martes, 11 de diciembre de 2012

Azul


Rubén Darío
ACUARELA

     Primavera. Ya las azucenas floridas y llenas de miel han abierto sus cálices pálidos bajo el oro del sol. Ya los gorriones tornasolados, esos amantes acariciadores, adulan a las rosas frescas, esas opulentas y purpuradas emperatrices; ya el jasmín, flor sencilla, tachona los tupidos ramajes, como una blanca estrella sobre un cielo verde. Ya las damas elegantes visten sus trajes claros, dando al olvido las pieles y los abrigos invernales. Y mientras el sol se pone, sonrosando las nieves con una claridad suave, junto a los árboles de la Alameda que lucen sus cumbres resplandecientes en un polvo de luz, su esbeltez solemne y sus hojas nuevas, bulle un enjambre ajeno a ruido de música, de cuchicheos vagos y de palabras fugaces.
     He aquí el cuadro. En primer término está la negrura de los coches que explende y quiebra los últimos reflejos solares, los caballosorgullosos con el brillo de sus arneces, y con sus cuellos estirados e inmóviles de brutos heráldicos; los cocheros taciturnos, en su quietud de indiferentes, luciendo sobre las largas libreas los botones metálicos flamantes; y en el fondo de los carruajes, reclinadas como odaliscas, erguidas como reinas, las mujeres rubias de los ojos soñadores, las que tienen cabelleras negras y rostros pálidos, las rosadas adolescentes que ríen con alegría de pájaro primaveral, bellezas lánguidas, hermosuras audaces, castos lirios albos y tentaciones ardientes.
     En esa portezuela está un rostro apareciendo de modo que semeja el de un querubín, por aquélla ha salido una mano enguantada que se dijera de niño, y es de morena tal que llama los corazones, más allá se alcanza a ver un pie de Cenicienta con un zapatito oscuro y media lila, y acullá, gentil con sus gestos de diosa, bella con su color de marfil amapolado, su cuello real y la corona de su cabellera, está la Venus de Milo, no manca, sino con dos brazos, gruesos como los muslos de un querubín de Murillo, y vestida a la última moda de París, con ricas telas de Prá.
     Más allá está el oleaje de los que van y vienen: parejas de enamorados, hermanos y hermanas, grupos de caballeritos irreprochables; todo en la confusión de los rostros, de las miradas, de los colorines, de los vestidos, de las capotas: resaltando a veces en el fondo negro y aceitoso de los elegantes dumas, una cara blanca de mujer, un sombrero de paja adornado de colibríes, de cintas o de plumas, y el inflado globo rojo, de goma, que pendiente de un hilo lleva un niño risueño, de medias azules, zapatos charolados y holgado cuello a la marinera.
     En el fondo, los palacios elevan al azul la soberbia de sus fachadas, en las que los álamos erguidos rayan columnas hojosas entre el abejeo trémulo y desfalleciente de la tarde fugitiva.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Poema de Fernán González



Elogio de España


Por eso vos los digo    que bien lo entendades:
mejor es que otras tierras    en la que voz morades,
de todo es bien conplida    en la que vos estades,
dezir vos e agora    quantas ha de bondades.

Tierra es muy temprada    sin grandes calenturas,
no fazen en ivierno    destempladas friuras;
no es tierra en el mundo    que aya tales pasturas,
arboles pora fruta    siquier de mil naturas.

Sobre todas las tierras    mejor es la montaña,
de vacas e ovejas    non ha tierra tamaña,
tanto ha de puercos    que es fiera fazaña,
sirven se muchas tierras    de las cosas d'España.

Es de lino e de lana    tierra mucho abastada,
de çera sobre todas    buenta tierra provada,
non seria d'azeite    en mundo tal fallada,
Inglatierra nin Francia    d'esto es abondada.

Buena tierra de caça    e buena de venados,
de rio e de mar    muchos buenos pescados,
quien los quiere rezientes, quien los quiere salados,
son d'estas cosas tales    pueblos muy abastados.

De panes e de vinos    tierra muy comunal,
non fallarien en mundo    otra mejor nin tal,
muchas de buenas fuentes,    mucho rio cabdal,
otras muchas mineras    de que fazen la sal.

Ha y venas de oro,    son de mejor barata,
muchas de buenas venas    de fierro e de plata;
ha en sierras e valles    mucha de buena mata,
todas llenas de grana    proa fer escarlata.

Por lo que ella mas val    aun non lo dixemos:
es mucho mejor tierra    de las que nunca viemos,
de los buenoc caveros     aun mençión non fiziemos,
nunca tales caveros     en el mundo non viemos.

Dexar vos quiero d'esto,    assaz vos he contado,
non quiero mas dezir,    que podrie ser errado,
pero no olvidemos    al apostol honrado,
fijo de Zebedeo,    Santiago llamado.

Fuerte mient quiso Dios    a España honrar,
quando al santo apostol    quiso y enbiar;
d'Inglatierra e Françia    quiso la mejorar,
sabet, non yaz apostol    en todo aquel logar.

Onro le otra guisa    el preçioso Señor,
fueron y muchos santos    muertos por el su amor,
de morir a cochillo    non ovieron temor,
muchas virgenes santas,    mucho buen confessor.

Commo ella es mejor    de las sus vezindades,
assi sodes mejores    los que España morades,
omens sodes sesudos,    mesura heredades,
d'esto por todo el mundo    muy grand preçio ganades.



Libro de Apolonio



En Antioquía, el rey Antioco vive incestuosamente con su hija. Para no perderla propone una fácil adivinanza a los que la pretenden; si no la resuelven serán decapitados. Apolonio, rey de Tiro, se ha enamorado de ella por las noticias que circulaban de su extrema belleza; llega a Antioquía y de solución al enigma, que alude precisamente al pecado de Antioco, aunque éste lo niegue y le dé treinta días de plazo para resolverlo. Vuelve Apolonio a Tiro, pero, apesadumbrado por su fracaso, marcha a correr aventuras.
               Llega con sus acompañantes a Tarso; entre tanto Antioco trama contra él asechanzas. De ellas se entera por Elánico, pero sigue en la ciudad hasta que su amigo Estrángilo le aconseja, por su propio bien y por el de Tarso, que huya a Pentápolis. Primera tempestad y naufragio. Solo se salva Apolonio.
               Un pescador de Pentápolis, a quien relata sus cuitas, comparte con él mesa y vestido y le señala el camino de la ciudad. En una interesante escena del juego de la pelota Apolonio muestra su destreza y es invitado, por ello, a comer en el palacio del rey Architrastres. Nuevo pasaje célebre en que Luciana, la hija del rey, toca la vihuela, y, después, lo hace Apolonio. Comienza el delicioso enamoramiento de Luciana hacia el náufrago vihuelista, logrando de su padre que le nombre su maestro de música. El enamoramiento culmina con las bodas de Luciana y Apolonio. Cuando Luciana está preñada de siete meses llega una nave de Tiro y se enteran de la trágica muerte de Antioco y su hija, y de que en Antioquía esperan a Apolonio, que resolvió el enigma, como nuevo rey. Embarca con su esposa, a quien acompaña su aya Licórides, camino de Antioquía. En la nave tiene lugar el parto de Luciana: una niña, Tarsiana. A la madre la creen muerta y, como es de mal agüero llevar un cadáver a bordo, es arrojada al mar en un rico ataúd.
               El relato continúa con la historia de Luciana. El ataúd llega a Éfeso donde un médico joven y sabio la devuelve a la vida. Queda Luciana como abadesa de un monasterio consagrado a Diana.
               Retoma el poeta las andanzas del rey de Tiro, que desembarca, desesperado de tristeza, en Tarso. Acude a casa de Estrángilo, donde deja a su hija, con el aya Licórides, mientras él, jurando no cortarse el pelo ni las uñas hasta procurar un buen matrimonio a su hija, se embarca entristecido hacia Egipto. Estrángilo y su mujer Dionisa dan una esmerada educación a Tarsiana, pero no le confiesan de quién es hija; lo hace Licórides en trance de muerte. La belleza de Tarsiana ciega de envidia a Dionisa, que acaba por contratar a Teófilo para que le dé muerte cuando por la mañana acuda, como suele, al sepulcro de su aya. En ese preciso momento aparecen unos ladrones en una galera, piratas por lo tanto, que hacen huir a Teófilo y raptan a Tarsiana; sin embargo, Teófilo dice a Dionisa que ha llevado a cabo su encargo.
               Los ladrones llegan a Mitilene y allí sacan a Tarsiana a subasta. El príncipe de la ciudad, Antinágoras, puja por ella, pero acaba llevándosela un rufián que pone su virginidad a precio. El primero en acudir es Antinágoras, y Tarsiana, con sus ruegos, consigue que el príncipe la respete. Lo mismo sucede con cuantos allí acudieron. La niña, además, logra convencer al leno de que conseguiría más dinero para él si la dejara salir al mercado a tocar la vihuela. Comienza aquí otro de los episodios más célebres del libro: Tarsiana juglaresa.
               La narración vuelve a Apolonio. Pasados todos estos años torna de Egipto, en busca de su hija, a Tarso, y el matrimonio le informa de su muerte. Acude a su presunto sepulcro, pero no puede verter una lágrima por lo que intuye que Tarsiana no yace allí. Se embarca con intención de ir a Tiro y una nueva tempestad los desvía a Mitilene.
               Es tanta la desesperación de Apolonio que prohíbe a sus hombres que le hablen: yace recostado en el fondo de la nave, surta en Mitilene. Antinágoras pasa por allí, ve la nave y se empeña en conocer a Apolonio, sin lograr consolarlo. Se le ocurre entonces enviar por Tarsiana para que lo alegre. Ya tenemos juntos a padre e hija, pero no se conocen. Tarsiana, una y otra vez, acude a todos sus recursos para consolar al que ignora que es su padre; en su frustración acaba echándole los brazos al cuello a lo que responde Apolonio abofeteándola; llora la niña y en sus quejas relata su historia. Primera anagnórisis: reconocimiento de padre e hija y explosión de alegría del padre. Antinágoras pide la mano de Tarsiana y la obtiene. Gran contento en Mitilene, donde levantan una estatua a Apolonio con su hija y condenan a muerte al rufián.
               Camino de Tiro el padre y los esposos, una aparición le aconseja a Apolonio dirigirse a Éfeso, al templo de Diana. El rey de Tiro cumple todo lo que la visión le ordena y se produce el segundo reconocimiento: Apolonio y su mujer Luciana. Todos se dirigen a Tarso.
               Alegría en Tarso. Castigo de Estrángilo y Dionisa, mientras que es indultado Teófilo. Por fin marcha Apolonio a Antioquía a hacerse cargo del imperio, que cede a su yerno Antinágoras. Todos visitan Pentápolis, donde Luciana tiene un nuevo hijo, ahora varón. El fin del relato se apresura, muere el rey Architrastres y su yerno Apolonio hereda el reino, aunque acabará dejándolo a su hijo, pequeño pero bien aconsejado. No se olvida de premiar al pescador que le atendió cuando llegó desvalido. Arreglados todos los asuntos que le conciernen, Apolonio regresa a su tierra natal con su mujer Luciana, y allí vive feliz hasta su muerte. Reflexiones finales sobre la caducidad de lo mundano.

(Resumen de Carmen Monedero)

lunes, 26 de noviembre de 2012

Afrenta de Corpes


Entrados son los ifantes al robredo de Corpes,
Los montes son altos, las ramas pujan con las nubes,
Y las bestias fieras, que andan aderredor.
Fallaron un vergel con una limpia fuente;
Mandan fincar la tienda ifantes de Carrion,
Con quantos que ellos traen hy yazen esa noche,
Con sus mugieres en braços de muestranles amor.
¡Mal se lo cumplieron, quando salie el sol!
Mandaron cargar las azemilas con grandes haberes,
Cogida han la tienda do albergaron de noche,
Adelante eran idos los de criazon,
Asi lo mandaron los ifantes de Carrion,
Que no hy fincase ninguno, mugier ni varon,
Sino amas sus mugieres doña Elvira y doña Sol:
Deportarse quieren con ellas a todo su sabor.
Todos eran idos, ellos quatro solos son;
Tanto mal comidieron los ifantes de Carrion.
Bien lo creades, doña Elvira y doña Sol,
Aqui seredes escarnidas en estos fieros montes.
Hoy nos partiremos y dexadas seredes de nos.
No habredes parte en tierras de Carrion,
Iran aquestos mandados al Çid Campeador;
Nos vengaremos: ¡aquesta por la del leon!
Alli les tuellen los mantos y los pelliçones,
Paranlas en cuerpos y en camisas y en çiclatones;
Espuelas tienen calçadas los malos traidores,
En mano prenden las çinchas fuertes y duradores.
Quando esto vieron las dueñas, fablaba doña Sol.
¡Por Dios vos rogamos, don Diego y don Fernando!
Dos espadas tenedes fuertes y tajadores,
A la una dizen Colada y al otra Tizon;
Cortadnos las cabeças, martires seremos nos,
Moros y cristianos departiran d’esta razon,
Que por lo que nos mereçemos no lo prendemos nos;
Atan malos ensiemplos no fagades sobre nos;
Si nos fueremos majadas, abiltaredes a vos,
Retraer vos lo han en vistas o en cortes.
Lo que ruegan las dueñas no les ha ningun pro.
Esora les compieçan a dar los ifantes de Carrion,
Con las çinchas corredizas majanlas tan sin sabor,
Con las espuelas agudas, donde ellas han mal sabor;
Rompien las camisas y las carnes a ellas amas a dos.
Limpia salie la sangre sobre los çiclatones,
Ya lo sienten ellas en los sus coraçones,
¡Qual ventura serie esta, si ploguiese al Criador
Que asomase esora el Çid Campeador!
Tanto las majaron que sin cosimente son,
Sangrientas en las camisas y todos los çiclatones.
Cansados son de ferir ellos amos a dos,
Ensayandose amos qual dara los mejores colpes.
Ya no pueden fablar doña Elvira y doña Sol,
Por muertas las dexaron en el robredro de Corpes.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Argumento del Cantar de Mío Cid


CANTAR PRIMERO
1-14 El texto conservado comienza con un pasaje cuya cuidada composición e innegable eficacia emotiva han hecho pensar a algunos autores que se trataba del auténtico inicio del Cantar y que la hoja perdida estaba en blanco (aunque esto es muy improbable). El Cid se aleja de Vivar camino de Burgos y, antes de decidirse por completo a partir, contempla entristecido la casa que abandona en total desolación, enumerando los objetos de los que queda vacía, lo que acentúa el dolor de la partida y atrae sobre el héroe la simpatía del público. Después, pasando de la contemplación a la acción, el Campeador y los suyos se apresuran en dirección a Burgos, y en el trayecto observan los augurios contrapuestos de las cornejas. Es el momento sin retorno de su marcha hacia el destierro.
15-64 El mal augurio de los versos anteriores se cumple en Burgos, cuyos habitantes, pese al afecto que sienten por el Cid, no son capaces de contravenir el mandato real que les prohíbe hospedar o vender alimentos al desterrado. Se narra primeramente la llegada del Cid a Burgos, con la llorosa acogida y buenos deseos de sus ciudadanos. En contraste con este recibimiento, se refieren a continuación la prohibición del rey Alfonso, que había llegado la noche anterior, y la tensa escena en la que el Cid y sus tropas están a punto de entrar por la fuerza en su posada. La violencia sólo es interrumpida por la aparición de la niña de nueve años, que informa al Cid de la disposición real. Conocida ésta, el Campeador decide acampar a la orilla del río, pasando la noche fuera de la ciudad, como un marginado.
65-233 El Cid, acampado a orillas del río, recibe la ayuda de un vasallo suyo burgalés, Martín Antolínez, quien le provee de alimentos. Sin embargo, esto no basta para cubrir las necesidades del Campeador, que ha de dejar dinero a su familia y pagar a sus hombres. Por ello, el Cid se ve obligado a recurrir a un ardid: llenar unas pesadas arcas de arena y empeñárselas a dos prestamistas burgaleses, Raquel y Vidas, haciéndoles creer que están llenas de riquezas y que le resulta peligroso llevarlas consigo. Martín Antolínez pondrá en práctica el engaño con gran habilidad, consiguiendo seiscientos marcos para el Cid y treinta para sí mismo, en concepto de comisión. Después, Martín Antolínez regresa a Burgos, para dejar arreglados sus asuntos, y el Campeador, tras encomendarse a la protección de la Virgen, parte hacia San Pedro de Cardeña, donde se reunirá con su familia.
235-411 El Cid y sus hombres llegan a Cardeña, donde son muy bien recibidos por el abad, a quien el Campeador da instrucciones sobre el cuidado de su familia, que quedará acogida al monasterio durante el destierro. Después se reúnen el Cid, su esposa y sus hijas, en una escena marcada por el dolor de la separación y la incertidumbre de su futuro. Sin embargo, no todo es motivo de tristeza, pues el Cid recibe la adhesión de nuevos caballeros, que vienen conducidos por Martín Antolínez. Como el plazo vence muy pronto, se prepara la partida, ante la cual doña Jimena ruega a Dios por su marido. La despedida es descrita en términos de un enorme dolor, que provoca el único y momentáneo desfallecimiento del Cid en el Cantar. En la marcha hacia al destierro se le unen al Campeador nuevos hombres. Cuando llegan a la frontera, en su última noche en Castilla, el Cid recibe la respuesta a sus oraciones y las de su esposa en forma de una visión, en la que el arcángel Gabriel le profetiza un futuro mejor.
412-546 El Cid y sus hombres cruzan la frontera de Castilla con los territorios musulmanes y comienzan lo que será su actividad durante la primera parte del destierro: la obtención de botín de guerra y el cobro de tributos (parias) a los musulmanes. La primera campaña del Campeador tiene lugar en el valle del Henares, mediante una doble acción: la toma de Castejón por parte del Cid y la expedición de saqueo (algara) Henares abajo, capitaneada por Álvar Fáñez. Ambos ataques ocurren de modo simultáneo, pero se narran sucesivamente. Al regresar las tropas expedicionarias, se reúne todo el botín y se distribuye según las leyes de la época. Por último, temiendo que el rey Alfonso acuda en ayuda de este territorio, que está bajo su protectorado, el Cid abandona Castejón en dirección noreste.
547-624 Continuando con su actividad guerrera, el Cid realiza la campaña del Jalón. Tras descender por el valle de este río, saqueándolo, se establece en un fuerte campamento para dominar la zona. Después de obtener el pago de tributos por parte de las principales localidades del valle, el Cid, valiéndose de una huida fingida, ocupa el castillo de Alcocer, que es presentado en el Cantar como un enclave esencial para dominar la comarca. Además, esta conquista le proporciona un rico botín.
625-861 La conquista de Alcocer, clave estratégica de la zona, según el Cantar, provoca el temor en las localidades musulmanas circundantes, que piden ayuda al rey Tamín de Valencia. Éste, viendo una seria amenaza en el Cid, envía a dos de sus generales, Fáriz y Galve, al frente de tres mil hombres, a recuperar la plaza. El ejército musulmán, incrementado por tropas de la frontera, pone cerco al Cid y a sus hombres en Alcocer. El asedio se prolonga durante tres semanas, al cabo de las cuales el Cid, con el consejo de Álvar Fáñez (que suele actuar de estratega del Campeador), decide atacar por sorpresa al amanecer a los sitiadores. Se produce así la primera lid campal del Cantar, que comienza con la carga en solitario de Pero Vermúez, que atrae tras sí a la mesnada del Campeador. La batalla, pese a algunas dificultades ocasionales, como las sufridas por Álvar Fáñez, es vencida por los hombres del Cid, que obtienen un gran botín, aunque no se consigue dar muerte a Fáriz ni a Galve. Gracias a las riquezas conseguidas, el Campeador puede encargar a Minaya que vuelva a Castilla a pagar su voto en Santa María de Burgos, a entregar dinero a su familia y a hacer su primer regalo al rey Alfonso. Tras la partida de Álvar Fáñez, el Cid, por razones estratégicas, decide abandonar Alcocer, que es vendido a los moros. Repartidas las ganancias, y entre las bendiciones de los alcocereños, el Campeador y sus hombres parten Jalón abajo.
862-953 La tercera campaña del Cid se desarrolla en el Bajo Aragón. En primer lugar, desde El Poyo, somete la cabecera del valle del Jiloca y su entorno, los valles de los ríos Martín y Aguasvivas. Posteriormente se desplaza hacia el este, acampando en Tévar, desde donde ataca Alcañiz, aunque vuelve por un momento hacia el oeste, en la incursión a Huesca y Montalbán, realizada desde el campamento de Alucant, de donde regresa a Tévar. Como en las dos campañas anteriores (la del Henares y la del Jalón), el fin primordial de estas acciones es la obtención de parias y botín, no la conquista de un lugar de asentamiento. La narración de estas acciones se alterna con el relato de la embajada de Álvar Fáñez a Castilla, cuyo objetivo primordial es la entrega al rey del regalo del Cid. Aunque esta misión no cumple aún su fin último (la obtención del perdón real), sirve para dar a conocer a don Alfonso las hazañas del Campeador y predisponerlo a su favor.
954-1086 La actuación del Cid, que anteriormente le había hecho oponerse al rey musulmán de Valencia, representado por Fáriz y Galve, le lleva ahora a enfrentarse al conde don Remont de Barcelona, un príncipe cristiano, si bien éste actúa en defensa de un reino musulmán y cuenta con moros entre sus tropas. Esto provocará la segunda lid campal del Cantar, en el pinar de Tévar. Sin embargo, en esta ocasión el poeta no presta tanta atención al aspecto heroico del combate como a su resultado, la prisión del conde (hábilmente contrapuesto al Campeador) y el rico botín obtenido. Todo el episodio está construido con una evidente ironía, en la que se revela un claro deseo de criticar (y aun de ridiculizar) a la alta nobleza cortesana que, pese a su elevada posición y a su refinamiento, es incapaz de vencer al Campeador y a sus hombres, inferiores socialmente, pero mejores caballeros.
CANTAR SEGUNDO
1085-1169 El Cid abandona definitivamente las tierras del interior para iniciar la campaña de Levante, que le conducirá a su mayor hazaña, la conquista de Valencia. Pero antes de acometerla, el Campeador, como buen estratega, la deja aislada, ocupando las principales poblaciones de su entorno. Cuando el Cid ha tomado Murviedro (plaza de gran importancia estratégica), los moros valencianos intentan detener el avance del Cid, asediándolo allí. Sin embargo, las tropas del Campeador, mediante un plan propuesto por Álvar Fáñez, los derrotan por completo. Impulsado por esta victoria, el Cid incrementa sus actividades, y en el plazo de tres años controla totalmente el territorio levantino y deja aislada a Valencia .
1170-1220 Tras sojuzgar toda la zona y estrechar el cerco en torno a Valencia, la situación en su interior se hace insostenible. Los valencianos piden ayuda al rey de Marruecos, pero éste no puede proporcionársela. Sabido esto, el Cid se dispone a tomar la ciudad, para lo cual envía pregones por los reinos cristianos, a fin de reclutar tropas suficientes para ello. Cuando las ha reunido, el Cid asedia Valencia por completo y, pasados nueve meses sin ser ayunados, los valencianos entregan la ciudad. El Campeador y sus tropas se instalan en ella, consiguiendo un enorme botín. Tras esta importante conquista, el Cid ya no deberá continuar sus campañas de pillaje, sino que podrá establecerse se modo definitivo.
1221-1235 Tras la conquista de Valencia, la posesión de la plaza aún no está asegurada, pues el rey de Sevilla, informado de la conquista, intenta recuperarla. El resultado es una nueva e impresionante derrota musulmana, aunque el rey sevillano logra escapar del propio Campeador. Esto todavía proporciona más riquezas a los cristianos  y más fama a su caudillo. Con esta batalla se concluye de momento la campaña levantina, cuyo botín permitirá al Cid enviar una nueva embajada al rey Alfonso.
1236-1307 Frente a sus campañas anteriores, en las que el Cid no buscaba establecerse en ninguna de sus conquistas o campamentos, la toma de Valencia le proporciona a él y a sus hombres un nuevo lugar de asentamiento, una morada permanente, a la que el Campeador intentará traer a su familia. Por ello, lo primero que hace el caudillo castellano es organizar la vida en el interior de la ciudad conquistada, para que aquélla se normalice con rapidez. En consecuencia, les reparte a sus hombres casas y tierras donde establecerse. Para evitar deserciones, hace un censo de los repobladores cristianos y establece medidas contra los que intenten irse sin su permiso. Además, prepara un nuevo regalo para el rey Alfonso, que llevará Álvar Fáñez con la petición de que deje a la familia del Cid reunirse con éste. Por último, el Campeador instaura la sede episcopal valenciana, en la persona de don Jerónimo, un venerable clérigo francés animado por ideas de cruzada, lo que también contribuye a asentar la conquista cristiana.
1308-1390 Al salir de Valencia, Minaya se dirige a un lugar sin especificar, probablemente Burgos, en busca del rey. Se le informa entonces (seguramente por boca de los oficiales reales) que el monarca se encuentra en Carrión, de acuerdo con el carácter itinerante propio de la corte altomedieval. En consecuencia, Minaya se dirige hacia allí. Al llegar, ofrece a don Alfonso el regalo del Campeador y le refiere la conquista de Valencia, así como la petición del Cid sobre su familia. El rey, complacido, accede a que ésta parta para Valencia y además permite a cualquier vasallo que se una al Cid. Los favores del rey ocasionan en la corte reacciones contrapuestas. Por una parte, el despecho despectivo de Garcí Ordóñez; por otra, la codiciosa admiración de los infantes de Carrrión, que se plantean la posibilidad de casar con las hijas del Cid, pese a la notable diferencia de linaje, y, sin decir aún nada, envían un saludo al Campeador a través de Minaya.
1391-1617 Concluida la embajada ante el rey, Álvar Fáñez se encamina a Cardeña, donde se realizan los alegres preparativos para la partida hacia Valencia. Mientras Minaya compra en Burgos todo lo necesario, se produce la segunda aparición de Rachel y Vidas, que reclaman, al parecer infructuosamente, el dinero prestado. Por fin, la familia del Cid se despide del abad don Sancho y, con una nutrida comitiva de nuevos caballeros, comienza el viaje hacia Valencia y llega hasta Medinaceli, el extremo de la frontera castellana. La narración pasa entonces a ocuparse de Valencia: allí el Cid ha sido avisado por los emisarios de Minaya y envía una escolta a buscar a su familia a Medinaceli. Esta parte del relato ocurre simultáneamente a lo referido entre los versos 1405 y 1452. A partir del verso 1494, con la llegada de las tropas valencianas a Medinaceli, se recupera el orden lineal de la narración. Se describe entonces el viaje hasta Valencia  y, especialmente, el recibimiento, a la vez alegre y solemne, del que es objeto la familia del Cid. El episodio concluye con una escena culminante: desde lo más alto del alcázar el Campeador les muestra a doña Jimena y a sus hijas la gran heredad que, con su esfuerzo, ha obtenido para ellas.
1618-1802 El bienestar y la holganza de las huestes cristianas se van a ver interrumpidos por la llegada de la primavera. Con ella, los ejércitos se movilizan y, en este caso, el rey de Marruecos se dispone a recuperar Valencia por mar. La llegada del enemigo suscita la alegría del Cid, quien ve en ella un nuevo motivo para enriquecerse y, además, para que él y sus caballeros se luzcan ante las damas hace poco llegadas. Al atacar los almorávides, se produce una nueva batalla en las huertas que rodean Valencia, de las que los caballeros del Cid hacen retirarse a los musulmanes, si bien Álvar Salvadórez queda preso, caso único en el Cantar. El Campeador decide hacer la salida definitiva para el día siguiente y se acuerda que Álvar Fáñez comandará un flanco móvil, mientras el Cid capitanea el grueso de la hueste. A la mañana siguiente, tras haber oído misa, con la absolución general, los sitiados se lanzan al ataque, que es iniciado por el obispo guerrero don Jerónimo. El empleo de la táctica acordada les permite conseguir una nueva y rotunda victoria, en la que obtienen un botín superior a cualquier otro. Tras la batalla, el Campeador se presenta ante su mujer, hijas y damas para cumplimentarlas y prometer a estas últimas ricas dotes para sus matrimonios. Mientras tanto, se recuenta el enorme botín, del que el Cid piensa enviar un nuevo regalo al rey Alfonso, además de entregar el diezmo al obispo don Jerónimo. Tras este nuevo y lucrativo triunfo, el ambiente en Valencia es de enormes satisfacción y alegría.
1803-1958 Gracias al importante botín obtenido con la derrota de Yúcef, el Cid puede enviar su tercera dádiva al rey Alfonso. Tras un viaje hasta Valladolid, rápidamente narrado, Minaya y Pero Vermúez le entregan al rey los doscientos caballos que le regala el Campeador, lo que complace mucho a don Alfonso y, por el contrario, provoca la ira de los contrarios al Cid, encabezados por Garcí Ordóñez. En cambio, el evidente ascenso del desterrado mueve a los infantes de Carrión a rogarle por fin al rey que los case con las hijas de aquél, a lo que el monarca, tras un momento de duda, accede. Convoca entonces a los embajadores del Cid y les comunica dos noticias: que va a perdonar al Campeador y que le solicita la mano de sus hijas para los infantes. Además, le concede el honor de decidir el lugar de las vistas o reunión solemne para la formalización del perdón regio. Minaya y Pero Vermúez acogen con poco entusiasmo la petición de mano, pero parten presurosos a comunicar las nuevas al Cid. La reacción de éste es de gran alegría por la concesión del favor real y de grave contrariedad por la propuesta matrimonial, que en absoluto es de su agrado, pero a la que se pliega por ser deseo del rey. Por último, se acuerda que las vistas se celebren junto al Tajo, lo que se comunica a don Alfonso.
1959-2167 Una vez que el rey acepta el lugar propuesto por el Cid y fija el plazo para la celebración de las vistas, por ambas partes comienzan los preparativos. Tanto el séquito real como la comitiva del Cid se aprestan con sus mejores galas, descritas en términos muy similares para ambas partes, lo que expresa la grandeza alcanzada por el Campeador. Reunidos ambos cortejos, las vistas se desarrollan a lo largo de tres días. En el primero, don Alfonso, que ha llegado con antelación, recibe al Cid, quien se le humilla, recibe el perdón regio y se hace de nuevo vasallo de Alfonso, besándole la mano. A continuación, el Cid y sus hombres son los huéspedes del rey, con quien pasan el resto del día. Al día siguiente, es el Campeador quien invita al rey a su séquito, a los que ofrece una suculenta comida. En el tercer día, y después de la misa matinal oficiada por don Jerónimo, se plantean las negociaciones matrimoniales. Don Alfonso solicita al Cid la mano de sus hijas para los infantes, a lo que aquél accede, no sin antes dejar claro que lo hace acatando la voluntad real, y no por deseo propio, lo que, en definitiva, convierte al monarca en el responsable último del matrimonio y de sus consecuencias. Se desarrollan después los esponsales, mediante el besamanos de los infantes al Cid, el intercambio de espadas entre ellos (en señal de alianza) y la entrega simbólica por parte del rey de las novias a sus futuros maridos. A continuación se prepara la despedida, en la que el Cid reparte nuevos y numerosos regalos al rey y a su séquito. La última parte del relato de las vistas consiste en una repetición amplificada de los sucesos del tercer día: las negociaciones nupciales  y la despedida del Campeador, al que muchos caballeros del rey acompañan a Valencia para la celebración de las bodas.
2168-2277 El segundo Cantar concluye con el relato de las bodas celebradas en Valencia. Tras la llegada y la acomodación de los infantes, el Cid se reúne con su familia, a la que comunica los matrimonios que ha concertado. Tanto doña Jimena como sus hijas los aceptan complacidas, si bien el Cid les comunica que no ha sido decisión suya sino del rey, lo cual es un honor, pero también una amenaza, dado que no ha sido el propio héroe quien ha tratado unos matrimonios a su gusto. Al día siguiente se hacen los preparativos para la boda, aderezando con lujo el palacio y reuniendo a los asistentes. La ceremonia se realiza según lo pactado con don Alfonso: Minaya entrega en su nombre a doña Elvira y a doña Sol a los infantes, con lo que el Cid se desvincula de la formalización del matrimonio. Tras el rito civil se realiza el religioso, oficiado por don Jerónimo en la catedral de Santa María y apenas descrito. Luego comienzan las fiestas que solemnizan las bodas, con deportes caballerescos, en los que los infantes demuestran su habilidad, para alegría del Cid, y con un rico banquete. Las bodas duran quince días, con similares festejos, y al cabo los invitados se despiden, recibiendo ricos regalos del Campeador y sus vasallos. Los yernos del Cid se quedan con él en Valencia y la convivencia es satisfactoria durante dos años. Dejando de este modo la acción en suspenso, el cantar se cierra con una admonición del narrador, que no presagia nada bueno para el futuro, y con una despedida al auditorio.


CANTAR TERCERO
2278-2310 Un león propiedad del Cid se escapa por la corte, provocando gran terror. Como el Campeador está durmiendo, sus caballeros, desarmados, lo protegen con sus propios cuerpos, mientras que sus yernos huyen despavoridos y se refugian en lugares pocos convenientes. Al despertar el Cid con el tumulto, se dirige al león, que se humilla y se deja conducir de nuevo a su jaula, acto de reverencia y respeto que muestra las superiores cualidades del héroe y que maravilla a sus vasallos. Cuando, pasado todo, los infantes salen de sus escondites, sus ropas manchadas son señales ostensibles de su cobardía, lo que provoca las burlas en la corte valenciana, que son rápidamente atajadas por el Cid. Este incidente, en apariencia nimio, es el desencadenante de la acción del tercer cantar, tanto por mostrar el egoísmo de los infantes, que escapan sin ni siquiera avisar a su suegro dormido, como por la vergüenza que les acarrean las chanzas de la corte del Campeador. Desde la perspectiva de la época, esto constituía para ellos una afrenta, que exigía una venganza reparadora. El desarrollo de este asunto es la base argumental de la última parte del Cantar.
2311-2534 La acción del tercer cantar supone la paulina degradación de los infantes, que se manifiesta de nuevo en su única experiencia guerrera valenciana. Tras el episodio del león, y mientras los infantes mantienen sus resquemor por ello, se produce la llegada de las tropas expedicionarias del rey o general marroquí Búcar, en un tercer intento moro de recuperar Valencia, lo que ocasionará la última batalla del Cantar. Mientras los caballeros del Cid se alegran, con la perspectiva de una nueva ganancia, los infantes se atemorizan y se duelen de tener que entrar en batalla. Muño Gustioz los oye y se lo comunica al Cid, quien les dispensa de entrar en batalla. Aquí hay una laguna, por la falta de un folio en el manuscrito. Cuando se reanuda el texto, ya ha ocurrido la primera parte de la batalla, tras la que el Cid encarga a Pero Vermúez que cuide de los infantes, a lo que éste se niega, solicitando, en cambio mandar las tropas de vanguardia. Igual coraje muestra don Jerónimo, que, como ya había hecho frente a Yúcef, pide el honor de dar las primeras heridas. El Campeador se lo concede y da así comienzo la segunda parte de la batalla, en la que los moros resultan completamente derrotados y el propio Cid mata a Bucar, tras una reñida persecución. En los momento finales del combate, el Campeador se reúne en el campamento moro con sus yernos, que al parecer han luchado bien en esta ocasión, aunque se toman a mal el sincero elogio que les hace su suegro. Como siempre, la victoria se salda con la obtención de un importante botín, con el que todos se enriquecen, y en especial los infantes, aspecto esencial de esta batalla en relación con los acontecimientos posteriores. En este momento, el Cid se siente en la cumbre de su carrera y se alegra de que sus yernos, a quienes sinceramente cree buenos guerreros, se hallen a su lado. Sus elogios, en cambio, provocan una fría respuesta de Fernando, que, al vanagloriarse de su actuación bélica, da pie a nuevas murmuraciones y sarcasmos de los caballeros del Cid.
2535-2762 El recrudecimiento de las chanzas contra los infantes y el sentirse ricos y, por tanto, independientes de su suegro mueven a aquéllos a tomar una grave decisión: partir con las hijas del Cid y abandonarlas, después de infligirles un grave ultraje, que les vengue de tal afrenta. Con la excusa de enseñarles a sus esposas las propiedades carrionenses que tienen por arras, los infantes obtienen del Campeador el permiso para irse. Los preparativos para la partida se realizan entre la confianza general, sólo turbada por el dolor de la separación de la familia del Cid. Sin embargo, en el momento mismo de la despedida, el Campeador advierte agüeros contrarios, y decide enviar a su sobrino Félez Muñoz para que esté al tanto de lo que pueda suceder. Pate, por fin, la comitiva de los infantes, que hace alto en Molina, donde los hospeda Avengalvón. Éste les escolta hasta la frontera de Castilla, en Medinaceli. Al ir a despedirse, el alcaide moro les hace grandes regalos, lo que despierta la codicia de los infantes, quienes planean asesinarlo para robarle. Uno de los componentes del séquito de Avengalvón descubre sus planes y avisa a su señor, quien hace fuertes reproches a los infantes y se marcha. Se establece así un marcado contraste entre la lealtad y categoría humana del gobernador musulmán y la creciente vileza de los infantes de Carrión. Ya en Castilla, la comitiva avanza hasta llegar a un bosque solitario, el robledo de Corpes. Allí acampan en un hermoso claro, donde, de acuerdo con una asentada tradición literaria, se produce una escena de amor entre los infantes y sus esposas. Sin embargo, al amanecer, mientras la comitiva se adelanta, los dos hermanos maltratan cruelmente a las hijas del Cid y las abandonan a su suerte en medio del bosque. Con ello dan por cumplida su venganza, al devolverles al Campeador y a los suyos la afrenta que de ellos recibieron.
2763-2984 Un presentimiento de Félez Muñoz, el primo de doña Elvira y doña Sol, le hace apartarse de la comitiva y ocultarse a la espera de que lleguen los infantes con sus mujeres. Al verlos pasar solos y oír lo que dicen, se precipita hacia el robledo para rescatar a sus primas. Las encuentra desvanecidas y debe hacerlas reaccionar para salir del bosque antes de que caiga la noche y queden a merced de las alimañas. Lo consigue y las saca del robledal justo a tiempo. Después, con el auxilio de Diego Téllez, antiguo vasallo de Álvar Fáñez, las conduce a San Esteban de Gormaz, donde convalecerán una temporada. Mientras tanto, las noticias de la afrentan llegan tanto al rey Alfonso como al Cid y a su corte, a todos los cuales provoca gran aflicción. El Campeador reacciona con serenidad y se prepara a obtener reparación. Pero, antes que nada, envía a por sus hijas a mejores caballeros, quienes las traen de vuelta desde San Esteban. Al regreso, las muestras de emoción contenida del Cid y su familia se aúnan al deseo de venganza. Según la tradición épica, un ultraje de tal envergadura hubiera exigido una represalia sangrienta a título personal. Frente a ello, el Cantar muestra una reparación obtenida a través de una querella judicial. Así, cuando sus hijas ya están a salvo en Valencia, el Cid manda a Muño Gustioz a demandar a los infantes ante don Alfonso, de quien solicita una reunión judicial de la corte, el foro adecuado para enjuiciar a los nobles. Expuesto el caso, el rey, a quien también le afecta la deshonra en tanto que promotor y, en cierto modo, garante de estos matrimonios, acepta la demanda presentada por el Cid. Para entender en ella convoca cortes, el tipo de reunión judicial de mayor categoría, que se celebrarán en Toledo al cabo de siete semanas. Todos los vasallos del rey son conminados a asistir a ellas, bajo pena de incurrir en la ira regia y ser desterrados.
2985-3532 La convocatoria de cortes desagrada a los infantes, pero no logran que el rey les dispense de asistir. Ante esta situación, congregan a sus parientes, a los que se une Garcí Ordóñez, como enemigo del Campeador. Llegado el plazo, acuden a Toledo el rey y sus magnates, los mejores jurisperitos del reino y el bando de los infantes. Poco después llega el Cid con sus hombres. Al día siguiente, tras la entrada triunfal del Cid y sus mejores caballeros, lujosamente ataviados, comienza la sesión de cortes, con el nombramiento de los jueces y otras formalidades. A continuación, el rey da la palabra al Campeador, quien parece desentenderse de la parte criminal de la querella (a afrenta infligida a sus hijas) y sólo se ocupa de la civil, exigiendo la restitución de sus dos espadas, Colada y Tizón. Los infantes, creyendo que el Cid se limitará a eso, acceden a la petición. Sin embargo, el Campeador hace una nueva demanda: la devolución de los tres mil marcos de dote que dio a sus hijas, pues la disolución del matrimonio por culpa del marido obligaba a éste a reintegrar la dote a su mujer. Los de Carrión alegan defecto de forma, pero el rey admite la demanda. Los infantes se ven entonces en un gran apuro, pues han gastado todo ese dinero y han de pagarle en especie: caballos, mulas, armas, arneses. Por fin, cuando las demandas parecían concluidas, el Cid plantea la querella criminal: el abandono y las lesiones de sus hijas, por las cuales los acusa de menos valer. Le responde entonces Garcí Ordóñez, que actúa como portavoz o abogado de los infantes, y alega, como justificación, la enorme diferencia de linaje. El Cid le recuera que está deshonrado, por haberse dejado mesar las barbas por el Campeador sin exigir reparación, lo cual le incapacita para intervenir en la corte. Los infantes se ven obligados a abogar por sí mismos y repiten los argumentos de Garcí Ordóñez. Los caballeros del Cid les responden recordándoles su cobarde actuación en Valencia, que demuestra su menos valer. De este modo, Pero Verméz desafía a Fernando González, Martín Antolínez a su hermano Diego y Muño Gustioz al hermano mayor, Asur González. En ese momento, se presentan ante la corte los embajadores de los príncipes de Navarra y Aragón, solicitando la mano de las hijas del Cid para sus respectivos señores. El matrimonio se concierta, lo que agrada a casi todos los presentes. Tras esto continúa la sesión y Minaya reta de nuevo a los infantes y a su bando. Le responde Gómez Peláyet, pero el rey no concede más que las lides que ya se habían concertado, cuya realización se aplaza, dado que los infantes han entregado todo su equipo al Cid como pago de la deuda. Con esto se dan por finalizadas las cortes y el Cid se despide del rey, dejando bajo su protección a sus campeones, y regresa a Valencia.
3533-3707 Vencido el plazo, los lidiadores se reúnen en Carrión para celebrar los combates judiciales. El bando de los infantes planea un asalto a los caballeros del Cid, a pesar de que la tregua era obligatoria entre el reto y la lid. Sin embargo, el temor al rey Alfonso les impide efectuarlo. Todos se disponen, pues, a realizar las lides. Como era preceptivo, velan las armas la noche anterior y, venida la mañana, se reúnen bajo la presidencia del rey Alfonso, que garantiza la pureza del proceso. Los infantes, acobardados por el prestigio de las espadas del Campeador, intentan en ese momento que Colada y Tizón no sean empleadas en el combate, pero el rey rechaza la petición, por no haberse hecho en las cortes. El temor hace que los infantes se arrepientan por primera vez de su acción en Corpes. Los caballeros del Cid también se dirigen al rey, pero para pedirle seguridad contra el bando de los infantes, lo que don Alfonso les concede. Tras estas consultas previas, comienzan las lides, cuyo relato se ajusta con minuciosidad a lo previsto en las leyes. Los contrincantes se dirigen a la palestra, un terreno delimitado por mojones, y el rey nombra a los jueces del campo, que vigilarán el cumplimiento del reglamento de la lid y determinarán quién es el vencedor. Tras recordarles a los participantes que quien salga del terreno acotado pierde el combate, les parten el sol, es decir, los sitúan de forma que el sol no le dé frontalmente a ningún luchador. Tras estas formalidades, comienzan las lides. La carga de los seis combatientes se describe conjuntamente, pero el choque se presenta por separado, de modo que los tres combates simultáneos se narran sucesivamente, en el mismo orden en que se efectuaron los retos. Por lo tanto, se refiere en primer lugar la lucha entre Pero Vermúez y Fernando González. Cada uno de ellos golpea a su adversario, aunque el infante sale peor parado, pues cae del caballo. Cuando Pero Vermúez saca la espada para continuar el combate, Fernando reconoce a Tizón y se rinde antes de esperar el golpe. El segundo combate descrito es el de Martín Antolínez y Diego González, quienes rompen las lanzas y desenvainan inmediatamente las espadas. Un certero golpe dado con Colada hiere en la cabeza al infante y éste, aterrorizado como su hermano por la espada del Campeador, huye del campo, lo que implica su derrota. Por último, se narra el enfrentamiento de Muño Gustioz y Asur González, el más valiente de los hermanos, pero el que menos resiste. Del primer golpe de lanza, Gustioz lo derriba malherido y su padre, Gonzalo Ansúrez, lo declara vencido. Las lides se dan por concluidas y los del Campeador vuelven satisfechos a Valencia, dejando a los tres hermanos infamados a perpetuidad, pena que el narrador desea a cualquiera que maltrate a una dama.
3708-3730 Final del Cantar. El definitivo desagravio de los primeros matrimonios se une a la gran honra proporcionada al Cid y su familia por los nuevos casamientos concertados con los príncipes navarro y aragonés. El honor del Campeador se halla en su apogeo y no sólo es capaz de recibir honra por emparentar con reyes, sino que el mismo la transmite a sus parientes, debido a la altura de sus propios méritos. La referencia final a la muerte del Cid en la celebrada fiesta de Pentecostés cierra definitivamente la historia, pues, tras este punto culminante y meta de llegada de sus esfuerzos, nada queda por contar.

martes, 6 de noviembre de 2012

Carmina Burana


1.
Todo lo suaviza el sol
puro y sutil;
al mundo se abre
la nueva cara de abril;
hacia el amor se apresuran
los nobles sentimientos,
y a los felices los manda
el dios infantil
Tantas cosas nuevas
en la solemne primavera,
y la autoridad primaveral,
nos mandan gozar;
nos ofrecen los medios habituales;
y en tu primavera
es justo y honrado
conservar lo tuyo.
Ámame fielmente;
observa la total fidelidad
de mi corazón

2.
Ardiendo interiormente
de ira vehemente,
con amargura
hablo para mi interior;
hecho de materia,
como sustancia, ceniza
soy semejante a una hoja
con la que juega el viento.
Aunque, ciertamente, sea propio
del hombre sabio
establecer sobre piedra
la situación de sus cimientos,
yo, como un estúpido, me comparo
con el río que vacila
y que nunca permanece
por un mismo cauce.
Yo me dejo llevar
como una nave sin marinero,
como por los caminos del aire
se deja llevar el pájaro errante.
No me retienen las ataduras;
no me encierra la llave;
busco a los que son semejantes a mí,
y me uno a los depravados.
A mí, la seriedad del espíritu
me parece una cosa demasiado seria;
la broma me es agradable
y más dulce que los panales de miel.
Todo lo que Venus ordena
es tarea suave;
ella no habita nunca
en los corazones débiles.
Voy por el camino ancho
como es costumbre de la juventud;
me enredo en los vicios
olvidado de la virtud.
Ávido de placeres
más que de la salvación,
muerto en cuanto al alma,
presto atención al cuerpo
3.
Cuando estamos en la taberna,
no nos preocupamos de qué sea eso de la tierra
sino que nos apresuramos hacia el juego,
por el cual siempre sudamos.
Lo que se hace en la taberna,
donde el dinero es el que trae las copas,
esto es lo que es necesario averiguar,
así que escuchad lo que os voy a decir.
Unos juegan, otros beben;
algunos se dedican indistintamente a ambas cosas
Pero entre los que se dedican al juego,
de éstos, unos son desnudados
y otros allí mismo se visten;
algunos se visten con sacos.
Allí nadie teme a la muerte,
sino que confían a Baco
 su suerte.
Primero, por la rica tabernera
en honor a ella beben los hombres libres.
Una vez más, por los cautivos;
después, beben tres veces por los vivos;
cuatro, por el conjunto de los cristianos;
cinco, por los fieles difuntos;
seis, por las hermanas frívolas
siete, por los caballeros salvajes
Ocho, por los hermanos pervertidos;
nueve, por los monjes separados;
diez, por los navegantes;
once, por los que disienten;
doce, por los penitentes;
trece, por los caminantes.
Tanto por el papa como por el rey,
beben todos sin ley.
Bebe la señora, bebe el señor,
bebe el soldado, bebe el clérigo,
bebe aquél, bebe aquélla,
bebe el siervo con la criada,
bebe el activo, bebe el perezoso,
bebe el blanco, bebe el negro,
bebe el constante, bebe el inconstante,
bebe el rudo, bebe el mago.
Bebe el pobre y el enfermo,
bebe el proscrito y el ignorado,
bebe el joven, bebe el viejo,
bebe el prelado y el decano,
bebe la hermana, bebe el hermano,
bebe la abuela, bebe la madre,
bebe ése, bebe aquél,
beben ciento, beben mil.
Poco duran seiscientas monedas
cuando inmoderadamente
beben todos sin límite,
por mucho que beban con espíritu alegre.
Así, nos critica todo el mundo,
y así seremos pobres.
¡Que se condenen
 los que nos critican
y no sean inscritos con los justos!
¡Bien!


domingo, 27 de mayo de 2012

Temas


3. Renacimiento y Clasicismo.
— Contexto general. Los cambios del mundo y la nueva visión del hombre.
— La lírica del amor: el petrarquismo. Orígenes: La poesía trovadoresca y el Dolce Stil Nuovo. La innovación del Cancionero de Petrarca.
— La narración en prosa: Boccaccio.
— Montaigne y el nacimiento del ensayo.
— Teatro clásico europeo. El teatro isabelino en Inglaterra. Shakespeare y su influencia en el teatro universal. El teatro clásico francés.

4. El Siglo de las Luces.
— El desarrollo del espíritu crítico: la Ilustración. La Enciclopedia. La prosa ilustrada.
— La novela europea en el siglo XVIII. Los herederos de Cervantes y de la picaresca española en la literatura inglesa.

5. El movimiento romántico.
— El Romanticismo y su conciencia de movimiento literario.
— Poesía romántica. Novela histórica.

6. La segunda mitad del siglo XIX.
— Evolución de los temas y las técnicas narrativas del Realismo.
— Principales novelistas europeos del siglo XIX.
— El renacimiento del cuento.
— El arranque de la modernidad poética: De Baudelaire al Simbolismo.

7. Los nuevos enfoques de la literatura en el siglo XX y las transformaciones de los géneros literarios.
— La consolidación de una nueva forma de escribir en la novela.
— Las Vanguardias europeas. El Surrealismo.
— El teatro del absurdo y el teatro de compromiso.

jueves, 26 de abril de 2012

Caín y Abel



POZZO: ¡Piedad! ¡Piedad!
ESTRAGON (sobresaltado): ¿Qué? ¿Qué ocurre?
VLADIMIR: ¿Dormías?
ESTRAGON: Creo que sí.
VLADIMIR: ¡Otra vez ese cerdo de Pozzo!
ESTRAGON: ¡Dile que cierre el pico! ¡Pártele la boca!
VLADIMIR (Pega a Pozzo): ¿Has terminado? ¿Quieres callarte? ¡Gusano! (Pozzo se libera lanzando gritos de dolor y se aleja arrastrándose. De vez en cuando se detiene, tantea en el aire con gestos de ciego, llamando a Lucky. Vladimir, apoyado en un codo, le sigue con la mirada) ¡Se ha escapado! (Pozzo se desploma. Silencio) ¡Se ha caído!
ESTRAGON: ¿Se había levantado?
VLADIMIR: No.
ESTRAGON: Y, sin embargo, dices que se ha caído.
VLADIMIR: Andaba a gatas. (Silencio) Quizá nos hayamos excedido.
ESTRAGON: Situaciones como ésta no se nos presentan con frecuencia.
VLADIMIR: Ha pedido ayuda. Nos hemos hecho el sordo. Lo hemos maltratado.
ESTRAGON: Es cierto.
VLADIMIR: No se mueve. Quizá haya muerto.
ESTRAGON: Por haber querido ayudarle estamos ahora en este atolladero.
VLADIMIR: Es cierto.
ESTRAGON: ¿No le habrás dado demasiado fuerte?
VLADIMIR: Le he arreado unos cuantos golpes.
ESTRAGON: No debiste hacerlo.
VLADIMIR: Tú lo quisiste.
ESTRAGON: Es cierto. (Pausa) ¿Y ahora, qué hacemos?
VLADIMIR: Si pudiera arrastrarme hasta él.
ESTRAGON: ¡No me abandones!
VLADIMIR: ¿Y si le llamase?
ESTRAGON: Eso, llámale.
VLADIMIR: ¡Pozzo! (Pausa) ¡Pozzo! (Pausa) Ya no contesta.
ESTRAGON: Ahora, los dos a la vez.
VLADIMIR, ESTRAGON: ¡POZZO! ¡POZZO!
VLADIMIR: Se ha movido.
ESTRAGON: ¿Estás seguro de que se llama Pozzo?
VLADIMIR (angustiado): ¡Señor Pozzo! ¡Vuelva! ¡No le haremos daño!

(Silencio)

ESTRAGON: ¿Y si probásemos con otros nombres?
VLADIMIR: Temo haberle herido de verdad.
ESTRAGON: Sería divertido.
VLADIMIR: ¿Qué sería divertido?
ESTRAGON: Probar con otros nombres, uno tras otro. Así mataríamos el tiempo. Terminaríamos por acertar el auténtico.
VLADIMIR: Te digo que se llama Pozzo.
ESTRAGON: Vamos a verlo. Veamos. (Reflexiona) ¡Abel! ¡Abel!
POZZO: ¡A mí!
ESTRAGON: ¡Ya ves!
VLADIMIR: Este asunto ya me está hartando.
ESTRAGON: Tal vez el otro se llama Caín. (Llama) ¡Caín! ¡Caín!
POZZO: ¡A mí!
ESTRAGON: Es toda la humanidad. (Silencio) Mira esa nubecilla.
VLADIMIR (Levanta la mirada): ¿Dónde?
ESTRAGON: Allí, en el cenit.
VLADIMIR: ¿Y? (Pausa) ¿Qué tiene de extraordinario?

miércoles, 25 de abril de 2012

La cuerda, el árbol, el zapato



MUCHACHO: ¿Qué debo decirle al señor Godot, señor?
VLADIMIR: Dile... (Duda) Dile que nos has visto. (Pausa) Nos has visto bien, ¿verdad?
MUCHACHO: Sí señor. (Retrocede, vacila, se vuelve y sale corriendo)

(La luz se extingue bruscamente. La noche cae de pronto. Sale la luna, al fondo, aparece en el cielo, se inmoviliza, baña el escenario con luz plateada)

VLADIMIR: ¡Por fin! (Estragon se levanta y se dirige hacia Vladimir, con los zapatos en la mano. Los deja cerca de la rampa, se yergue y mira la luna) ¿Qué haces?
ESTRAGON: Contemplo la luna como tú.
VLADIMIR: Me refiero a tus zapatos.
ESTRAGON: Los he dejado allí. (Pausa) Otro vendrá, tal... tal... como yo, pero calzará un número menor, y harán su felicidad.
VLADIMIR: Pero no puedes ir descalzo.
ESTRAGON: Jesús lo hizo.
VLADIMIR: ¡Jesús! ¿A qué viene esto? No pretenderás compararte con Él.
ESTRAGON: Lo he hecho durante toda mi vida.
VLADIMIR: ¡Pero si allí hacía calor! ¡Hacía buen tiempo!
ESTRAGON: Sí. Pero te crucificaban enseguida.

(Silencio)

VLADIMIR: Aquí ya no tenemos nada que hacer.
ESTRAGON: Ni en ningún otro sitio.
VLADIMIR: Vamos, Gogo, no seas así. Mañana todo irá mejor.
ESTRAGON: ¿Por qué?
VLADIMIR: ¿No oíste lo que dijo el chaval?
ESTRAGON: No.
VLADIMIR: Dijo que seguramente Godot vendrá mañana. (Pausa) ¿No te dice nada eso?
ESTRAGON: Entonces, no hay más remedio que esperar aquí.
VLADIMIR: ¡Estás loco! ¡Hay que cobijarse! (Coge a Estragon por el brazo) Ven. (Tira de él. Estragon primero cede, luego se resiste. Se detienen)
ESTRAGON (Mira al árbol): Qué pena no tener un trozo de cuerda.
VLADIMIR: Ven. Empieza a hacer frío. (Tira de él. Repiten los mismos movimientos)
ESTRAGON: Recuerda que mañana traiga una cuerda.
VLADIMIR: Sí. Ven. (Tira de él. Repiten los mismos movimientos)
ESTRAGON: ¿Cuánto tiempo llevamos juntos?
VLADIMIR: No sé. Quizá cincuenta años.
ESTRAGON: ¿Recuerdas el día en que me arrojé al río Durance?
VLADIMIR: Trabajábamos en la vendimia.
ESTRAGON: Me rescataste.
VLADIMIR: Todo está muerto y enterrado.
ESTRAGON: Mis ropas se secaron al sol.
VLADIMIR: No pienses más, venga, vamos. (Repiten los mismos movimientos)
ESTRAGON: Espera.
VLADIMIR: Tengo frío.
ESTRAGON: Me pregunto si no hubiese sido mejor que cada cual hubiera emprendido, solo, su camino. (Pausa) No estábamos hechos para vivir juntos.
VLADIMIR (sin enfadarse): Vete a saber.
ESTRAGON: Nunca se sabe.
VLADIMIR: Todavía podemos separarnos, se crees que es lo mejor.
ESTRAGON: Ahora ya no vale la pena.

(Silencio)

VLADIMIR: Es cierto, ahora ya no vale la pena.

(Silencio)

ESTRAGON: ¿Vamos, pues?
VLADIMIR: Vayamos.

(No se mueven)