viernes, 30 de septiembre de 2011

30. ¡Serás capaz!

JASÓN
Muchas veces he visto que son los caracteres 
ásperos un incordio con el que no hay quien luche.
Así tú, que podías conservar casa y tierra 
llevando con buen ánimo las reglas del que manda, 
por tus locas palabras expulsada te ves. 
Y no es que ello me importe: por mí no ceses nunca 
de repetir que no hay hombre peor que Jasón. 
Pero, después de cuanto de los reyes has dicho, 
date por satisfecha con un destierro solo. 
Yo, queriendo que aquí te quedases, sus  iras 
por apaciguar siempre me esforcé; pero tú 
no cejabas en esa necedad e insultábasles 
mil veces hasta que del país te arrojaron. 
Mas, aun así, aquí estoy, soy fiel a mis amigos 
y por ti me preocupo, mujer, para que no 
te vayas con tus hijos en la indigencia estando 
o en la necesidad; pues son muchos los males 
que al exilio acompañan. Y, aunque tu me detestes, 
no sentiré jamás aversión hacia ti.
MEDEA
¡Oh, pésimo entre todos, que es el mayor insulto 
con que pueda mi lengua tu maldad fustigar! 
¿Has venido a nosotros tú, el más que nadie odiado? 
No es eso atrevimiento ni tampoco valor,
mirar de frente a aquellos a quienes se ha hecho mal,
sino la mayor plaga que se da entre los hombres,
el impudor. Hiciste bien empero en venir:
yo desahogaré mi alma con lo que he de decirte
y tú padecerás cuando oigas mis injurias.
Comenzaré ante todo por cómo comenzó.
Te salvé, como salven cuantos de los Helenos
contigo en la nave Argo se embarcaron, al ser
tú enviado a gobernar a los toros de soplo
ígneo y a arar con ellos la yugada mortal.
Y a aquel dragón insomne de innúmeras volutas
que con su cuerpo el áureo vellocino guardaba 
muerte le di alumbrándole con mi luz salvadora.
Dejé luego mi casa y a mi padre contigo
a Yolco la peliótide me vine, más vehemente
que cuerda siendo en ello maté después a Pelias 
del más penoso modo que pueda hallarse, a manos
de sus hijas, y así tú temor disipé.
Y tú, el peor de los hombres, tras ese tratamiento
mío quieres dejarme y a un nuevo lecho vas
teniendo hijos de mí; pues, si ellos te faltaran,
disculpable el buscar nuevas nupcias sería.
Se esfumó de tal guisa la fe del juramento
y o crees que no imperan ya los dioses de entonces
o que nueva es la ley de los hombres de ahora
pues para mí convicto resultas de perjurio.
¡Ay, mi mano derecha, que tanto me tomaste!
¡Mis rodillas, que fuisteis falsamente abrazadas
por un vil que al hacerlo mi esperanza engañó!
Veamos, a consultarte voy como si un amigo
fueras. ¿Qué es lo que espero? Nada, mas, [sin embargo,
lo haré porque pudor tus respuestas te den. 
¿Adónde ahora me vuelvo? ¿Tal vez a la paterna 
casa, que traicioné con mi patria al seguirte? 
¿Con las pobres Pelíades? ¡Que bien recibirían
en su morada a aquella que a su padre mató!
Pues he aquí lo que ocurre: mis amigos de antaño 
me aborrecen y aquellos a quienes no debí 
maltratar como lo hice sólo por complacerte. 
¡Y hoy entre las mujeres de la Hélade envidiable 
ciertamente parezco después de tal conducta!
¡Es admirable y fiel, pobre de mí, mi esposo!
¡Voy a ser del país desterrada, expulsada, 
con mis hijos tan solos como yo, sin amigos! 
¡Qué bochorno el del novio, que en mendiguez errante 
anden por ahí tus hijos y yo, que le salvé! 
¡Oh, Zeus, que a los humanos diste claros indicios 
para reconocer la mala ley del oro!, 
¿cómo ninguna seña colocaste en los cuerpos 
con que al hombre perverso pudiera distinguirse?
CORIFEO
Es tremenda y difícil de aplacar la iracundia 
que a querella de amigos contra amigos induce.
JASÓN
Me toca, al parecer, no ser mal orador,
sino, como el experto piloto de un bajel,
capear con las solas fajas de mi velamen
esa impúdica cháchara con que, mujer, me acosas.
Yo, frente a tal manera de realzar tus favores,
creo que entre los dioses y los hombres es Cipris
la única a quien debió mi flota su salud.
Tu espíritu es sutil, pero odioso resúltate
el tener que contar cómo Eros te obligó
con invencibles dardos a salvar mi persona.
Mas no aquilataré demasiado este punto:
de aquel modo o del otro me salvaste y en paz.
Pero en tal salvación fue más lo que tomaste
que lo que recibí, como demostraré.
Habitas ante todo tierra helena y no bárbara,
conoces la justicia y el vivir según ley
y no bajo el imperio tan sólo de la fuerza.
No hay heleno ninguno que ignore que eres sabia
y así tienes prestigio; si siguieras viviendo
en el fin de la tierra, nadie de ti hablaría.
Y a mí ni oro en mi casa me des ni el cantar himnos
más hermosos que Orfeo si ello no va a traerme
el gozar de una fama que distinga  mis dotes.
Eso es lo que tenía que decir de mi viaje,
y ello porque tú fuiste la que inició el litigio.
Y en cuanto a la real boda que tú me echas en cara,
en eso mostraré que ante todo soy hábil
y también moderado y además gran amigo 
de ti y de nuestros hijos;
Ante los gestos indignados de  Medea.
mas manténte tranquila.
Una vez que aquí estoy, venido de la tierra
yolcia y tras mí trayendo problemas insolubles,
¿qué golpe de fortuna pude encontrar mejor
que unirme, un desterrado, con la hija del monarca?
Y no, si ello te escuece, porque odiara tu lecho
o me hiriera el deseo de tener nueva esposa
o de rivalizar con padres de más hijos
—bastan ya los que tengo, no me apetecen otros—,
sino, cosa importante, para que bien viviéramos
sin carecer de nada, sabiendo que a los pobres 
les huyen los amigos, todos de ellos se apartan;
para que en forma digna de esta casa se criasen
mis hijos, a los cuales yo les daría hermanos
que, habitando con ellos en un linaje unido,
nos hicieran felices. ¿A qué más descendientes? 
A mí sólo me importa que los nacidos hoy
gocen de otros futuros. ¿Es malo esto? Tú misma
lo aceptaras si no te irritase el pensar
en la cama. Que a un grado tal llegáis las mujeres
como para creer que todo lo tenéis
si ello va bien; y, en cambio, cuando no, en enemigas
os tornáis de lo que es más conveniente y justo.
 Deberían los hombres buscar otra manera
 de engendrar a la prole sin sexo femenino,
 y así no sufriría mal alguno el varón.
 CORIFEO
 Bien adornado está, Jasón, eso que dices,
 pero a mí me parece que, aunque otra cosa creas,
 no obras bien al estar traicionando a tu esposa.

Eurípides, Medea 

29. No quieras saber

EDIPO.- ¡Oh Tiresias, que todo lo manejas, lo que debe ser enseñado y lo que es secreto, los asuntos del cielo y los terrenales! Aunque no ves, comprendes, sin embargo, de qué mal es víctima nuestra ciudad. A ti te reconocemos como único defensor y salvador de ella, señor. Porque Febo, si es que no lo has oído a los mensajeros, contestó a nuestros embajadores que la única liberación de esta plaga nos llegaría si, después de averiguarlo correctamente, dábamos muerte a los asesinos de Layo o les hacíamos salir desterrados del país. Tú, sin rehusar ni el sonido de las aves ni ningún otro medio de adivinación, sálvate a ti mismo y a la ciudad y sálvame a mí, y líbranos de toda impureza originada por el muerto. Estamos en tus manos. Que un hombre preste servicio con los medios de que dispone y es capaz, es la más bella de las tareas.
TIRESIAS.- ¡Ay, ay! ¡Qué terrible es tener clarividencia cuando no aprovecha al que la tiene! Yo lo sabía bien, pero lo he olvidado, de lo contrario no hubiera venido aquí.
EDIPO.- ¿Qué pasa? ¡Qué abatido te has presentado!
TIRESIAS.- Déjame ir a casa. Más fácilmente soportaremos tú lo tuyo y yo lo mío si me haces caso.
EDIPO.- No hablas con justicia ni con benevolencia para la ciudad que te alimentó, si la privas de tu augurio.
TIRESIAS.- Porque veo que tus palabras no son oportunas para ti. ¡No vaya a ser que a mí me pase lo mismo...!
(Hace ademán de retirarse.)
EDIPO.- No te des la vuelta, ¡por los dioses!, si sabes algo, ya que te lo pedimos todos los que estamos aquí como suplicantes.
TIRESIAS.- Todos han perdido el juicio. Yo nunca revelaré mis desgracias, por no decir las tuyas.
EDIPO.- ¿Qué dices? ¿Sabiéndolo no hablarás, sino que piensas traicionarnos y destruir a la ciudad?
TIRESIAS.- Yo no quiero afligirme a mí mismo ni a ti. ¿Por qué me interrogas inútilmente? No te enterarás por mí.
EDIPO.- ¡Oh el más malvado de los malvados, pues tú llegarías a irritar, incluso, a una roca! ¿No hablarás de una vez, sino que te vas a mostrar así de duro e inflexible?
TIRESIAS.- Me has reprochado mi obstinación, y no ves la que igualmente hay en ti, y me censuras.
EDIPO.- ¿Quién no se irritaría al oír razones de esta clase con las que tú estás perjudicando a nuestra ciudad?
TIRESIAS.- Llegarán por sí mismas, aunque yo las proteja con el silencio.
EDIPO.- Pues bien, debes manifestarme incluso lo que está por llegar.
TIRESIAS.- No puedo hablar más. Ante esto, si quieres irrítate de la manera más violenta.
EDIPO.- Nada de lo que estoy advirtiendo dejaré de decir, según estoy de encolerizado. Has de saber que parece que tú has ayudado a maquinar el crimen y lo has llevado a cabo en lo que no ha sido darle muerte con tus manos. Y si tuvieras vista, diría que, incluso, este acto hubiera sido obra de ti solo.
TIRESIAS.- ¿De verdad? Y yo te insto a que permanezcas leal al edicto que has proclamado antes y a que no nos dirijas la palabra ni a éstos ni a mí desde el día de hoy, en la idea de que tú eres el azote impuro de esta tierra.
EDIPO.- ¿Con tanta desvergüenza haces esta aseveración? ¿De qué manera crees poderte escapar a ella?
TIRESIAS.- Ya lo he hecho. Pues tengo la verdad como fuerza.
EDIPO.- ¿Por quién has sido enseñado? Pues, desde luego, de tu arte no procede.
TIRESIAS.- Por ti, porque me impulsaste a hablar en contra de mi voluntad.
EDIPO.- ¿Qué palabras? Dilo, de nuevo, para que aprenda mejor.
TIRESIAS.- ¿No has escuchado antes? ¿O es que tratas de que hable?
EDIPO.- No como para decir que me es comprensible. Dilo de nuevo.
TIRESIAS.- Afirmo que tú eres el asesino del hombre acerca del cual están investigando.
EDIPO.- No dirás impunemente dos veces estos insultos.
TIRESIAS.- En ese caso, ¿digo también otras cosas para que te irrites aún más?
EDIPO.- Di cuanto gustes, que en vano será dicho.
TIRESIAS.- Afirmo que tú has estado conviviendo muy vergonzosamente, sin advertirlo, con los que te son más queridos y que no te das cuenta en qué punto de desgracia estás.
EDIPO.- ¿Crees tú, en verdad, que vas a seguir diciendo alegremente esto?
TIRESIAS.- Sí, si es que existe alguna fuerza en la verdad.
EDIPO.- Existe, salvo para ti. Tú no la tienes, ya que estás ciego de los oídos, de la mente y de la vista.
TIRESIAS.- Eres digno de lástima por echarme en cara cosas que a ti no habrá nadie que no te reproche pronto.
EDIPO.- Vives en una noche continua, de manera que ni a mí, ni a ninguno que vea la luz, podrías perjudicar nunca.
TIRESIAS.- No quiere el destino que tú caigas por mi causa, pues para ello se basta Apolo, a quien importa llevarlo a cabo.
EDIPO.- ¿Esta invención es de Creonte o tuya?
TIRESIAS.- Creonte no es ningún dolor para ti, sino tú mismo.
EDIPO.- ¡Oh riqueza, poder y saber que aventajas a cualquier otro saber en una vida llena de encontrados intereses! ¡Cuánta envidia acecha en ustedes, si, a causa de este mando que la ciudad me confió como un don -sin que yo lo pidiera-, Creonte, el que era leal, el amigo desde el principio, desea expulsarme deslizándose a escondidas, tras sobornar a semejante hechicero, maquinador y charlatán engañoso, que sólo ve en las ganancias y es ciego en su arte! Porque, ¡ea!, dime, ¿en qué fuiste tú un adivino infalible? ¿Cómo es que no dijiste alguna palabra que liberara a estos ciudadanos cuando estaba aquí la perra cantora Y, ciertamente, el enigma no era propio de que lo discurriera cualquier persona que se presentara, sino que requería arte adivinatoria que tú no mostraste tener, ni procedente de las aves ni conocida a partir de alguno de los dioses. Y yo, Edipo, el que nada sabía, llegué y la hice callar consiguiéndolo por mi habilidad, y no por haberlo aprendido de los pájaros. A mí es a quien tú intentas echar, creyendo que estarás más cerca del trono de Creonte. Me parece que tú y el que ha urdido esto tendrán que lograr la purificación entre lamentos. Y si no te hubieses hecho valer por ser un anciano, hubieras conocido con sufrimientos qué tipo de sabiduría tienes.

Sófocles, Edipo rey

28. Prometeo encadenado

EL PODER: Estamos ya en el último confín de la Tierra, en el camino del
país escita, en la soledad nunca hollada. Hefestos, ha llegado la
hora de que cumplas lo que el padre te ordenó y ates a ese forajido
con cadenas de hierro irrompible en la cima de estos abruptos
peñascos. Hurtó tu preciado don, el brillante fuego, padre de todas
las artes, y lo entregó a los mortales. Justo es, pues, que pague a
los dioses la pena merecida. Tal vez así aprenda a resignarse a la
dominación de Zeus y a cesar en su oficio de favorecedor de los
hombres
HEFESTOS: Poder y Fuerza, cumplida está por vuestra parte la misión que
Zeus os encomendó y nada os retiene ya aquí. En cuanto a mí,
siento que me falten las fuerzas para encadenar contra su voluntad
a un dios, y a un dios de mi propia sangre, en esta cima azotada
por las tempestades. No obstante, es preciso que encuentre el
valor para hacerlo, pues el desobedecer las órdenes del padre
acarrea siempre graves males.(A PROMETEO.)  Hijo de la
consejera Temis, que nutres siempre en tu alma tan osados
pensamientos, fuerza es que, a pesar mío y tuyo, te sujete a esta
roca desolada por medio de indisolubles lazos de hierro. No llegará
ya a ti ni voz ni rostro humanos, sino que, abrasado por los
ardientes rayos del Sol, verás destruirse tu piel y cambiar de color;
con alegría mirarás a la noche ocultar la luz, bajo su manto
estrellado, y con alegría también verás al Sol, a su vez, secar el
rocío de la Aurora; pero el dolor de tus desdichas no cesará de
atormentarte un momento, porque aquel que te ha de liberar no
ha venido todavía. ¡He aquí lo que has conseguido con tu afición
a favorecer a los hombres! Dios a quien no asusta la cólera divina,
librando a los mortales, lo que era un honor entre nosotros, has
pasado los límite de lo permitido. En castigo por ello permanecerás
desde ahora sobre esta roca, en guardia dolorosa, siempre de pie,
sin dormir ni doblar las rodillas. En vano lanzarás entonces
incesantemente tus gemidos, en vano clamarás: el corazón de Zeus
es inflexible, pues nunca señor nuevo se mostró inclinado a la
piedad.
EL PODER: ¡Vamos ya! ¿Por qué te detienes y te lamentas en vano? ¿No
abominas de un dios, maldito de los dioses, que ha osado entregar
a los hombres lo que constituía tu privilegio?
HEFESTOS: ¡Son tan fuertes los lazos de la sangre cuando se junta a ellos el
trato!
EL PODER: Bien. Pero ¿es posible desobedecer la orden del padre, y sería
ello menos terrible para ti?
HEFESTOS: En ti el cinismo corrió siempre a parejas con la crueldad.
EL PODER: Con lamentarte por su desgracia no has de mejorar su suerte;
mejor es, pues, que no te fatigues en balde.
HEFESTOS: ¡Oh, oficio mil veces maldito!
EL PODER: ¿Por qué maldecir de tu oficio? Nada tiene que ver él con su
desgracia.
HEFESTOS: Pluguiera al Cielo, a pesar de todo, que hubiese tocado a otro en
suerte.
EL PODER: Todas las atribuciones quedaron ya establecidas, excepto para el
rey de los dioses; sólo Zeus es libre.
HEFESTOS: Cierto que es así y nada puedo objetar a lo que dices.
EL PODER: Apresúrate, pues, a sujetarle con cadenas; que el padre no te vea
inactivo.
HEFESTOS: Tengo ya las esposas en mi mano.
EL PODER: Rodea, pues, con ellas sus brazos; golpea luego con el martillo
con toda tu fuerza y clávale en la roca.
HEFESTOS:
-La obra está terminada, y sin falla alguna.
EL PODER: Golpea más fuerte, aprieta, haz que no pueda moverse, pues es
tanta su destreza, que encuentra salida hasta en lo imposible.
HEFESTOS: Ya está; este brazo no lo desatará, por más que se esfuerce.
EL PODER: Ahora este otro; encadénale sólidamente. Que sepa que su malicia
no es nada comparada con la de Zeus.
HEFESTOS: Nadie, con razón, podría quejarse de mi obra sino él.
EL PODER: Y ahora no vaciles: húndele con fuerza en medio del pecho el
duro diente de esta cuña de hierro.
HEFESTOS: ¡Ah, Prometeo! ¡Cómo en mi alma gimo por tus males!
EL PODER: ¡Todavía vacilas y gimes ante el enemigo de Zeus! ¡Cuida de que
no te toque un día gemir por ti mismo!
HEFESTOS: Estoy viendo lo que ningún ojo debía haber visto jamás.
EL PODER: Estoy viendo a uno que paga la pena que merece. ¡Ea, pásale la
férrea cadena en torno de la cintura!
HEFESTOS: Fuerza es que lo haga; no me des más órdenes.
EL PODER: Quiero dártelas, quiero que te apresures. Desciende ahora y átale
los pies.
HEFESTOS: Hecho está, y con rapidez.
EL PODER: Ahora, golpea con todas tus fuerzas y que los grillos se hundan
en la carne. Duro es el que ha de vigilar esta tarea.
HEFESTOS: Como tu rostro, así son tus palabras.
EL PODER: Sé blando cuanto quieras, pero no me reproches que mi naturaleza
sea obstinada y dura.
HEFESTOS: Partamos ya; ha quedado sujeto por todos los miembros.
EL PODER: Ahora muestra aquí a tu gusto tu insolencia, y roba a los dioses
sus privilegios para librarlos a los efímeros. ¿Qué podrán los
mortales para aliviar tus penas? En verdad que yerran los dioses
en llamarte Prometeo; un Prometeo necesitarías tú para deshacerte
de estos hábiles nudos. (Salen los dos. Un largo silencio.)
PROMETEO: ¡Eter divino, vientos de rápidas alas, aguas de los ríos, sonrisa
innombrable de las olas marinas! Tierra, madre común, y tú, Sol,
ojo al que nada se oculta, yo os invoco en este lugar: ved lo que
un dios se ve obligado a sufrir por obra de los dioses.
«Contemplad el oprobio con que se me aflige y que habré de
padecer durante días incontables. ¡Estos son los lazos de infamia
que ha imaginado para mí el nuevo señor de los bienaventurados!
¡Ay de mí, ay!, que lloro por los males presentes y por los que me
esperan. ¿Después de qué pruebas brillará para mí el día de la
liberación?
«Mas ¿qué digo? ¿Acaso no sé ya de antemano todo lo que me
espera? Ningún infortunio me vendrá que no haya previsto. Es
preciso aceptar nuestra suerte con ánimo sereno y comprender
que no puede lucharse contra la fuerza del Destino. Y, no obstante,
ni puedo hablar de mis desdichas ni puedo callarlas. Grande es mi
desventura, pues por haber favorecido a los mortales gimo ahora
abrumado bajo este suplicio. Un día, en el hueco de una caña, me
llevé mi botín, la chispa madre del fuego, robada por mí, y que se
ha revelado entre los hombres como el maestro de todas las artes,
un tesoro de inestimable valor. Esta ha sido mi culpa y por esto
me veo castigado así, clavado en esta roca bajo la inclemencia del
Cielo.
«¡Ah! ¡Ah!, ¿qué rumor, qué aroma divino ha llegado hasta aquí?
¿Procede de un dios o de un hombre, o de uno que participa de
ambos? ¿Vendrá acaso hasta esta roca, límite del mundo, a
contemplar mis sufrimientos, o a qué vendrá? ¡Ah! Mirad a un
dios encadenado y sujeto a todas las miserias. Soy el enemigo de
Zeus, el que se ha atraído el odio de cuantos frecuentan su mansión,
por haber amado demasiado a los hombres.
«¡Ah! ¡Ah! ¿Qué rumor de aves oigo cerca de mí? Un suave batir
de alas hace vibrar la brisa. Todo lo que se acerca me produce
espanto.
(Un carro alado aparece en la cumbre más próxima a aquella en que está
sujeto Prometeo. En él vienen las OCEÁNIDAS.)
EL CORO: Nada temas: amiga es la bandada, cuyas alas en rápido batir han
traído a esta cumbre. Con gran trabajo lograron mis palabras
vencer la oposición del padre, y las auras veloces me han traído.
El recio y terrible resonar del hierro, penetrando hasta el fondo
de mi ser, desterró de mí la vergüenza de tímida mirada, y, descalza,
levanté el vuelo en este carro alado.

Esquilo, Prometeo encadenado

27. Los trabajos y los días

Al salir las Pléyades, hijas de Atlas, comienza la recolección, y la labranza cuando ellas se oculten. Se ocultan durante cuarenta días y cuarenta noches; y cuando el año va corrido, aparecen de nuevo en el momento en que se afila el hierro. Tal es el uso campestre entre los que cultivan las tierras fértiles de los profundos valles, lejos del mar retumbante. Debes estar desnudo cuando siembres, desnudo cuando labres, desnudo cuando coseches, si quieres Ilevar a cabo los trabajos de Demeter en el momento propicio, si quieres que cada cosa crezca en su estación, y si no quieres, careciendo de todo, ir a mendigar en moradas extrañas, sin recibir nada.
Así fue como viniste a mí ya; pero yo no te daré cosa alguna, ni añadiré más regalos. Trabaja, ¡oh insensato Perses! en la tarea que los Dioses destinaron para los hombres, no vaya a ser que, gimiendo tu corazón, con tu mujer y tus hijos, tengas que buscar el sustento en casa de tus vecinos, que te rechazarán. Acaso lograras éxito dos o tres veces; pero si vuelves a importunarlos, ya no lograrás nada; hablarás mucho en vano y será inútil la multitud de tus palabras. Te aconsejo, pues, que empieces por pensar en el pago de tus deudas y en evitar el hambre. Ante todo, procura tener una casa, una mujer, un buey de labor y una servidora soltera que siga a tus bueyes. Ten en tu morada todos los instrumentos necesarios, con el fin de que no hayas de pedírselos a otros y de que no carezcas de ellos si se te rehusan; porque entonces pasará el tiempo y el trabajo quedará por hacer. No dejes nada para el día siguiente, ni para el otro día, porque el trabajo diferido no llena el granero. La actividad acrecerá tus riquezas, porque el hombre que difiere siempre las cosas lucha con la ruina.

Hesíodo

26. Prometeo engañador

Y al astuto Prometeo el dios lo ató al centro de una columna con penosos e indisolubles lazos, y le envió un águila de anchas alas que le royera el hígado inmortal, recreciendo por la noche la parte del hígado que el ave aliabierta devorara en todo el día. Pero Heracles, el fornido hijo de Alcmena, la de lindos pies, abatió al águila y libertó al Japetiónida de tan grave castigo, arrancándolo así de las torturas. Lo hizo no sin que Zeus Olímpico, que reina en las alturas, lo consintiese para que la gloria de Heracles, nacido en Tebas, se acrecentara. Con ese fin honró Zeus a su ilustre hijo, y aunque lleno de cólera, depuso la ira que antes sintiese contra Prometeo, quien había rivalizado en astucia con el prepotente Cronión.
Era en la época en que se ventilaba una querella entre los dioses y los hombres, en Mecona. Prometeo, queriendo engañar a Zeus, les presentó a todos con astuta idea un enorme buey dividido en dos partes: en una de ellas había colocado, dentro de la piel, la carne y los intestinos con la lustrosa manteca, cubierto todo el vientre del propio animal; y en la otra parte estaba, dispuestos hábilmente y con dolosa arte, los blancos huesos ocultos por una porción de luciente grasa. Ante lo cual, el padre de los hombres y de los dioses, dijo: "¡Oh hijo de Japeto, el más ilustre de todos! ¡Con qué desigualdad has hecho, amigo, las partes!"
Así, irónico, habló Zeus, el conocedor de los decretos eternales. Y el taimado Prometeo le respondió con dulce sonrisa, sin olvidar la treta ideada:
"¡Zeus gloriosísimo, el más poderoso de los sempiternos dioses! Escoge, pues, de esas dos partes la que te aconseja el corazón que tienes en el pecho!"
Así dijo, con la más perversa intención. Zeus, el conocedor de los decretos eternales, advirtió y no dejó de adivinar el engaño, en su interior maquinaba funestos designios contra los mortales hombres, que luego habían de convertirse en realidad. Entonces quitó con ambas manos la blanca grasa, y su corazón se irritó y la cólera llegó a su alma, al descubrir los albos huesos del buey colocados con arte engañador. Por eso en la Tierra y desde entonces, los hijos de los hombres queman los huesos desnudos de las víctimas sobre altares perfumados. Poseído de gran indignación, amontonó las nubes, exclamando: "¡Ah Japetiónida, que a todos superas en el consejo! ¡Oh amigo, bien veo que no has olvidado el arte pérfido de fingir!"
Estas fueron las palabras que, irritado por la cólera, pronunció Zeus, el conocedor de los decretos eternales; y en lo sucesivo, acordándose siempre del engaño, dejó de proporcionar la fuerza del incansable fuego a los infelices mortales que habitan la Tierra. Mas el noble hijo de Japeto supo burlarle, y le robó la llama del fuego inextinguible, visible a larga distancia, en hueca férula. Con ello irritó más al altisonante Zeus, que pronto vio el resplandor de la llama flamear entre los mortales. Y en seguida trocó por otra plaga contra los hombres la privación del fuego. Siguiendo su consejo, el perínclito Cojo de ambos pies modeló con barro la figura de una púdica doncella: y Atenea, la diosa de los ojos brillantes, atavióla con blanco vestido, púsole un ceñidor y con un tenue velo bordado cubrióle la frente, que era maravilla para los ojos. Después rodeó su cabeza con una diadema de oro, forjada por las propias manos del ilustre Cojo de ambos pies, para complacer los mandatos del padre Zeus. En aquella corona veíase buen número de artísticas figuras de cuantos animales crían el continente y el mar, pues fueron muchas las que Hefestos grabó de modo tan maravilloso, que parecían dotadas de voz y una gracia singular las esmaltaba.
En cuanto el dios hubo hecho, en vez de una obra útil, esta hermosa calamidad, llevóla adonde estaban reunidos los dioses y los hombres. La doncella apareció ufana de los adornos con que la había engalanado la de los brillantes ojos, la hija del prepotente padre. Y puso en admiración a los dioses como a los mortales hombres, la vista del excelso y engañoso artificio contra el cual nada habían de poder los humanos. De ella procede el sexo femenino; en ella tuvo origen el linaje funesto, el conjunto de todas las mujeres, ¡calamidad grandísima!, las cuales viven con los mortales hombres y por nada admiten la pobreza dañosa, y sí tan sólo la abundancia de bienes. Porque así como en las cerradas colmenas las abejas crían zánganos, causantes de malas obras, y mientras aquéllas pasan el día hasta la puesta del sol moviéndose presurosas para formar las blancos y dulces panales, los otros permanecen en el interior y llenan su vientre con el trabajo ajeno; así también Zeus altisonante produjo para los hombres una calamidad, las mujeres, autoras de angustiosas acciones, proporcionándoles, en vez de un bien, este otro mal. Quien rechaza, rehúye la boda y el penoso trato con las mujeres, los cuidados que pueden darle éstas, cuando le llega la vejez maldita no encuentra apoyo en los últimos días; y, aunque no le haya faltado el pan para vivir, llegada la muerte, son los colaterales los que se reparten sus bienes. En cambio, aquel a quien la suerte le llevó al matrimonio y tiene una mujer casta e inteligente, ve que en su vida luchan de continuo el bien y el mal; y si, lejos de eso, tropezó con una mujer de raza perversa, vive con el ánimo y el corazón siempre angustiados, siendo los males que padece incurables. 

Hesíodo

25. El abuelo

Canosas va tengo las sienes
 y blanquecina la cabeza. 
Pasó ya la juventud graciosa, 
y tengo los dientes viejos.
Del dulce vivir el tiempo
que me queda ya no es mucho. 
Por eso lloro a menudo, 
tengo miedo del Tártaro. 
Porque es espantoso el abismo 
del Hades, y amargo el camino 
de bajada...
. . . seguro además                                                                                                      
que el que ha descendido ya no vuelve.

Anacreonte de Teos

24. Otra copa

Venga ya, tráenos, muchacho, 
la copa, que de un trago
la apuro. Échale diez cazos 
de agua y cinco de vino, 
para que, sin excesos, otra vez 
celebre la fiesta de Baco... 
vamos de nuevo, sin tanto 
estrépito y griterío, ahora 
practiquemos el beber con vino, 
no al modo escita, sino brindando 
al compás de hermosos himnos.


Anacreonte de Teos

23. Hermosa tempestad

Me desconcierta la revuelta de los vientos.
De aquí llega rodando una ola y por allá
otra, y nosotros en medio arrastrados
nos vemos en nuestra nave negra
afligidos por la muy enorme tempestad.
El agua de la sentina ya cubre el pie del mástil.
Toda vela está ya transparente
y cuelga en grandes jirones su tela,
no logra el asidero las anclas y el timón...
mis dos piernas se afirman en las jarcias
y todo esto me mantiene a salvo.
Toda la carga arrastrada fuera de la borda va.


Alceo de Mitilene

22. Esto se acaba

Bebe conmigo, Melanipo,  y emborráchate. ¿Qué piensas?,
¿que vas a vadear de nuevo el Aqueronte turbulento,
una vez cruzado, y vas a ver nuevo la luz clara del sol?
Vamos, no te empeñes en semejantes porfías.
También Sísifo, rey de los eolios, que superaba a todos
en ingenio, se jactó de escapar a la muerte.
Y, desde luego, el muy artero, burlando su mortal destino,
dos veces cruzó el Aqueronte turbulento. Terrible
y abrumador castigo le impuso el Crónida más tarde
bajo la tierra negra. Conque, vamos, no te hagas ilusiones.
Mientras seamos jóvenes, más que nunca, ahora importa
gozar de todo lo que un dios pueda ofrecernos.

Alceo de Mitilene

jueves, 29 de septiembre de 2011

21. El paisaje del amor

Ven aquí, hasta mí, desde Creta a este templo
puro donde hay un bosque placentero
de manzanos y altares perfumados
con el humo del incienso.

Aquí murmura un agua fresca entre las ramas
de los manzanos, procuran los rosales
sombra al recinto entero; de las hojas, mecidas
fluye letárgico sueño.

Aquí verdece un prado donde pacen los caballos
con flores de la estación. Soplan las brisas
con aromas de miel

Ven aquí, diosa Cipria, y en doradas
copas escancia con delicadeza
néctar mezclado de alegría.

20. Síntomas de amor


Φαίνεταί μοι κῆνος ἴσος θέοισιν
ἔμμεν’ ὤνηρ, ὄττις ἐνάντιός τοι
ἰσδάνει καὶ πλάσιον ἆδυ φωνεί-
  σας ὐπακούει 
καὶ γελαίσας ἰμέροεν, τό μ’ ἦ μὰν
καρδίαν ἐν στήθεσιν ἐπτόαισεν·
ὠς γὰρ ἔς σ’ ἴδω βρόχε’, ὤς με φώναι-
  σ’ οὐδ’ ἒν ἔτ’ εἴκει, 
ἀλλ’ ἄκαν μὲν γλῶσσα ἔαγε, λέπτον
δ’ αὔτικα χρῶι πῦρ ὐπαδεδρόμηκεν,
ὀππάτεσσι δ’ οὐδ’ ἒν ὄρημμ’, ἐπιρρόμ-
  βεισι δ’ ἄκουαι, 
κὰδ’ δέ μ’ ἴδρως ψῦχρος ἔχει, τρόμος δὲ
παῖσαν ἄγρει, χλωροτέρα δὲ ποίας
ἔμμι, τεθνάκην δ’ ὀλίγω ‘πιδεύης
  φαίνομαι



Me parece igual a un dios el hombre

que frente a ti se sienta, y tan de cerca
te escucha absorto hablarte con dulzura
y reírte con amor.
eso, no miento, no, me sobresalta
dentro del pecho el corazón, pues
te miro un solo instante, ya no puedo
decir ni una palabra,
la lengua se me hiela, y un sutil
fuego no tarda en recorrer mi piel,
mios ojos no ven nada, y el oído
me zumba, y un sudor
frío me cubre, y un temblor me agita
todo el cuerpo, y estoy, más que la hierba,
pálida, y siento que me falta poco
para quedarme muerta.




Safó de Mitilene

Traducción de Joan Ferraté

19. La mísera vejez

… θῆται ϲτύματι πρόκοψιν
῎Yμες πεδὰ Mοίσαν ἰ]οκ[ό]λπων κάλα δῶρα παῖδε
σπουδάσδετε καὶ τὰ[ν φιλάοιδον λιγύραν χελύνναν
ἔμοι δ᾽ ἄπαλον πρὶν] ποτ᾽ [ἔ]οντα χρόα ἤδη
ἐπέλλαβε, λεῦκαι δ᾽ ἐγ]ένοντο τρίχες ἐκ μελαίναν;
βάρυς δέ μ᾽ ὀ [θ]ῦμος πεπόηται, γόνα δ᾽ [ο]ὐ φέροισι
τὰ δή ποτα λαίψηρ᾽ ἔον ὄρχηστ᾽ ἴσα νεβρίοισι.
τὰ μὲν στεναχίσδω θαμέως· ἀλλὰ τί κεν ποείην;
ἀγήραον ἄνθρωπον ἔοντ᾽ οὐ δύνατον γένεσθαι.
καὶ γὰρ π[ο]τα Tίθωνον ἔφαντο βροδόπαχυν Aὔων
ἔρωι… βάμεν᾽ εἰς ἔσχατα γᾶς φέροισα[ν
ἔοντα [κ]άλον καὶ νέον, ἀλλ᾽ αὖτον ὔμως ἔμαρψε
χρόνωι πόλιον γῆρας, ἔχ[ο]ντ᾽ ἀθανάταν ἄκοιτιν.
ἔγω δὲ φίλημμ᾽ ἀβροσύναν, … τοῦτο καὶ μοι
τὸ λά[μπρον ἔρος τὠελίω καὶ τὸ κά]λον λέ[λ]ονχε.
***
… Conceda el medrar a mi boca…
Velad vosotras por los bellos dones de las Musas ceñidas
de violetas, muchachas, y por la dulce lira de los cantos,
pero mi piel, en otro tiempo suave, de la vejez ya es presa,
y tengo blancos mis cabellos que fueron negros,
y torpes se han vuelto mis fuerzas, y las piernas no me sostienen,
antaño ágiles cual cervatillos para la danza.
He aquí mis asiduos lamentos, pero ¿qué podría hacer yo?
A un ser humano no le es dado durar por siempre.
A Títono, una vez, cuentan que Aurora de rosados brazos
por obra de amor lo condujo a los confines de la Tierra,
joven y hermoso como era, mas lo encontró igualmente al cabo
la canosa vejez, a él, que tenía esposa inmortal.
Pero yo amo la ternura; …mi suerte es esto y la brillante
ansia de sol y la belleza.


Nuevo fragmento de Safó, descubierto en 2004 
Traducción de Juan Manuel Macías

martes, 27 de septiembre de 2011

18. Valor espartano

Pues es hermoso morir si uno cae en vanguardia 
como guerrero valiente que por su patria pelea.
Que lo más amargo de todo es andar de mendigo,
abandonando la propia ciudad y sus fértiles campos, 
y marchar al exilio con padre y madre va ancianos,
seguido de los hijos y de la esposa legitima.
Porque ese será un extraño ante quienes acuda
cediendo a las urgencias de la odiosa pobreza.
Afrenta a su linaje y baldona su noble figura 
y toda clase de infamia y ruindad le persigue.
Si un vagabundo así ya no obtiene un momento de dicha
ninguno, ni vergüenza ni estima ninguna,
entonces con coraje luchemos por la patria y los hijos,
y muramos sin escatimarles ahora nuestras vidas.
!Ah, jóvenes, pelead con firmeza y codo a codo;
no iniciéis una huida afrentosa ni cedáis al espanto;
aumentad en vuestro pecho el coraje guerrero,
y no sintáis temor de hacer frente al enemigo!
y a vuestros mayores, que ya no conservan ligeras las rodillas,
a los viejos, no les abandonéis atrás al retiramos,
Vergonzoso es, desde luego, que, caiga en vanguardia
y quede ante los jóvenes tumbado, un hombre ya maduro,
que tiene ya blanca la cabeza y canosa la barba,
y queda exhalando su ánimo audaz en el polvo,
con el sexo cubierto de sangre en sus manos
-bochornoso espectáculo es ése y exige venganza-
y su cuerpo desnudo. En cambio, todo es bello en un joven,
mientras la flor flamante de la amable juventud posee.
Es admirado por los hombres y suscita el amor en las mujeres
mientras esta vivo, y hermoso es si cae en vanguardia.
Así que todo el mundo se afiance en sus pies
y se hinque en el suelo mordiendo con los dientes el labio.

Tirteo de Esparta