijadísimo, prorrumpiría en carcajadas y se apretaría con ambas manos los ijares.
Luego les ofrecería un polvito a los perros. El Canelo estornudaría, sacudiría la cabeza, y, con el gesto huraño de un señor ofendido en su dignidad, se marcharía. El Serpiente, hipócrita, ocultando siempre sus verdaderos sentimientos, no estornudaría y menearía el rabo.
El tiempo sería soberbio. Habría una gran calma en la atmósfera, límpida y fresca. A pesar de la oscuridad de la noche, se vería toda la aldea con sus tejados blancos, el humo de las chimeneas, los árboles plateados por la escarcha, los montones de nieve. En el cielo, miles de estrellas parecerían hacerle alegres guiños a la Tierra. La Vía Láctea se distinguiría muy bien, como si, con motivo de la fiesta, la hubieran lavado y frotado con nieve...
Vanka, imaginándose todo esto, suspiraba.
Tomó de nuevo la pluma y continuó escribiendo:
«Ayer me pegaron. El maestro me cogió por los pelos y me dio unos cuantos correazos por haberme dormido arrullando a su nene. El otro día la maestra me mandó destripar una sardina, y yo, en vez de empezar por la cabeza, empecé por la cola; entonces la maestra cogió la sardina y me dio en la cara con ella. Los otros aprendices, como son mayores que yo, me mortifican, me mandan por vodka a la taberna y me hacen robarle pepinos a la maestra, que, cuando se entera, me sacude el polvo. Casi siempre tengo hambre. Por la mañana me dan un mendrugo de pan; para comer, unas gachas de alforfón; para cenar, otro mendrugo de pan. Nunca me dan otra cosa, ni siquiera una taza de té. Duermo en el portal y paso mucho frío; además, tengo que arrullar al nene, que no me deja dormir con sus gritos... Abuelito: sé bueno, sácame de aquí, que no puedo soportar esta vida. Te saludo con mucho respeto y te prometo pedirle siempre a Dios por ti. Si no me sacas de aquí me moriré.»
Vanka hizo un puchero, se frotó los ojos con el puño y no pudo reprimir un sollozo.
«Te seré todo lo útil que pueda -continuó momentos después-. Rogaré por ti, y si no estás contento conmigo puedes pegarme todo lo que quieras. Buscaré trabajo, guardaré el rebaño. Abuelito: te ruego que me saques de aquí si no quieres que me muera. Yo escaparía y me iría a la aldea contigo; pero no tengo botas, y hace demasiado frío para ir descalzo. Cuando sea mayor te mantendré con mi trabajo y no permitiré que nadie te ofenda. Y cuando te mueras, le rogaré a Dios por el descanso de tu alma, como le ruego ahora por el alma de mi madre.
«Moscú es una ciudad muy grande. Hay muchos palacios, muchos caballos, pero ni una oveja. También hay perros, pero no son como los de la aldea: no muerden y casi no ladran. He visto en una tienda una caña de pescar con un anzuelo tan hermoso que se podrían pescar con ella los peces más grandes. Se venden también en las tiendas escopetas de primer orden, como la de tu señor. Deben costar muy caras, lo menos cien rublos cada una. En las carnicerías venden perdices, liebres, conejos, y no se sabe dónde los cazan.
«Abuelito: cuando enciendan en casa de los señores el árbol de Navidad, coge para mí una nuez dorada y escóndela bien. Luego, cuando yo vaya, me la darás. Pídesela a la señorita Olga Ignatievna; dile que es para Vanka. Verás cómo te la da.»
Vanka suspira otra vez y se queda mirando a la ventana. Recuerda que todos los años, en vísperas de la fiesta, cuando había que buscar un árbol de Navidad para los señores, iba él al bosque con su abuelo. ¡Dios mío, qué encanto! El frío le ponía rojas las mejillas; pero a él no le importaba. El abuelo, antes de derribar el árbol escogido, encendía la pipa y decía algunas chirigotas acerca de la nariz helada de Vanka. Jóvenes abetos, cubiertos de escarcha, parecían, en su inmovilidad, esperar el hachazo que sobre uno de ellos debía descargar la mano del abuelo. De pronto, saltando por encima de los montones de nieve, aparecía una liebre en precipitada carrera. El abuelo, al verla, daba muestras de gran agitación y, agachándose, gritaba:
-¡Cógela, cógela! ¡Ah, diablo!
Luego el abuelo derribaba un abeto, y entre los dos lo trasladaban a la casa señorial. Allí, el árbol era preparado para la fiesta. La señorita Olga Ignatievna ponía mayor entusiasmo que nadie en este trabajo. Vanka la quería mucho. Cuando aún vivía su madre y servía en casa de los señores, Olga Ignatievna le daba bombones y le enseñaba a leer, a escribir, a contar de uno a ciento y hasta a bailar. Pero, muerta su madre, el huérfano Vanka pasó a formar parte de la servidumbre culinaria, con su abuelo, y luego fue enviado a Moscú, a casa del zapatero Alajin, para que aprendiese el oficio...
«¡Ven, abuelito, ven! -continuó escribiendo, tras una corta reflexión, el muchacho-. En nombre de Nuestro Señor te suplico que me saques de aquí. Ten piedad del pobrecito huérfano. Todo el mundo me pega, se burla de mí, me insulta. Y, además, siempre tengo hambre. Y, además, me aburro atrozmente y no hago más que llorar. Anteayer, el ama me dio un pescozón tan fuerte que me caí y estuve un rato sin poder levantarme. Esto no es vivir; los perros viven mejor que yo... Recuerdos a la cocinera Alena, al cochero Egorka y a todos nuestros amigos de la aldea. Mi acordeón guárdalo bien y no se lo dejes a nadie. Sin más, sabes que te quiere tu nieto

                                         VANKA CHUKOV

Ven en seguida, abuelito.»
Vanka plegó en cuatro dobleces la hoja de papel y la metió en un sobre que había comprado el día anterior. Luego, meditó un poco y escribió en el sobre la siguiente dirección:
«En la aldea, a mi abuelo.»
Tras una nueva meditación, añadió:
«Constantino Makarich.»
Congratulándose de haber escrito la carta sin que nadie lo estorbase, se puso la gorra, y, sin otro abrigo, corrió a la calle.
El dependiente de la carnicería, a quien aquella tarde le había preguntado, le había dicho que las cartas debían echarse a los buzones, de donde las recogían para llevarlas en troika a través del mundo entero.
Vanka echó su preciosa epístola en el buzón más próximo...
Una hora después dormía, mecido por dulces esperanzas.
Vio en sueños la cálida estufa aldeana. Sentado en ella, su abuelo les leía a las cocineras la carta de Vanka. El perro Serpiente se paseaba en torno de la estufa y meneaba el rabo...

Yo, maestro Gonzalo


1
Amigos e vasallos          de Dios omnipotent,
si vos me escuchásedes          por vuestro consiment,
querríavos contar          un buen aveniment:
terrédeslo en cabo          por bueno verament.
2
Yo maestro Gonzalvo          de Berceo nomnado,
yendo en romería          caecí en un prado,
verde e bien sencido,          de flores bien poblado,
logar cobdiciaduero          pora homne cansado.
3
Daban olor sovejo          las flores bien olientes,
refrescaban en homne          las caras e las mientes;
manaban cada canto          fuentes claras corrientes,
en verano bien frías,          en ivierno calientes.
4
Habién y grand abondo          de buenas arboledas,
milgranos e figueras,          peros e mazanedas,
e muchas otras fructas          de diversas monedas,
mas non habié ningunas          podridas ni acedas.
5
La verdura del prado,          la olor de las flores,
las sombras de los árbores          de temprados sabores,
resfrescáronme todo          e perdí los sudores:
podrié vevir el homne          con aquellos olores.
6
Nunca trobé en sieglo          logar tan deleitoso,
nin sombra tan temprada          ni olor tan sabroso;
descargué mi ropiella          por yacer más vicioso,
poséme a la sombra          de un árbor fermoso.
7
Yaciendo a la sombra          perdí todos cuidados,
odí sonos de aves,          dulces e modulados:
nunca udieron homnes          órganos más temprados,
nin que formar pudiesen          sones más acordados.
8
Unas tenién la quinta,          e las otras doblaban;
otras tenién el punto,          errar no las dejaban;
al posar e al mover,          todas se esperaban,
aves torpes nin roncas          y non se acostaban.
9
Non serié organista          nin serié vïolero,
nin giga, nin salterio          nin mano de rotero,
nin estrument nin lengua          nin tan claro vocero
cuyo canto valiese          con esto un dinero.
10
Peroque vos disiemos          todas estas bondades,
non contamos la diezmas,          esto bien lo creades:
que habié de noblezas          tantas diversidades
que no las contarien          priores ni abades.
11
El prado que vos digo          habié otra bondat:
por calor nin por frío          non perdié su beltat,
siempre estaba verde          en su entegredat,
non perdrie la verdura          por nulla tempestat.
12
Manamano que fui          en tierra acostado,
de todo el lacerio          fui luego folgado;
oblidé toda cuita          el lacerio pasado:
¡Qui allí se morase          serié bienventurado!
13
Los homnes e las aves,          cuantos acaecién,
levaban de las flores          cuantas levar querién,
mas mengua en el prado          niguna non facién:
por una que levaban          tres e cuatro nacién.
14
Semeja esti prado          egual de Paraíso,
en qui Dios tan grand gracia,          tan grand bendición miso;
el que crió tal cosa          maestro fue anviso:
homne que y morase          nunca perdrié el viso.
15
El fructo de los árbores          era dulz e sabrido;
si don Adám hobiese          de tal fructo comido,
de tan mala manera          non serié decibido,
nin tomarién tal daño          Eva ni so marido.
16
Señores e amigos,          lo que dicho habemos
palabra es oscura,          esponerla queremos;
tolgamos la corteza,          al meollo entremos,
prendamos lo de dentro,          lo de fuera desemos.
17
Todos cuantos vevimos,          que en piedes andamos,
siquiere en preson          o en lecho yagamos,
todos somos romeos          que camino andamos,
San Peidro lo diz esto,          por él vos lo probamos.
18
Cuanto aquí vivimos          en ajeno moramos;
la ficanza durable          suso la esperamos;
la nuestra romería          estonz la acabamos,
cuando a Paraíso          las almas envïamos.
19
En esta romería          habemos un buen prado
en qui trova repaire          tot romeo cansado:
la Virgin Glorïosa,          madre del buen Criado,
del cual otro ninguno          egual non fue trobado.
20
Esti prado fue siempre          verde en honestat,
ca nunca hobo mácula          la su virginidat,
post partum et in partu          fue virgin de verdat,
ilesa, incorrupta          en su entegredat.
21
Las cuatro fuentes claras          que del prado manaban
los cuatro evangelios,          eso significaban,
ca los evangelistas          cuatro que los dictaban,
cuando los escribién,          con ella se fablaban.
22
Cuanto escribién ellos,          ella lo emendaba,
eso era bien firme          lo que ella laudaba;
parece que el riego          todo d'ella manaba
cuando a menos d'ella          nada non se guiaba.
23
La sombra de los árbores,          buena, dulz e sanía,
en qui ave repaire          toda la romería,
sí son las oraciones          que faz Santa María,
que por los pecadores          ruega noche e día.
24
Cuantos que son en mundo,          justos e pecadores,
coronados e legos,          reis e emperadores,
allí corremos todos,          vasallos e señores,
todos a la su sombra          imos coger las flores.
25
Los árbores que facen          sombra dulz e donosa
son los santos miraclos          que faz la Glorïosa,
ca son mucho más dulces          que azúcar sabrosa,
la que dan al enfermo          en la cuita rabiosa.
26
Las aves que organan          entre esos fructales,
que han las dulces voces,          dicen cantos leales,
estos son Agustino,          Gregorio, otros tales,
cuanto que escribieron          los sos fechos reales.
27
Estos habién con ella          amor e atenencia,
en laudar los sos fechos          metién toda femencia;
todos fablaban d'ella,          cascuno su sentencia,
pero tenién por todo          todos una creencia.
28
El roseñor que canta          por fin maestría,
siquiere la calandria          que faz grand melodía,
mucho cantó mejor          el barón Isaía
e los otros profetas,          honrada compañía.
29
Cantaron los apóstolos          muedo muy natural,
confesores e mártires          facien bien otro tal;
las vírgines siguieron          la gran Madre caudal,
cantan delante d'ella          canto bien festival.
30
Por todas las eglesias,          esto es cada día,
cantan laudes ant ella          toda la clerecía:
todos li facen cort          a la Virgo María;
estos son roseñoles          de grand lacentería.
31
Tornemos ennas flores          que componen el prado,
que lo facen fermoso,          apuesto e temprado;
las flores son los nomnes          que li da el dictado
a la Virgo María,          madre del buen Criado.
32
La benedicta Virgen          es estrella clamada,
estrella de los mares,          guïona deseada,
es de los marineros          en las cuitas guardada,
ca cuando ésa veden          es la nave guiada.
33
Es clamada, y éslo          de los cielos, reina,
tiemplo de Jesu Cristo,          estrella matutina,
señora natural,          pïadosa vecina,
de cuerpos e de almas          salud e medicina.
34
Ella es vellocino          que fue de Gedeón,
en qui vino la pluvia,          una grand visïón;
ella es dicha fonda          de David el varón
con la cual confondió          al gigant tan felón.
35
Ella es dicha fuent          de qui todos bebemos,
ella nos dio el cebo          de qui todos comemos;
ella es dicha puerto          a qui todos corremos,
e puerta por la cual          entrada atendemos.
36
Ella es dicha puerta          en sí bien encerrada,
pora nos es abierta          pora darnos la entrada;
ella es la palomba          de fiel bien esmerada,
en qui non cae ira,          siempre está pagada.
37
Ella con grand derecho          es clamada Sïón,
ca es nuestra talaya,          nuestra defensïón:
ella es dicha trono          del reï Salomón,
reï de grand justicia,          sabio por mirazón.
38
Non es nomne ninguno          que bien derecho avenga
que en alguna guisa          a ella non avenga;
non ha tal que raíz          en ella no la tenga,
nin Sancho nin Domingo,          nin Sancha nin Domenga.
39
Es dicha vid, es uva,          almendra, malgranada,
que de granos de gracia          está toda calcada,
oliva, cedro, bálsamo,          palma bien ajumada,
piértega en que sovo          la serpiente alzada.
40
El fust que Moïsés          enna mano portaba
que confondió los sabios          que Faraón preciaba,
el que abrió los mares          e depués los cerraba,
si non a la Gloriosa          ál non significaba.
41
Si metiéremos mientes          en el otro bastón
que partió la contienda          que fue por Aarón,
ál non significaba,          como diz la lectión,
si non a la Gloriosa,          esto bien con razón.
42
Señores e amigos,          en vano contendemos,
entramos en grand pozo,          fondo no'l trovaremos;
más serién los sus nomnes          que nos d'ella leemos
que las flores del campo,          del más grand que sabemos.
43
Desuso lo disiemos          que eran los fructales
en qui facién las aves          los cantos generales
los sus sanctos miraclos,          grandes e principales,
los cuales organamos          ennas fiestas caubdales.
44
Quiero dejar con tanto          las aves cantadores,
las sombras e las aguas,          las devantdichas flores;
quiero d'estos fructales          tan plenos de dulzores
fer unos pocos viesos,          amigos e señores.
45
Quiero en estos árbores          un ratiello sobir
e de los sos miraclos          algunos escribir;
la Gloriosa me guíe          que lo pueda complir,
ca yo non me trevría          en ello a venir.
46
Terrélo por miráculo          que lo faz la Gloriosa
si guiarme quisiere          a mí en esta cosa;
Madre, plena de gracia,          reina poderosa,
tú me guía en ello,          ca eres pïadosa.