sábado, 24 de septiembre de 2011

4. El valor de Paris, también llamado Alejandro.

Al llegar a la hermosa morada de Alejandro,
las siervas se volvieron rápidas a sus labores,
y la divina entre las mujere fue al tálamo, de alto techo.
Para ella cogió un escabel la risueña Afrodita,
y la propia diosa lo llevó y colocó frente a Alejandro.
Allí se sentó Helena, hija de Zeus, portador de la égida,
y, desviando hacia atrás los ojos, amonestó así a su marido:
"Has vuelto del combate. ¡Ojalá hubieras perecido allí
doblegado ante el fuerte guerrero que fue mi anterior marido!
Antes te jactabas de ser superior a Menelao, caro a Ares,
por tu fuerza, por tus brazos y por tu pica.
Pero ve ahora y desafía a Menelao, caro a Ares,
a luchar otra vez en duelo singular. No, yo te
aconsejo desistir y evitar con el rubio Menelao
el combate en reto de hombre a hombre y la lucha
temeraria, no sea que pronto sucumbas bajo su lanza."
Respondióle Paris y le dijo estas palabras:
"¡Mujer! No me amonestes el ánimo con duras injurias.
Es verdad que ahora ha vencido Menelao gracias a Atenea,
pero yo lo venceré otra vez: también con nosotros hay dioses.
Mas, ea, acostémonos y deleitémonos en el amor.
Nunca el deseo me ha cubierto así la mente como ahora,
ni siquiera cuando tras raptarte de la amena Lacedemonia
me hice a la mar en las naves, surcadoras del ponto,
y en la isla de Cránae compartí contigo lecho y amor.
¡Tan enamorado estoy ahora y tanto me embarga el dulce deseo!"


Homero, Ilíada, III
Traducción de Emilio Crespo