viernes, 27 de marzo de 2020

Richarson, Fielding, Walpole


Los otros tres autores ingleses que sentaron las bases de la novela moderna (después de Cervantes) son Samuel Richardson, Henry Fielding y Horace Walpole.
Samuel Richardson era un impresor que comenzó escribiendo cartas de encargo (un oficio bastante habitual en un mundo lleno de analfabetos) hasta que decidió inventarse esas cartas y publicarlas como novela. Así nació Pamela (1740), cuyo argumento es el siguiente:
Pamela, hija de campesinos y camarera de una señora noble, su benefactora, se halla expuesta después de la muerte de su ama a los intentos de seducción del hijo de esta, el vividor conde de Belfart. Pamela se le resiste, aunque sin poder permanecer insensible a sus atenciones: es más, se va enamorando de él de forma paulatina, aunque no renuncie por ello a defender su virtud. Finalmente, el joven lord, conmovido por las lágrimas de la joven, se redime. Enamorado también él profundamente, lleva a Pamela al altar.
Es una de las primeras novelas sentimentales, cuya estela no ha terminado ni terminará. En realidad, Richardson es, en cierto modo, el inventor de los culebrones. Pamela se hace la ingenua con Belfart porque lo que ella quiere es ascender en la escala social. Richardson analiza meticulosamente la evolución de sus sentimientos, algo a lo que el público no estaba acostumbrado y que allana el camino para la novela romántica. El éxito fue extraordinario, aunque se le reprochaba la doble moral de la novela: por un lado, Pamela quiere conservar su castidad hasta el matrimonio, pero por otro va buscando un marido que le ayude a prosperar socialmente. En la novela es constante esa alternancia entre el análisis de los sentimientos y el de la sociedad que le pone obstáculos.
Junto con Defoe, Richardson está considerado el padre de la novela inglesa, en este caso en su vertiente sentimental. Pero, por ejemplo, la gran Jane Austen no podría entenderse sin las novelas de Richardson y la influencia que tuvieron.
Henry Fielding, que llegó a parodiar en su novela Joseph Andrews el sentimentalismo de Richardson, es el gran discípulo de Cervantes. Lector entusiasta del Quijote, y de la novela picaresca, lo adaptó al tiempo y los gustos ingleses. Su novela más importante es Tom Jones. En ella, el señor Allworthy, un caballero rico y de gran corazón, adopta a Tom Jones, un niño huérfano al que cria junto a su sobrino y heredero Blifil. Tom ama a Sofía, hija del misántropo y rico Western. Pero Blifil también aspira a casarse con Sofía, un tipo hipócrita y brutal. Blifil trama la ruina de Tom y consigue hacerlo caer en desgracia ante su tío con acusaciones falsas. El joven es expulsado por Allworthy y se ve obligado a andar errante por el país. Mientras tanto, Sofía escapa para no tener que casarse con Blifil. A Tom le suceden aventuras de todo tipo, incluso sentimentales, que están a punto de hacerle perder el amor por Sofía. Finalmente (deus ex machina) se descubre que Tom es, en realidad, sobrino de Allworthy, quien lo nombra su heredero, de modo que ya puede casarse con Sofía.
Como veis, Fielding mezcla la novela picaresca con la sentimental, y sus novelas serían importantísimas en las primeras obras de Charles Dickens, así como tienen su influencia en las novelas románticas de las hermanas Brontë.
Finalmente, Horace Walpole fundó un género que tuvo un gran éxito en el siglo XVIII, que forma parte de la novela romántica y que se sigue practicando hoy en día: el género gótico. Walpole era un erudito de temas históricos, tan aficionado a la Edad Media que construyó el extravagante castillo de Strawberry Hill, quizá el edificio neogótico más importante de Inglaterra. 
   La obra que lo lanzó a la fama, y a la posteridad, fue El castillo de Otranto (1764), una novela ambientada en paisajes nocturnos, cielos de tormenta, pasadizos secretos, ruidos misteriosos. Por allí circulan muchachas indefensas como Matilda e Isabella, malvados con pasiones perversas como Manfredo, dueño del castillo, o Teodoro, un héroe salvador que siempre aparece cuando más se lo necesita.

Recordaremos a Walpole cuando lleguemos a la novela gótica del XIX y a Edgar Alan Poe, pero también cuando veamos el ambiente de Cumbres borrascosas. En el fondo, si mezclásemos el sentimentalismo de Richardson con el ambiente lúgubre y apasionado de Walpole, ya tendríamos un modelo perfecto de novela romántica.

jueves, 26 de marzo de 2020

Jonathan Swift



Es un misterio de la cultura occidental por qué Los viajes de Gulliver, una sátira cruel contra el género humano, se ha convertido, con el tiempo, en un clásico nada menos que de la literatura infantil, al menos la primera parte, la única que ese mismo género humano parece haber leído. Jonathan Swift fue, en efecto, un maestro del sarcasmo, admirado y odiado en su tiempo (pasó de político popular a conservador y, después de su exilio en su Dublín natal, otra vez popular). Entre sus panfletos, tan extendidos durante la época, destaca uno que ha pasado a la historia como ejemplo de ironía sarcástica, el titulado Una modesta proposición: Para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público, donde defiende que lo más sensato sería cocinar a los niños y comérselos. 

Ya he calculado que el gasto de criar un hijo de mendigos —en cuya lista incluyo a todos los campesionos, jonaleros y cuatro quintos de los granjeros— es alrededor de dos chelines al año, andrajos incluidos, y creo que a ningún caballero le parecería mal dar diez chelines por la carcasa de un buen niño gordo.

En un tono más amable, Swift escribió su Diario de Stella, las cartas que durante casi un año escribió a su confidente/amante, en un lenguaje críptico lleno de bromas, juegos de palabras, alusiones y nombres fingidos, que, doscientos años después, inspirarían a James Joyce.
Su obra cumbre, Los viajes de Gulliver, apareció en 1726, y era una sátira contra la moda de libros de viajes que encabezaba Robinson Crusoe. Fue un éxito inmediato. Sus dos primeras partes son más suaves.
Lemuel Gulliver cuenta cómo fue a parar a Lilliput, país de hombrecillos de seis pulgadas, con los que lega a convivir, describiendo sus ridículas divisiones y partidismos. Los liliputienses, que dirimen sus diferencias en una especie de cuadrilátero donde pelean, usan ese perspectivismo —que vimos a propósito de las Cartas persas— porque no entienden muchos aspectos del gigante que ha aparecido en sus costas, y anotan los extraños objetos hallados en los bolsillos del Hombre-Montaña, como lo llaman.

Del bolsillo derecho del chaleco colgaba una gran cadena de plata, con una admirable especie de máquina al extemo… que resultó ser un globo, mitad de plata, mitad de un metal transparente: pues, por el lado transparente, vimos ciertas figuras extrañas dibujadas en círculo, y creímos poder tocarlas, hasta que encontramos nuestros dedos detenidos por esa sustancia lúcida. Nos acercó a los oídos esa máquina, que hacía un ruido incesante, como el de un molino de agua: y conjeturamos que o bien es un animal desconocido, o el dios que él adora; pero nos inclinamos más a la segunda opinión, porque nos aseguró… que rara vez hacía nada sin consultarlo. Lo llamó su oráculo, y dijo que señalaba el momento para cada acción de su vida.

Cuando caemos en la cuenta de que se trata de un reloj, pensamos también cómo esa máquina es capaz de esclavizar a un ser humano.
En otro viaje llega a Brobdingnag, país de habitantes para él tan grandes como era él en Lilliput. Allí una niña lo tiene en una casita de muñecas. Gulliver, cuando informa al rey de Brobdingnag sobre las costumbres de su país, recibe severas críticas porque el rey considera que es una raza de gusanos miserables. La gente allí parece ser algo más bondadosa, pero Gulliver se encuentra con otro problema: al ser tan diminuto, tiene que soportar con verdadera repugnancia la piel y el hedor de aquellas damas que juegan con él como si fuera un muñeco.
Después Gulliver llega al país de Laputa, formado por un territorio fijo y una isla volante, que se cierne sobre ese territorio pudiendo modificar su altura y situación, y donde está el rey, junto con unos sabios distraídos y unos inventores extravagantes, que siempre están absortos en su trabajo y a los que unos criados, los flappers, sacan de su abstracción a bofetadas cuando se les pregunta algo. Los sabios, que desconfían de la imprecisión del lenguaje, no nombran los objetos sino que los muestran, y así tienen que cargar siempre con todos aquellos objetos de los que quieren hablar.  Autorizado a marchar, se dirige a la isla de Luggnagg, desde la que sabe que hay comunicación con Japón: en esa isla lo más llamativo es que nacen a veces personas destinadas a no morir nunca, que son objeto de compasión por los achaques que llegan a sufrir en su interminable vejez. Antes de dirigirse a Japón, Gulliver visita la isla de Glubbdubdrib, o «de los magos», donde conversa con los espíritus de varios grandes hombres del mundo antiguo, por los que se entera de que unos escritores sobornados han engañado a la posteridad, atribuyéndoles hazañas y virtudes muy lejanas de la realidad. 
Ya rumbo a Inglaterra, la tripulación se subleva y le abandona en una isla que resulta estar habitada por unos caballos racionales, los houynhnms, que hablan con relinchos y tienen una sociedad muy bien organizada, al margen de la cual conservan a unos seres medio salvajes, pero humanos al fin y al cabo, los yahoos, a los que se parece Gulliver en su forma corporal, ya que no en sus vestidos y en su buena conducta. En una estancia de tres años, Gulliver vive en casa de un sensato caballo, que se niega a creer lo que le cuenta Gulliver sobre el país de donde viene. De hecho, los houynnms son tan sinceros que no tienen ninguna palabra para referirse a la mentira, pero esta misma perfección les hace ser fríos, distantes e incluso crueles. Expulsado al fin, porque se considera que un ser  afín a los yahoos (aunque sea mejor que ellos, pero en el fondo uno de ellos) no debe estar como uno de los houyhnhnms, vuelve Gulliver a Inglaterra, donde no cumple su obligación de señalar la existencia de aquel país para que sea conquistado, y donde le cuesta readaptarse a la sociedad y costumbres humanas.
Swift también fue poeta, y muy moderno. Sus poemas Una descripción de la mañana y Una descripción de un chaparrón en la ciudad son de un realismo lleno de expresividad.

Barriendo de los puestos de los carniceros estiércol, tripas y sangre,
cachorrillos ahogados, hediondas sardinetas, todo empapado en fango, 
gatos muertos y tronchos de nabos bajan dando vueltas en la inundación.


Quizá Jonathan Swift no haya tenido el reconocimiento que merece, salvo por las ediciones adaptadas para niños, expurgadas de todo aquello que pudiera herir su sensibilidad, es decir, casi todo. Pocos aceptaron su misantropía, que él definió admirablemente: «Odio y detesto a ese animal llamado hombre, aunque amo a Juan, Pedro, Tomás, etcétera.»

miércoles, 25 de marzo de 2020

Robinson Crusoe


Robinson llega a la isla

Cuando desperté era pleno día, el tiempo estaba claro y, una vez aplacada la tormenta, el mar no estaba tan alto ni embravecido como antes. Sin embargo, lo que me sorpren dió más fue descubrir que, al subir la marea, el barco se había desencallado y había ido a parar a la roca que mencioné al principio, contra la que me había golpeado al estrellarme. Estaba a menos de una milla de la orilla donde me encontraba y, como me pareció que estaba bien erguido, me entraron unos fuertes deseos de llegarme hasta él, al menos para rescatar algunas cosas que pudieran servirme.
Cuando bajé de mi alojamiento en el árbol, miré nuevamente a mi alrededor y lo primero que vi fue el bote tendido en la arena, donde el mar y el viento lo habían arrastrado, como a dos millas a la derecha de donde me hallaba. Caminé por la orilla lo que pude para llegar a él, pero me encontré con una cala o una franja de mar, de casi media milla de ancho, que se interponía entre el bote y yo. Decidí entonces regresar a donde estaba, pues mi intención era lle gar al barco, donde esperaba encontrar algo para subsistir.
Poco después del mediodía, el mar se había calmado y la marea había bajado tanto, que pude llegar a un cuarto de milla del barco. Entonces, volví a sentirme abatido por la pena, pues me di cuenta de que si hubiésemos permanecido en el barco, nos habríamos salvado todos y yo no me habría visto en una
situación tan desgraciada, tan solo y desvalido como me hallaba. Esto me hizo saltar las lágrimas nueva- mente, mas, como de nada me servía llorar, decidí llegar hasta el barco si podía. Así, pues, me quité las ropas, porque hacía mucho calor, y me metí al agua. Cuando llegué al barco, me encontré con la dificultad de no saber cómo subir, pues estaba encallado y casi totalmente fuera del agua, y no tenía nada de qué agarrarme. Dos veces le di la vuelta a nado y, en la segunda, advertí un pequeño pedazo de cuerda, que me asombró no haber visto antes, que colgaba de las cadenas de proa. Estaba tan baja que, si bien con mucha dificultad, pude agarrarla y subir por ella al castillo de proa. Allí me di cuenta de que el barco estaba desfondado y tenía mucha agua en la bodega, pero estaba tan encallado en el banco de arena dura, más bien de tierra, que la popa se alzaba por encima del banco y la proa bajaba casi hasta el agua. De ese modo, toda la parte posterior estaba en buen estado y lo que había allí estaba seco porque, podéis estar seguros, lo primero que hice fue inspeccionar qué se había estropeado y qué permanecía en buen estado. Lo primero que vi fue que todas las provisiones del barco estaban secas e intactas y, como estaba en buena disposición para comer, entré en el depósito de pan y me llené los bolsillos de galletas, que fui comiendo, mientras hacía otras cosas, pues no tenía tiempo que perder. También encontré un poco de ron en el camarote principal, del que bebí un buen trago, pues, ciertamente me hacía falta, para afrontar lo que me esperaba. Lo único que necesitaba era un bote para llevarme todas las cosas que, según preveía, iba a necesitar.


Primeras exploraciones


Mi siguiente tarea era explorar el lugar y buscar un sitio adecuado para instalarme y almacenar mis bienes, a fin de que estuvieran seguros ante cualquier eventualidad. No sa bía aún dónde estaba; ni si era un continente o una isla, si estaba poblado o desierto, ni si había peligro de animales salvajes. Una colina se erguía, alta y empinada, a menos de una milla de donde me hallaba, y parecía elevarse por encima de otras colinas, que formaban una cordillera en dirección al norte. Tomé una de las escopetas de caza, una de las pistolas y un cuerno de pólvora y, armado de esta sazón, me dispuse a llegar hasta la cima de aquella colina, a la que llegué con mucho trabajo y dificultad para descubrir mi penosa suerte; es decir, que me encontraba en una isla rodeada por el mar, sin más tierra a la vista que unas rocas que se hallaban a gran distancia y dos islas, aún más pequeñas, que estaban como a tres leguas hacia el oeste.
Descubrí también que la isla en la que me hallaba era estéril y tenía buenas razones para suponer que estaba deshabitada, excepto por bestias salvajes, de las cuales aún no ha bía visto ninguna. Vi una gran cantidad de aves pero no sabía a qué especie pertenecían ni cuáles serían comestibles, en caso de que pudiera matar alguna. A mi regreso, le disparé a un pájaro enorme que estaba posado sobre un árbol, al lado de un bosque frondoso y no dudo que fuera la primera vez que allí se disparaba un arma desde la creación del mundo, pues, tan pronto como sonó el disparo, de todas partes del bosque se alzaron en vuelo innumerables aves de varios tipos, creando una confusa gritería con sus diversos graznidos; mas, no podía reconocer ninguna especie. En cuanto al pájaro que había matado, tenía el picó y el color de un águila pero sus garras no eran distintas a las de las aves comunes y su carne era una carroña, absolutamente incomestible.
Complacido con este descubrimiento, regresé a mi balsa y me puse a llevar mi cargamento a la orilla, lo cual me tomó el resto del día. Cuando llegó la noche, no sabía qué hacer ni dónde descansar, pues tenía miedo de acostarme en la tierra y que viniera algún animal salvaje a devorarme aunque, según descubrí más tarde, eso era algo por lo que no tenía que preocuparme.
No obstante, me atrincheré como mejor pude, con los arcones y las tablas que había traído a la orilla, e hice una especie de cobertizo para albergarme durante la noche. En cuanto a la comida, no sabía cómo conseguirla; había visto sólo dos o tres animales, parecidos a las liebres, que habían salido del bosque cuando le disparé al pájaro.


Dinero

Hacía trece días que estaba en tierra y había ido once veces al barco. En este tiempo, traje todo lo que un solo par de manos era capaz de transportar, aunque no dudo que, de haber continuado el buen tiempo, habría traído el barco entero a pedazos. Mientras me preparaba para el duodécimo viaje, me di cuenta de que el viento comenzaba a soplar con más fuerza. No obstante, cuando bajó la marea, volví hasta el barco. Cuando creía haber saqueado tan a fondo el camarote, que ya no hallaría nada más de valor, aún descubrí un casillero con cajones, en uno de los cuales había dos o tres navajas, un par de tijeras grandes y diez o doce tenedores y cuchillos buenos. En otro de los cajones, encontré cerca de treinta y seis libras en monedas europeas y brasileñas y en piezas de a ocho, y un poco de oro y de plata.
Cuando vi el dinero sonreí y exclamé:
-¡Oh, droga!, ¿para qué me sirves? No vales nada para mí; ni siquiera el esfuerzo de recogerte del suelo. Cualquiera de estos cuchillos vale más que este montón de dinero. No tengo forma de utilizarte, así que, quédate donde estás y húndete como una criatura cuya vida no vale la pena salvar. Sin embargo, cuando recapacité, lo cogí y lo envolví en un pedazo de lona. Pensaba construir otra balsa pero cuando me dispuse a hacerlo, advertí que el cielo se había cubierto y el viento se había levantado. En un cuarto de hora comenzó a soplar un vendaval desde la tierra y pensé que sería inútil pretender hacer una balsa, si el viento venía de la tierra. Lo mejor que podía hacer era marcharme antes de que subiera la marea pues, de lo contrario, no iba a poder llegar a la orilla. Por lo tanto, me arrojé al agua y crucé a nado el canal que se extendía entre el barco y la arena, con mucha dificultad, en parte, por el peso de las cosas que llevaba conmigo y, en parte, por la violencia del agua, agitada por el viento, que cobraba fuerza tan rápidamente, que, antes de que subiera la marea, se había convertido en tormenta.



Mobiliario


Entonces, comencé a dedicarme a fabricar las cosas que consideraba más necesarias, particularmente una silla y una mesa, pues sin estas no podía disfrutar de las pocas comodi dades que tenía en el mundo; no podía escribir, comer, ni hacer muchas cosas a gusto sin una mesa.
Así, pues, me puse a trabajar y aquí debo señalar que, puesto que la razón es la sustancia y origen de las matemáticas, todos los hombres pueden hacerse expertos en las ar tes manuales si utilizan la razón para formular y encuadrar todo y juzgar las cosas racionalmente. Nunca en mi vida había utilizado una herramienta, mas con el tiempo, con trabajo, empeño e ingenio descubrí que no había nada que no pudiera construir, en especial, si tenía herramientas; y hasta llegué a hacer un montón de cosas sin herramientas, algunas de ellas, tan solo con una azuela y un hacha, como, seguramente, nunca se habrían hecho antes; y todo ello con infinito esfuerzo. Por ejemplo, si quería un tablón, no tenía más remedio que cortar un árbol, colocarlo de canto y aplanarlo a golpes con mi hacha por ambos lados, hasta convertirlo en una plancha y, después, pulirlo con mi azuela. Es cierto que con este procedimiento solo podía obtener una tabla de un árbol completo pero no me quedaba otra alternativa que ser paciente. Tampoco tenía solución para el esfuerzo y el tiempo que me costaba hacer cada plancha o tablón; mas como mi tiempo y mi trabajo valían muy poco, estaban bien empleados de cualquier forma.
Con todo, según expliqué anteriormente, primero me hice una mesa y una silla con las tablas pequeñas que traje del barco en mi balsa. Más tarde, después de fabricar algu nas tablas, del modo que he dicho, hice unos estantes largos, de un pie y medio de ancho, que puse, uno encima de otro, a lo largo de toda mi cueva
para colocar todas mis herramientas, clavos y hierros; en pocas palabras, para tener cada cosa en su lugar de manera que pudiese acceder a todo fácilmente. Clavé, además, unos ganchos en la pared de la roca para colgar mis armas y todas las cosas que pudiese.
Si alguien hubiese visto mi cueva, le habría parecido un almacén general de todas las cosas necesarias en el mundo. Tenía todas mis pertenencias tan a la mano que era un placer ver un surtido tan amplio y ordenado de existencias.


Diario de un hombre hecho a sí mismo.

3 de mayo. Comencé a cortar un pedazo de travesaño que sostenía, según creía, parte de la plataforma o cubierta. Cuando terminé, quité toda la arena que pude de la parte más elevada pero la marea comenzó a subir y tuve que abandonar la tarea.
4 de mayo. Salí a pescar pero no cogí ni un solo pescado que me hubiese atrevido a comer y cuando me aburrí de esta actividad, justo cuando me iba a marchar, pesqué un pequeño delfín. Me había hecho un sedal con un poco de cuerda pero no tenía anzuelos; no obstante, a menudo cogía suficientes peces, tantos como necesitaba, y los secaba al sol para comerlos secos.
5 de mayo. Trabajé en los restos del naufragio, corté en pedazos otro travesaño y rescaté tres planchas de abeto de la cubierta, que até e hice flotar hasta la orilla cuando subió la marea.
6 de mayo. Trabajé en los restos del naufragio, rescaté varios tornillos y otras piezas de hierro, puse mucho ahínco y regresé a casa muy cansado y con la idea de renunciar a la tarea.
7 de mayo. Volví al barco pero sin intenciones de trabajar y descubrí que el casco se había roto por su propio peso y por haberle quitado los soportes, de manera que había va rios pedazos sueltos y la bodega estaba tan al descubierto que se podía ver a través de ella, aunque solo fuera agua y arena.
8 de mayo. Fui al barco con una barra de hierro para arrancar la cubierta que ya estaba bastante despejada del agua y la arena; arranqué dos planchas y las llevé hasta la orilla, nuevamente, con la ayuda de la marea. Dejé la barra de hierro en el barco para el día siguiente.
9 de mayo. Fui al barco y me abrí paso en el casco con la barra de hierro. Palpé varios toneles y los aflojé pero no pude romperlos. También palpé el rollo de plomo de Inglaterra y logré moverlo pero pesaba demasiado para sacarlo.
10, 11, 12, 13 y 14 de mayo. Fui todos los días al barco y rescaté muchas piezas de madera y planchas o tablas y doscientas o trescientas libras de hierro.
15 de mayo. Me llevé dos hachas pequeñas para tratar de cortar un pedazo del rollo de plomo, aplicándole el filo de una de ellas y golpeando con la otra pero como estaba a casi un pie y medio de profundidad, no pude atinar a darle ni un solo golpe.
16 de mayo. El viento sopló con fuerza durante la noche y el barco se desbarató aún más con la fuerza del agua, pero me quedé tanto tiempo en el bosque cazando palomas para comer, que la marea me impidió llegar hasta él ese día. 17 de mayo. Vi algunos restos del barco que fueron arrastrados hasta la orilla, a gran distancia, a unas dos millas de donde me hallaba. Resolví ir a investigar de qué se trataba y descubrí que era una parte de la proa, demasiado pesada para llevármela.
24 de mayo. Hasta esta fecha, trabajé diariamente en el barco y, con gran es fuerzo, logré aflojar tantas cosas con la barra de hierro que cuando subió la marea por primera vez, vinieron flotando hasta la orilla varios toneles y dos de los arcones de marino; pero el viento soplaba de la costa y no llegó nada más ese día, excepto unos pedazos de madera y un barril que contenía un poco de cerdo del Brasil, pero el agua y la arena lo habían estropeado.


Viernes huye

Mientras los observaba con el catalejo, vi que sacaban a dos infelices de los botes, donde los habían retenido hasta el momento del sacrificio. Observé que uno de ellos caía al suelo, abatido por un bastón o pala de madera, conforme a sus costumbres, e, inmediatamente, otros dos o tres se pusieron a despedazarlo para cocinarlo. Mientras tanto, la otra víctima permanecía a la espera de su turno. En ese mis mo instante, aquel pobre infeliz, inspirado por la naturaleza y por la esperanza de salvarse, viéndose aún con cierta li- bertad, comenzó a correr por la arena a una gran velocidad, en dirección a mi parte de la isla, es decir, hacia donde estaba mi morada.
Sentí un miedo de muerte (debo reconocerlo) cuando lo vi correr hacia mí, especialmente, porque sabía que sería perseguido por los demás. Esperaba que mi sueño se cum pliera y que, en efecto, se refugiase en mi cueva. Mas no podía esperar que los otros no lo siguieran hasta allí. No obstante, permanecí en mi
puesto y recobré el aliento cuando advertí que solo lo perseguían tres hombres y que él les llevaba una gran ventaja. Sin duda lograría escapar si sostenía su carrera por espacio de media hora.
Entre ellos y mi morada se hallaba aquel río que mencioné varias veces en la primera parte de mi historia, cuando describía el desembarco del cargamento que había resca tado del naufragio. Evidentemente, el pobre infeliz tendría que cruzarlo a nado, pues, de lo contrario, lo capturarían allí. Al llegar al río, el salvaje se zambulló y ganó la ribera opuesta en unas treinta brazadas, a pesar de que la marea estaba alta. Luego volvió a echar a correr a una velocidad extraordinaria. Cuando los otros tres llegaron al río, pude observar que solo dos de ellos sabían nadar. El tercero no podía hacerlo, por lo que se detuvo en la orilla, miró hacia el otro lado y no prosiguió. En seguida, se dio la vuelta y regre só lentamente, para mayor suerte del que huía.


Te llamaré Viernes

Era un joven hermoso, perfectamente formado, con las piernas rectas y fuertes, no demasiado largas. Era alto, de buena figura y tendría unos veintiséis años. Su semblante era agradable, no parecía hosco ni feroz; su rostro era viril, aunque tenía la expresión suave y dulce de los europeos, en especial, cuando sonreía. Su cabello era largo y negro, no crespo como la lana; su frente era alta y despejada y los ojos le brillaban con vivacidad. Su piel no era negra sino muy tostada, carente de ese tono amarillento de los brasileños, los nativos de Virgina y otros aborígenes americanos; podría decirse que, más bien, era de una aceitunado muy agradable, aunque difícil de describir. Su cara era redonda y clara; su nariz, pequeña pero no chata como la de los negros; y tenía una hermosa boca de labios finos y dientes fuertes, bien alineados y blancos como el marfil. Después de dormi tar durante media hora, se despertó y salió de la cueva a buscarme. Yo me hallaba ordeñando mis cabras, que estaban en el cercado contiguo y, cuando me vio, se acercó corriendo y se dejó caer en el suelo, haciendo toda clase de gestos de humilde agradecimiento. Luego colocó su cabeza sobre el suelo, a mis pies, y colocó uno de ellos sobre su cabeza, como lo había hecho antes. Acto seguido, comenzó a hacer todas las señales imaginables de sumisión y servidumbre, para hacerme entender que estaba dispuesto a obedecerme mientras viviese. Comprendí mucho de lo que quería decirme y le di a entender que estaba muy contento con él. Entonces, comencé a hablarle y a enseñarle a que él también lo hiciera conmigo. En primer lugar, le hice saber que su nombre sería Viernes, que era el día en que le había salvado la vida. También le enseñé a decir amo, y le hice saber que ese sería mi nombre. Le enseñé a decir sí y no, y a comprender el significado de estas palabras. Luego le di un poco de leche en un cacharro de barro, le mostré cómo bebía y mojaba mi pan. Le di un trozo de pan para que hiciera lo mismo e, inmediatamente lo hizo, dándome muestras de que le gustaba mucho.

Viernes habla

Este fue el año más agradable de todos los que pasé en este lugar. Viernes comenzó a hablar bastante bien y a entender los nombres de casi todas las cosas que le pedía y de los lugares a donde le ordenaba ir y llegó a ser capaz de conversar conmigo. De este modo, en poco tiempo, recuperé mi lengua, que durante mucho tiempo no tuve oportunidad de usar, me refiero al lenguaje. Aparte del placer que me provocaba hablar con él,`sentía una particular simpatía por el chico. Su honestidad no fingida se mostraba más claramente cada día y llegué a sentir un verdadero cariño hacia él. Por su parte, creo que me quería más que a nada en el mundo.
Un día, quise saber si sentía alguna inclinación por volver a su tierra y, como le había enseñado a hablar tan bien el inglés, que podía responder a casi cualquier pregunta, le interrogué si la nación a la que pertenecía había vencido alguna vez en alguna batalla. Con una sonrisa, me contestó: -Sí, sí, siempre luchan los mejores -lo cual quería decir que siempre vencían.
Entonces, comenzamos a dialogar de la siguiente ma nera:
-Ustedes siempre son los mejores -le dije -, entonces, ¿cómo es que caíste prisionero, Viernes?
Viernes: Mi nación venció mucho.
Amo: ¿Venció? Si tu nación venció, ¿cómo caíste prisionero?
Viernes: Ellos más muchos que mi nación en el lugar que yo estoy; ellos toman uno, dos, tres y yo; mi nación venció a ellos en el otro lugar donde yo no estaba; allá mi nación toman uno, dos, muchos miles.
Amo: Entonces, ¿por qué tu bando no os rescató de vuestros enemigos?
Viernes: Ellos tomaron uno, dos, tres y yo en la canoa. Mi nación no tener canoa esta vez.
Amo: Pues bien, Viernes, ¿qué hace tu nación con los hombres que toma prisioneros? ¿Se los lleva y se los come como ellos?
Viernes: Sí, mi nación también come hombres, come todo.
Amo: ¿Dónde los lleva?
Viernes: A otro sitio que piensan. Amo: ¿Vienen aquí?
Viernes: Sí vienen aquí y a otro lugar. Amo:¿Has estado aquí con ellos?
Viernes: Sí, he estado (y señala el extremo noroeste de la isla, que, al parecer, era su lado).

Así comprendí que mi siervo Viernes había estado antes entre los salvajes que solían venir a la costa, al extremo más remoto de la isla, para celebrar festines caníbales como el que lo había traído hasta aquí. Algún tiempo después, cuando hallé el valor de llevarlo a ese lado, el mismo que ya he mencionado, lo reconoció y me dijo que había estado allí una vez que se habían comido a v einte hombres, dos muje res y un niño. No sabía decir veinte en inglés, de manera que colocó veinte piedras en fila y las señaló para que yo las contara.

Tienes una versión íntegra de la novela en este enlace.




lunes, 23 de marzo de 2020

El siglo XVIII en Inglaterra: Daniel Defoe


En Francia y en Alemania se desarrollaron durante el siglo XVIII, sobre todo, el ensayo y la poesía, no tanto la novela, y esta, casi siempre, con criterios filosóficos o pedagógicos.
En Inglaterra, en cambio, la novela se desarrolló hasta colonizar la imaginación occidental. Asistimos aquí al principal impulso de la novela de aventuras (Robinson Crusoe), de ciencia ficción (Los viajes de Gulliver), sentimental (Pamela), experimental (Tristam Shandy), cervantina (Tom Jones) o gótica (El castillo de Otranto). 
Además de lo que solemos llamar racionalismo burgués hay un elemento que explica por qué en la literatura anglosajona ha habido menos crisis de la novela que en el resto de países de occidente. El escritor burgués tiene un público que no ve en la literatura una necesidad sino un placer intelectual. A estos lectores no les interesan ni el preciosismo estilístico ni la complejidad conceptual, de modo que la novela se exige claridad y sencillez. Es más importante lo que tienen que contar que no el modo exquisito que usen para contarlo.
El pionero de estos nuevos novelistas, Daniel Defoe, es un buen ejemplo. Durante su azarosa vida fue viajero, empresario, comerciante, político, panfletista (escritor de textos breves contra algo o contra alguien) y hasta recaudador de impuestos. No había pasado su vida en una biblioteca ni esperando la inspiración. Robinson Crusoe lo escribió con 60 años, cuando se retiraba de la vida pública, y tuvo un éxito formidable, entre otras razones porque el público creyó que lo que allí contaba era verdad. Él se había inspirado en una historia real: un marinero holandés, Selkrik, había estado durante cuatro años en una isla desierta. Cuando lo encontraron, estaba desnutrido y había perdido el juicio.
Es muy interesante que Defoe partiera de un hecho real: un naúfrago capaz de sobrevivir cuatro años, aunque se volviera loco. Desde entonces, infinidad de novelas han partido de una noticia de periódico, algo en lo que Defoe, editor de un periódico de economía, también fue pionero. Más de un siglo después, la misma Madame Bovary, obra maestra del realismo, nació de una noticia. Es decir, una historia real sobre alguien que podría ser uno de los lectores, quien podría, por así decirlo, soñarse a sí mismo en una situación así.
Pero lo genial de Defoe fue que su náufrago no está cuatro años sino veintiocho, y no solo no pierde la razón sino que se adapta perfectamente a las circunstancias. Solo se tiene a sí mismo y una Biblia que lee con frecuencia. y sobrevive. Es decir, Defoe partió, sí, de una historia real, pero se lo inventó todo. También Cervantes había partido de un hecho real (corría el romance de que alguien se había vuelto loco de leer novelas) y a partir de ahí se había dejado llevar por su imaginación.
Claro que, en el caso de Defoe, su narración no es pura imaginación como en el caso de Cervantes. Defoe era un dissenter, un disidente, como se llamaban a aquellos protestantes ingleses (él era presbiteriano) que no aceptaban de ningún modo la intervención del Estado en asuntos religiosos ni políticos. Muchos de estos dissenters eran pequeños comerciantes y artesanos que emigraron a América en sucesivas oleadas. En ellos se puede ver la ideología (que ahora llamaríamos ultraliberal) de los pioneros, reacios a que el Estado intervenga en nada. Y para ellos Robinson Crusoe era un héroe, el que mejor representaba el mito del self-made man, el hombre hecho a sí mismo. En la isla, Robinson no tiene nadie a quien pedir ayuda, y sin embargo se las arregla para llevar una vida ordenada, incluso para amueblar la cueva donde vive o llevar un régimen de vida saludable. Es optimista, y de cada circunstancia difícil de su vida se esfuerza en sacar la parte positiva. Es célebre una página en la que Robinson opone lo bueno y lo malo de su situación.

Comencé a considerar seriamente mi condición y las circunstancias a las que me veía reducido y decidí poner mis asuntos por escrito, no tanto para dejarlos a los que acaso vinieran después de mí, pues era muy poco probable que tuviera descendencia, sino para liberar los pensamientos que a diario me afligían. A medida que mi razón iba dominando mi abatimiento, empecé a consolarme como pude y a anotar lo bueno y lo malo, para poder distinguir mi situación de una peor; y apunté con imparcialidad, como lo harían un deudor y un acreedor, los placeres de que disfrutaba, así como las miserias que padecía, de la siguiente manera:
Malo
He sido arrojado a una horrible isla desierta, sin esperanza alguna de salvación.
Al parecer, he sido aislado y separado de todo el mundo para llevar una vida miserable.
Estoy separado de la humanidad, completamente aislado, desterrado de la sociedad humana.
No tengo ropa para cubrirme.
No tengo defensa alguna ni medios para resistir un ataque de hombre o bestia.
No tengo a nadie con quien hablar o que pueda consolarme.
Bueno
Pero estoy vivo y no me he ahogado como el resto de mis compañeros de viaje.
Pero también he sido eximido, entre todos los tripulantes del barco, de la muerte; y Él, que tan milagrosamente me salvó de la muerte, me puede liberar de esta condición.
Pero no estoy muriéndome de hambre ni pereciendo en una tierra estéril, sin sustento.
Pero estoy en un clima cálido donde, si tuviera ropa, apenas podría utilizarla.
Pero he sido arrojado a una isla en la que no veo animales feroces que puedan hacerme daño, como los que vi en la costa de África; ¿y si hubiese naufragado allí?
Pero Dios envió milagrosamente el barco cerca de la costa para que pudiese rescatar las cosas necesarias para suplir mis carencias y abastecerme con lo que me haga falta por el resto de mi vida.
En conjunto, este era un testimonio indudable de que no podía haber en el mundo una situación más miserable que la mía. Sin embargo, para cada cosa negativa había algo positivo por lo que dar gracias. Y que esta experiencia, obtenida en la condición más desgraciada del mundo, sirva para demostrar que, aun en la desgracia, siempre encontraremos algún consuelo, que colocar en el cómputo del acreedor, cuando hagamos el balance de lo bueno y lo malo.
Habiendo recuperado un poco el ánimo respecto a mi condición y renunciando a mirar hacia el mar en busca de algún barco; digo que, dejando esto a un lado, comencé a ocuparme de mejorar mi forma de vida, tratando de facilitarme las cosas lo mejor que pudiera.

Lo malo es cuando dice: «Dios envió milagrosamente el barco cerca de la costa para que pudiese rescatar las cosas necesarias para suplir mis carencias y abastecerme con lo que me haga falta por el resto de mi vida». Es la clave de la novela, lo menos realista y verosímil. En efecto, Robinson encuentra el barco encallado, lleno de grano para cultivar, armas, pólvora en perfecto estado, herramientas, alimentos duraderos, etc. Es decir, como si hubiera naufragado con todo lo necesario. El pobre Selkrik no tuvo un barco-supermercado encallado en la playa de la isla Juan Fernández.
En la novela, Robinson es un joven con ganas de aventuras que se escapa de su casa a los dieciocho años y se va a correr mundo. Después de un primer naufragio, es capturado por un pirata; se evade y parte para el Brasil, donde trabaja como plantador; luego, vuelve a embarcarse rumbo a Guinea y naufraga por segunda vez. Es el único superviviente del naufragio, y las olas lo arrastran a la orilla de una pequeña isla desierta en la desembocadura del río Orinoco. Pasa años dedicado a sobrevivir haciendo uso de su extaordinaria habilidad (es un perfecto manitas) y su indesmayable optimismo. Vive en la más absoluta soledad hasta que tiene que salvarle la vida a un nativo que es perseguido por caníbales. Robinson lo bautiza con el nombre de Viernes, y lo trata como a un amigo y un criado fiel. Tras 28 años de permanencia en la isla, y en un genuino deus ex machina, una nave que pasa por allí lo devuelve a Inglaterra, de donde más tarde volverá a ir al Brasil a dedicarse a sus negocios.
En realidad Viernes es una solución cervantina que utilizó Defoe para diseñar la perfecta relación social, la de amo y siervo que se llevan bien. Para los ingleses, su espíritu viajero quedaba reflejado en ese hombre que sabía reproducir su vida civilizada en cualquier sitio y en cualquier circunstancia, así como su curiosidad geográfica, biológica y antropológica y sus costumbres inconfundiblemente británicas.
Defoe dejó una extensa obra con novelas como Moll Flanders, biografías como la del capitán Singleton, panfletos e incluso una (atribuida) historia de la piratería en varios volúmenes. También escribió un importante Diario del año de la peste, con el que sucedió justo lo contrario que con Robinson: Defoe había investigado en archivos municipales y todo lo que contaba era real, y sin embargo, al contrario de lo que sorprendentemente sucedió con Robinson, la gente pensó que era ficción. Es posible que nosotros también recordemos estos días como pura ficción.
Robinson sigue siendo la primera gran novela inglesa, por su agilidad, por su interés narrativo, pero también porque describe perfectamente una mentalidad que arraigó en América y que sigue siendo una de las principales opciones políticas de los ciudadanos, el individualismo a ultranza.

jueves, 19 de marzo de 2020

Literatura del siglo XVIII en Alemania



Mientras Francia desarrollaba el clasicismo y extendía su influencia, en Alemania nace una corriente que desembocará en el Romanticismo. Durante la primera mitad del XVIII, la influencia francesa también llega a Alemania, pero, entre los muchos autores, hay uno Klopstock (1724-1803), cuyos versos leerá Werther, que ya indica un cambio de sensibilidad. Kopstock era un poeta dedicado a temas bíblicos sobre todo, pero hay en sus poemas, en medio del estilo clásico, momentos de conmoción que ya prefiguran la llegada del Romanticismo. En este poema de Klopstock puedes ver ese cambio, esa conmoción, esa mezcla de poesía religiosa y prerromántica.

La fiesta de la primavera

" ¡No quiero lanzarme 
al océano 
que abraza los cuerpos celestes todos! 
¡No elevarme hasta donde los primeros que fueron creados, 
los coros jubilosos de los hijos de la luz, 
adoran, adoran con profundo fervor, 
y pasan su existencia embargados en el éxtasis! 
Sólo quiero flotar 
y adorar, 
en derredor de la gota del cubo, 
en derredor de la tierra. 
¡Aleluya! ¡Aleluya!! 
¡También la gota del cubo 
fluyó de la mano del Todopoderoso! 
Cuando de la mano del Todopoderoso 
Surgieron las Tierras más grandes, 
Cuando los torrentes de luz 
surcaron, veloces, el espacio, y se convirtieron en Oriones: 
¡Entonces fue cuando la diminuta gota 
Salió de la mano del Todopoderoso! 
¿Quiénes son los miles y miles, 
los centenares de miles de miríadas 
Que pueblan la gota? 
¿Y los que la poblaron? 
¿Quién soy yo? 
¡Aleluya al Creador! 
¡Más veces que cuantos planetas hay que por él surgieron! 
¡Más veces que Oriones hay, 
Surgidos al confluir y fundirse los rayos de la luz! 
Pero tú, luciérnaga primaveral 
que juegas a mi lado, 
dorada y verdosa: 
¡Tú vives 
Y quizás. no eres 
Ay, inmortal! 
He salido a fuera 
A adorar, 
¿y lloro? 
Perdónale, perdónale a este ser finito 
También estos sus sueños, 
¡Oh tú, que siempre serás!. 
Tú desvanecerás 
Todas mis dudas 
¡Oh tú, que me guiarás 
Por el obscuro valle de la muerte! 
Será entonces cuando lo sepa: 
¿Tenía alma 
la dorada luciérnaga? 
Si tú, luciérnaga, 
Sólo eras polvo moldeado 
¡entonces vuelve a convertirte de nuevo 
En polvo volátil 
O en lo que quiera el Eterno!. “

Pero en Alemania la segunda mitad del siglo está presidida por la gigantesca figura de Goethe. La sociedad ha cambiado, ya es mayoritariamente burguesa. Los intelectuales empiezan a ser sustituidos por la banalidad y el entretenimiento. El racionalismo ilustrado ya no era más que un optimismo paternalista y una filosofía del sentido común. Algunos como Herder (también influidos por Klopstok) plantean un regreso al individuo, al conocimiento de uno mismo, no solo de sus obligaciones racionales sino también de sus pasiones. Herder también anima a valorar lo propio, las tradiciones alemanas, inaugurando una especie de nacionalismo cultural que después será una de las principales características del Romanticismo.
Esta nueva sensibilidad da lugar al grupo literario Tempestad y empuje (Sturm und drang), en la que jóvenes como Shiller o Goethe iniciarán sus carreras. Su idea es que el arte y la literatura deben recomponer al individuo que la nueva sociedad y el racionalismo ilustrado han desposeído de su interior trágico. Shiller admiraba, por ejemplo, a Calderón de la Barca, porque veía en él un autor profundo, intelectual, filosófico, que mantenía la integridad misteriors del arte. También difundió literatura popular con su célebre Guillermo Tell.
Goethe, la figura más importante de la literatura alemana de todos los tiempos, dio con la clave del Romanticismo, que él se puede decir que inauguró, con la publicación de Las desventuras del joven Werther, cuyo argumento es el siguiente: Werther es un alma ardiente y apasionada que se enamora de Carlota, antes de enterarse de que ya está prometida con Albert. Pero Albert es un hombre racional, y aunque duda de Werther, consiente que frecuente su casa y vea a Carlota, quien se siente cada vez más atraída por él, hasta el punto de que se deja besar. Albert ha salido de viaje, y, un tanto cínicamente, le ha ofrecido a Werther su propia arma de fuego. Werther entiende que Carlota lo rechace, pero no lo puede soportar y, pretextando un viaje, se suicida.
Como veremos más adelante, en esta obra ya están todas las características del Romanticismo. Goethe, sin embargo, no abandonó el gusto clásico, aunque con esa nueva ambición de poner al individuo por encima de todo. Entre otras muchas obras (novelas, ensayos, poesía, teatro), Goethe escribió el Fausto, una de las piezas que más influencia han tenido en la literatura posterior. Su argumento, que adapto de un resumen, está lleno de referencias clásicas que os sonarán:

La historia comienza cuando Dios hace un pacto con Mefistófeles que, igual que los pactos entre dioses antiguos, consiste en desviar a Fausto del camino del bien. En la fiesta de Pascua el frustrado Fausto va a dar un paseo con Wagner y recoge un perro, este se transforma en el mismo diablo y hace un trato de sangre con él según el que Fausto vende su alma al diablo para que este cumpla sus deseos. 
Fausto conoce a Margarita, se siente atrído por ella y, con ayuda de Mefistófeles, la conquista. La madre de Margarita muere por una poción somnífera que le dió su hija para poder estar con Fausto, y después ella descubre que está embarazada. El hermano cree que Fausto se aprovechó de ella, ambos se enfrentan y, con ayuda del diablo, Fausto mata a Valentín. Margarita ahoga a su hijo, como Medea, y es condenada por asesinato. En prisión ella se vuelve loca, se niega a escapar y muere. 
Fausto se despierta en un mundo mágico, y viaja en el tiempo y en el espacio. Ayuda al emperador de Alemania, va a una fiesta de criaturas fantásticas y es encantado por el fantasma de Helena, con quien procrea a Euphorion, y al morir su madre lo acompaña a las tinieblas. Fausto regresa junto al emperador y éste le da tierras en la costa por ayudarlo en una batalla. Allí Fausto muere y pierde su apuesta, pero, con la ayuda de los ángeles, ca al cielo y vuelve al lado de su amor, Margarita.

Volveremos, sobre todo, con el Werther, pero os dejo, para terminar, un par de poemas de Goethe, donde claramente se ve esa nueva sensibilidad.

La hermosa noche

Abandonar debo el chozo
donde vive mi adorada,
y con paso sigiloso
vago por la selva árida;
brilla la luna en la fronda,
alienta una brisa blanda,
y el abedul, columpiándose,
a ella eleva su fragancia.
¡Cómo me place el frescor
de la bella noche estiva!
¡Qué bien se siente aquí
lo que nos llena de dicha!
¡Trabajo cuesta decirlo!…
Y sin embargo, daría
yo mil noches como esta
por una junto a mi amiga.

La despedida

¡Deja que adiós te diga con los ojos,
ya que a decirlo niéganse mis labios!
¡La despedida es una cosa seria
aun para un hombre, como yo, templado!
Triste en el trance se nos hace, incluso
del amor la más dulce y tierna prueba;
frío se me antoja el beso de tu boca
floja tu mano, que la mía estrecha.
¡La caricia más leve, en otro tiempo
furtiva y volandera, me encantaba!
Era algo así cual la precoz violeta,
que en marzo en los jardines arrancaba.
Ya no más cortaré fragantes rosas
para con ellas coronar tu frente.
Frances, es primavera, pero otoño

para mí, por desgracia, será siempre.