EL PODER: Estamos ya en el último confín de la Tierra, en el camino del
país escita, en la soledad nunca hollada. Hefestos, ha llegado la
hora de que cumplas lo que el padre te ordenó y ates a ese forajido
con cadenas de hierro irrompible en la cima de estos abruptos
peñascos. Hurtó tu preciado don, el brillante fuego, padre de todas
las artes, y lo entregó a los mortales. Justo es, pues, que pague a
los dioses la pena merecida. Tal vez así aprenda a resignarse a la
dominación de Zeus y a cesar en su oficio de favorecedor de los
hombres
HEFESTOS: Poder y Fuerza, cumplida está por vuestra parte la misión que
Zeus os encomendó y nada os retiene ya aquí. En cuanto a mí,
siento que me falten las fuerzas para encadenar contra su voluntad
a un dios, y a un dios de mi propia sangre, en esta cima azotada
por las tempestades. No obstante, es preciso que encuentre el
valor para hacerlo, pues el desobedecer las órdenes del padre
acarrea siempre graves males.(A PROMETEO.) Hijo de la
consejera Temis, que nutres siempre en tu alma tan osados
pensamientos, fuerza es que, a pesar mío y tuyo, te sujete a esta
roca desolada por medio de indisolubles lazos de hierro. No llegará
ya a ti ni voz ni rostro humanos, sino que, abrasado por los
ardientes rayos del Sol, verás destruirse tu piel y cambiar de color;
con alegría mirarás a la noche ocultar la luz, bajo su manto
estrellado, y con alegría también verás al Sol, a su vez, secar el
rocío de la Aurora; pero el dolor de tus desdichas no cesará de
atormentarte un momento, porque aquel que te ha de liberar no
ha venido todavía. ¡He aquí lo que has conseguido con tu afición
a favorecer a los hombres! Dios a quien no asusta la cólera divina,
librando a los mortales, lo que era un honor entre nosotros, has
pasado los límite de lo permitido. En castigo por ello permanecerás
desde ahora sobre esta roca, en guardia dolorosa, siempre de pie,
sin dormir ni doblar las rodillas. En vano lanzarás entonces
incesantemente tus gemidos, en vano clamarás: el corazón de Zeus
es inflexible, pues nunca señor nuevo se mostró inclinado a la
piedad.
EL PODER: ¡Vamos ya! ¿Por qué te detienes y te lamentas en vano? ¿No
abominas de un dios, maldito de los dioses, que ha osado entregar
a los hombres lo que constituía tu privilegio?
HEFESTOS: ¡Son tan fuertes los lazos de la sangre cuando se junta a ellos el
trato!
EL PODER: Bien. Pero ¿es posible desobedecer la orden del padre, y sería
ello menos terrible para ti?
HEFESTOS: En ti el cinismo corrió siempre a parejas con la crueldad.
EL PODER: Con lamentarte por su desgracia no has de mejorar su suerte;
mejor es, pues, que no te fatigues en balde.
HEFESTOS: ¡Oh, oficio mil veces maldito!
EL PODER: ¿Por qué maldecir de tu oficio? Nada tiene que ver él con su
desgracia.
HEFESTOS: Pluguiera al Cielo, a pesar de todo, que hubiese tocado a otro en
suerte.
EL PODER: Todas las atribuciones quedaron ya establecidas, excepto para el
rey de los dioses; sólo Zeus es libre.
HEFESTOS: Cierto que es así y nada puedo objetar a lo que dices.
EL PODER: Apresúrate, pues, a sujetarle con cadenas; que el padre no te vea
inactivo.
HEFESTOS: Tengo ya las esposas en mi mano.
EL PODER: Rodea, pues, con ellas sus brazos; golpea luego con el martillo
con toda tu fuerza y clávale en la roca.
HEFESTOS:
-La obra está terminada, y sin falla alguna.
EL PODER: Golpea más fuerte, aprieta, haz que no pueda moverse, pues es
tanta su destreza, que encuentra salida hasta en lo imposible.
HEFESTOS: Ya está; este brazo no lo desatará, por más que se esfuerce.
EL PODER: Ahora este otro; encadénale sólidamente. Que sepa que su malicia
no es nada comparada con la de Zeus.
HEFESTOS: Nadie, con razón, podría quejarse de mi obra sino él.
EL PODER: Y ahora no vaciles: húndele con fuerza en medio del pecho el
duro diente de esta cuña de hierro.
HEFESTOS: ¡Ah, Prometeo! ¡Cómo en mi alma gimo por tus males!
EL PODER: ¡Todavía vacilas y gimes ante el enemigo de Zeus! ¡Cuida de que
no te toque un día gemir por ti mismo!
HEFESTOS: Estoy viendo lo que ningún ojo debía haber visto jamás.
EL PODER: Estoy viendo a uno que paga la pena que merece. ¡Ea, pásale la
férrea cadena en torno de la cintura!
HEFESTOS: Fuerza es que lo haga; no me des más órdenes.
EL PODER: Quiero dártelas, quiero que te apresures. Desciende ahora y átale
los pies.
HEFESTOS: Hecho está, y con rapidez.
EL PODER: Ahora, golpea con todas tus fuerzas y que los grillos se hundan
en la carne. Duro es el que ha de vigilar esta tarea.
HEFESTOS: Como tu rostro, así son tus palabras.
EL PODER: Sé blando cuanto quieras, pero no me reproches que mi naturaleza
sea obstinada y dura.
HEFESTOS: Partamos ya; ha quedado sujeto por todos los miembros.
EL PODER: Ahora muestra aquí a tu gusto tu insolencia, y roba a los dioses
sus privilegios para librarlos a los efímeros. ¿Qué podrán los
mortales para aliviar tus penas? En verdad que yerran los dioses
en llamarte Prometeo; un Prometeo necesitarías tú para deshacerte
de estos hábiles nudos. (Salen los dos. Un largo silencio.)
PROMETEO: ¡Eter divino, vientos de rápidas alas, aguas de los ríos, sonrisa
innombrable de las olas marinas! Tierra, madre común, y tú, Sol,
ojo al que nada se oculta, yo os invoco en este lugar: ved lo que
un dios se ve obligado a sufrir por obra de los dioses.
«Contemplad el oprobio con que se me aflige y que habré de
padecer durante días incontables. ¡Estos son los lazos de infamia
que ha imaginado para mí el nuevo señor de los bienaventurados!
¡Ay de mí, ay!, que lloro por los males presentes y por los que me
esperan. ¿Después de qué pruebas brillará para mí el día de la
liberación?
«Mas ¿qué digo? ¿Acaso no sé ya de antemano todo lo que me
espera? Ningún infortunio me vendrá que no haya previsto. Es
preciso aceptar nuestra suerte con ánimo sereno y comprender
que no puede lucharse contra la fuerza del Destino. Y, no obstante,
ni puedo hablar de mis desdichas ni puedo callarlas. Grande es mi
desventura, pues por haber favorecido a los mortales gimo ahora
abrumado bajo este suplicio. Un día, en el hueco de una caña, me
llevé mi botín, la chispa madre del fuego, robada por mí, y que se
ha revelado entre los hombres como el maestro de todas las artes,
un tesoro de inestimable valor. Esta ha sido mi culpa y por esto
me veo castigado así, clavado en esta roca bajo la inclemencia del
Cielo.
«¡Ah! ¡Ah!, ¿qué rumor, qué aroma divino ha llegado hasta aquí?
¿Procede de un dios o de un hombre, o de uno que participa de
ambos? ¿Vendrá acaso hasta esta roca, límite del mundo, a
contemplar mis sufrimientos, o a qué vendrá? ¡Ah! Mirad a un
dios encadenado y sujeto a todas las miserias. Soy el enemigo de
Zeus, el que se ha atraído el odio de cuantos frecuentan su mansión,
por haber amado demasiado a los hombres.
«¡Ah! ¡Ah! ¿Qué rumor de aves oigo cerca de mí? Un suave batir
de alas hace vibrar la brisa. Todo lo que se acerca me produce
espanto.
(Un carro alado aparece en la cumbre más próxima a aquella en que está
sujeto Prometeo. En él vienen las OCEÁNIDAS.)
EL CORO: Nada temas: amiga es la bandada, cuyas alas en rápido batir han
traído a esta cumbre. Con gran trabajo lograron mis palabras
vencer la oposición del padre, y las auras veloces me han traído.
El recio y terrible resonar del hierro, penetrando hasta el fondo
de mi ser, desterró de mí la vergüenza de tímida mirada, y, descalza,
levanté el vuelo en este carro alado.
Esquilo, Prometeo encadenado