Y al astuto Prometeo el dios lo ató al centro de una columna con penosos e indisolubles lazos, y le envió un águila de anchas alas que le royera el hígado inmortal, recreciendo por la noche la parte del hígado que el ave aliabierta devorara en todo el día. Pero Heracles, el fornido hijo de Alcmena, la de lindos pies, abatió al águila y libertó al Japetiónida de tan grave castigo, arrancándolo así de las torturas. Lo hizo no sin que Zeus Olímpico, que reina en las alturas, lo consintiese para que la gloria de Heracles, nacido en Tebas, se acrecentara. Con ese fin honró Zeus a su ilustre hijo, y aunque lleno de cólera, depuso la ira que antes sintiese contra Prometeo, quien había rivalizado en astucia con el prepotente Cronión.
Era en la época en que se ventilaba una querella entre los dioses y los hombres, en Mecona. Prometeo, queriendo engañar a Zeus, les presentó a todos con astuta idea un enorme buey dividido en dos partes: en una de ellas había colocado, dentro de la piel, la carne y los intestinos con la lustrosa manteca, cubierto todo el vientre del propio animal; y en la otra parte estaba, dispuestos hábilmente y con dolosa arte, los blancos huesos ocultos por una porción de luciente grasa. Ante lo cual, el padre de los hombres y de los dioses, dijo: "¡Oh hijo de Japeto, el más ilustre de todos! ¡Con qué desigualdad has hecho, amigo, las partes!"
Así, irónico, habló Zeus, el conocedor de los decretos eternales. Y el taimado Prometeo le respondió con dulce sonrisa, sin olvidar la treta ideada:
"¡Zeus gloriosísimo, el más poderoso de los sempiternos dioses! Escoge, pues, de esas dos partes la que te aconseja el corazón que tienes en el pecho!"
Así dijo, con la más perversa intención. Zeus, el conocedor de los decretos eternales, advirtió y no dejó de adivinar el engaño, en su interior maquinaba funestos designios contra los mortales hombres, que luego habían de convertirse en realidad. Entonces quitó con ambas manos la blanca grasa, y su corazón se irritó y la cólera llegó a su alma, al descubrir los albos huesos del buey colocados con arte engañador. Por eso en la Tierra y desde entonces, los hijos de los hombres queman los huesos desnudos de las víctimas sobre altares perfumados. Poseído de gran indignación, amontonó las nubes, exclamando: "¡Ah Japetiónida, que a todos superas en el consejo! ¡Oh amigo, bien veo que no has olvidado el arte pérfido de fingir!"
Estas fueron las palabras que, irritado por la cólera, pronunció Zeus, el conocedor de los decretos eternales; y en lo sucesivo, acordándose siempre del engaño, dejó de proporcionar la fuerza del incansable fuego a los infelices mortales que habitan la Tierra. Mas el noble hijo de Japeto supo burlarle, y le robó la llama del fuego inextinguible, visible a larga distancia, en hueca férula. Con ello irritó más al altisonante Zeus, que pronto vio el resplandor de la llama flamear entre los mortales. Y en seguida trocó por otra plaga contra los hombres la privación del fuego. Siguiendo su consejo, el perínclito Cojo de ambos pies modeló con barro la figura de una púdica doncella: y Atenea, la diosa de los ojos brillantes, atavióla con blanco vestido, púsole un ceñidor y con un tenue velo bordado cubrióle la frente, que era maravilla para los ojos. Después rodeó su cabeza con una diadema de oro, forjada por las propias manos del ilustre Cojo de ambos pies, para complacer los mandatos del padre Zeus. En aquella corona veíase buen número de artísticas figuras de cuantos animales crían el continente y el mar, pues fueron muchas las que Hefestos grabó de modo tan maravilloso, que parecían dotadas de voz y una gracia singular las esmaltaba.
En cuanto el dios hubo hecho, en vez de una obra útil, esta hermosa calamidad, llevóla adonde estaban reunidos los dioses y los hombres. La doncella apareció ufana de los adornos con que la había engalanado la de los brillantes ojos, la hija del prepotente padre. Y puso en admiración a los dioses como a los mortales hombres, la vista del excelso y engañoso artificio contra el cual nada habían de poder los humanos. De ella procede el sexo femenino; en ella tuvo origen el linaje funesto, el conjunto de todas las mujeres, ¡calamidad grandísima!, las cuales viven con los mortales hombres y por nada admiten la pobreza dañosa, y sí tan sólo la abundancia de bienes. Porque así como en las cerradas colmenas las abejas crían zánganos, causantes de malas obras, y mientras aquéllas pasan el día hasta la puesta del sol moviéndose presurosas para formar las blancos y dulces panales, los otros permanecen en el interior y llenan su vientre con el trabajo ajeno; así también Zeus altisonante produjo para los hombres una calamidad, las mujeres, autoras de angustiosas acciones, proporcionándoles, en vez de un bien, este otro mal. Quien rechaza, rehúye la boda y el penoso trato con las mujeres, los cuidados que pueden darle éstas, cuando le llega la vejez maldita no encuentra apoyo en los últimos días; y, aunque no le haya faltado el pan para vivir, llegada la muerte, son los colaterales los que se reparten sus bienes. En cambio, aquel a quien la suerte le llevó al matrimonio y tiene una mujer casta e inteligente, ve que en su vida luchan de continuo el bien y el mal; y si, lejos de eso, tropezó con una mujer de raza perversa, vive con el ánimo y el corazón siempre angustiados, siendo los males que padece incurables.
Hesíodo
Hesíodo