martes, 11 de diciembre de 2012

Azul


Rubén Darío
ACUARELA

     Primavera. Ya las azucenas floridas y llenas de miel han abierto sus cálices pálidos bajo el oro del sol. Ya los gorriones tornasolados, esos amantes acariciadores, adulan a las rosas frescas, esas opulentas y purpuradas emperatrices; ya el jasmín, flor sencilla, tachona los tupidos ramajes, como una blanca estrella sobre un cielo verde. Ya las damas elegantes visten sus trajes claros, dando al olvido las pieles y los abrigos invernales. Y mientras el sol se pone, sonrosando las nieves con una claridad suave, junto a los árboles de la Alameda que lucen sus cumbres resplandecientes en un polvo de luz, su esbeltez solemne y sus hojas nuevas, bulle un enjambre ajeno a ruido de música, de cuchicheos vagos y de palabras fugaces.
     He aquí el cuadro. En primer término está la negrura de los coches que explende y quiebra los últimos reflejos solares, los caballosorgullosos con el brillo de sus arneces, y con sus cuellos estirados e inmóviles de brutos heráldicos; los cocheros taciturnos, en su quietud de indiferentes, luciendo sobre las largas libreas los botones metálicos flamantes; y en el fondo de los carruajes, reclinadas como odaliscas, erguidas como reinas, las mujeres rubias de los ojos soñadores, las que tienen cabelleras negras y rostros pálidos, las rosadas adolescentes que ríen con alegría de pájaro primaveral, bellezas lánguidas, hermosuras audaces, castos lirios albos y tentaciones ardientes.
     En esa portezuela está un rostro apareciendo de modo que semeja el de un querubín, por aquélla ha salido una mano enguantada que se dijera de niño, y es de morena tal que llama los corazones, más allá se alcanza a ver un pie de Cenicienta con un zapatito oscuro y media lila, y acullá, gentil con sus gestos de diosa, bella con su color de marfil amapolado, su cuello real y la corona de su cabellera, está la Venus de Milo, no manca, sino con dos brazos, gruesos como los muslos de un querubín de Murillo, y vestida a la última moda de París, con ricas telas de Prá.
     Más allá está el oleaje de los que van y vienen: parejas de enamorados, hermanos y hermanas, grupos de caballeritos irreprochables; todo en la confusión de los rostros, de las miradas, de los colorines, de los vestidos, de las capotas: resaltando a veces en el fondo negro y aceitoso de los elegantes dumas, una cara blanca de mujer, un sombrero de paja adornado de colibríes, de cintas o de plumas, y el inflado globo rojo, de goma, que pendiente de un hilo lleva un niño risueño, de medias azules, zapatos charolados y holgado cuello a la marinera.
     En el fondo, los palacios elevan al azul la soberbia de sus fachadas, en las que los álamos erguidos rayan columnas hojosas entre el abejeo trémulo y desfalleciente de la tarde fugitiva.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Poema de Fernán González



Elogio de España


Por eso vos los digo    que bien lo entendades:
mejor es que otras tierras    en la que voz morades,
de todo es bien conplida    en la que vos estades,
dezir vos e agora    quantas ha de bondades.

Tierra es muy temprada    sin grandes calenturas,
no fazen en ivierno    destempladas friuras;
no es tierra en el mundo    que aya tales pasturas,
arboles pora fruta    siquier de mil naturas.

Sobre todas las tierras    mejor es la montaña,
de vacas e ovejas    non ha tierra tamaña,
tanto ha de puercos    que es fiera fazaña,
sirven se muchas tierras    de las cosas d'España.

Es de lino e de lana    tierra mucho abastada,
de çera sobre todas    buenta tierra provada,
non seria d'azeite    en mundo tal fallada,
Inglatierra nin Francia    d'esto es abondada.

Buena tierra de caça    e buena de venados,
de rio e de mar    muchos buenos pescados,
quien los quiere rezientes, quien los quiere salados,
son d'estas cosas tales    pueblos muy abastados.

De panes e de vinos    tierra muy comunal,
non fallarien en mundo    otra mejor nin tal,
muchas de buenas fuentes,    mucho rio cabdal,
otras muchas mineras    de que fazen la sal.

Ha y venas de oro,    son de mejor barata,
muchas de buenas venas    de fierro e de plata;
ha en sierras e valles    mucha de buena mata,
todas llenas de grana    proa fer escarlata.

Por lo que ella mas val    aun non lo dixemos:
es mucho mejor tierra    de las que nunca viemos,
de los buenoc caveros     aun mençión non fiziemos,
nunca tales caveros     en el mundo non viemos.

Dexar vos quiero d'esto,    assaz vos he contado,
non quiero mas dezir,    que podrie ser errado,
pero no olvidemos    al apostol honrado,
fijo de Zebedeo,    Santiago llamado.

Fuerte mient quiso Dios    a España honrar,
quando al santo apostol    quiso y enbiar;
d'Inglatierra e Françia    quiso la mejorar,
sabet, non yaz apostol    en todo aquel logar.

Onro le otra guisa    el preçioso Señor,
fueron y muchos santos    muertos por el su amor,
de morir a cochillo    non ovieron temor,
muchas virgenes santas,    mucho buen confessor.

Commo ella es mejor    de las sus vezindades,
assi sodes mejores    los que España morades,
omens sodes sesudos,    mesura heredades,
d'esto por todo el mundo    muy grand preçio ganades.



Libro de Apolonio



En Antioquía, el rey Antioco vive incestuosamente con su hija. Para no perderla propone una fácil adivinanza a los que la pretenden; si no la resuelven serán decapitados. Apolonio, rey de Tiro, se ha enamorado de ella por las noticias que circulaban de su extrema belleza; llega a Antioquía y de solución al enigma, que alude precisamente al pecado de Antioco, aunque éste lo niegue y le dé treinta días de plazo para resolverlo. Vuelve Apolonio a Tiro, pero, apesadumbrado por su fracaso, marcha a correr aventuras.
               Llega con sus acompañantes a Tarso; entre tanto Antioco trama contra él asechanzas. De ellas se entera por Elánico, pero sigue en la ciudad hasta que su amigo Estrángilo le aconseja, por su propio bien y por el de Tarso, que huya a Pentápolis. Primera tempestad y naufragio. Solo se salva Apolonio.
               Un pescador de Pentápolis, a quien relata sus cuitas, comparte con él mesa y vestido y le señala el camino de la ciudad. En una interesante escena del juego de la pelota Apolonio muestra su destreza y es invitado, por ello, a comer en el palacio del rey Architrastres. Nuevo pasaje célebre en que Luciana, la hija del rey, toca la vihuela, y, después, lo hace Apolonio. Comienza el delicioso enamoramiento de Luciana hacia el náufrago vihuelista, logrando de su padre que le nombre su maestro de música. El enamoramiento culmina con las bodas de Luciana y Apolonio. Cuando Luciana está preñada de siete meses llega una nave de Tiro y se enteran de la trágica muerte de Antioco y su hija, y de que en Antioquía esperan a Apolonio, que resolvió el enigma, como nuevo rey. Embarca con su esposa, a quien acompaña su aya Licórides, camino de Antioquía. En la nave tiene lugar el parto de Luciana: una niña, Tarsiana. A la madre la creen muerta y, como es de mal agüero llevar un cadáver a bordo, es arrojada al mar en un rico ataúd.
               El relato continúa con la historia de Luciana. El ataúd llega a Éfeso donde un médico joven y sabio la devuelve a la vida. Queda Luciana como abadesa de un monasterio consagrado a Diana.
               Retoma el poeta las andanzas del rey de Tiro, que desembarca, desesperado de tristeza, en Tarso. Acude a casa de Estrángilo, donde deja a su hija, con el aya Licórides, mientras él, jurando no cortarse el pelo ni las uñas hasta procurar un buen matrimonio a su hija, se embarca entristecido hacia Egipto. Estrángilo y su mujer Dionisa dan una esmerada educación a Tarsiana, pero no le confiesan de quién es hija; lo hace Licórides en trance de muerte. La belleza de Tarsiana ciega de envidia a Dionisa, que acaba por contratar a Teófilo para que le dé muerte cuando por la mañana acuda, como suele, al sepulcro de su aya. En ese preciso momento aparecen unos ladrones en una galera, piratas por lo tanto, que hacen huir a Teófilo y raptan a Tarsiana; sin embargo, Teófilo dice a Dionisa que ha llevado a cabo su encargo.
               Los ladrones llegan a Mitilene y allí sacan a Tarsiana a subasta. El príncipe de la ciudad, Antinágoras, puja por ella, pero acaba llevándosela un rufián que pone su virginidad a precio. El primero en acudir es Antinágoras, y Tarsiana, con sus ruegos, consigue que el príncipe la respete. Lo mismo sucede con cuantos allí acudieron. La niña, además, logra convencer al leno de que conseguiría más dinero para él si la dejara salir al mercado a tocar la vihuela. Comienza aquí otro de los episodios más célebres del libro: Tarsiana juglaresa.
               La narración vuelve a Apolonio. Pasados todos estos años torna de Egipto, en busca de su hija, a Tarso, y el matrimonio le informa de su muerte. Acude a su presunto sepulcro, pero no puede verter una lágrima por lo que intuye que Tarsiana no yace allí. Se embarca con intención de ir a Tiro y una nueva tempestad los desvía a Mitilene.
               Es tanta la desesperación de Apolonio que prohíbe a sus hombres que le hablen: yace recostado en el fondo de la nave, surta en Mitilene. Antinágoras pasa por allí, ve la nave y se empeña en conocer a Apolonio, sin lograr consolarlo. Se le ocurre entonces enviar por Tarsiana para que lo alegre. Ya tenemos juntos a padre e hija, pero no se conocen. Tarsiana, una y otra vez, acude a todos sus recursos para consolar al que ignora que es su padre; en su frustración acaba echándole los brazos al cuello a lo que responde Apolonio abofeteándola; llora la niña y en sus quejas relata su historia. Primera anagnórisis: reconocimiento de padre e hija y explosión de alegría del padre. Antinágoras pide la mano de Tarsiana y la obtiene. Gran contento en Mitilene, donde levantan una estatua a Apolonio con su hija y condenan a muerte al rufián.
               Camino de Tiro el padre y los esposos, una aparición le aconseja a Apolonio dirigirse a Éfeso, al templo de Diana. El rey de Tiro cumple todo lo que la visión le ordena y se produce el segundo reconocimiento: Apolonio y su mujer Luciana. Todos se dirigen a Tarso.
               Alegría en Tarso. Castigo de Estrángilo y Dionisa, mientras que es indultado Teófilo. Por fin marcha Apolonio a Antioquía a hacerse cargo del imperio, que cede a su yerno Antinágoras. Todos visitan Pentápolis, donde Luciana tiene un nuevo hijo, ahora varón. El fin del relato se apresura, muere el rey Architrastres y su yerno Apolonio hereda el reino, aunque acabará dejándolo a su hijo, pequeño pero bien aconsejado. No se olvida de premiar al pescador que le atendió cuando llegó desvalido. Arreglados todos los asuntos que le conciernen, Apolonio regresa a su tierra natal con su mujer Luciana, y allí vive feliz hasta su muerte. Reflexiones finales sobre la caducidad de lo mundano.

(Resumen de Carmen Monedero)