MEL. Tú,
Títiro, a la sombra descansando
desta
tendida haya, con la avena
el verso
pastoril vas acordando.
Nosotros,
desterrados; tú, sin pena,
cantas de tu
pastora, alegre, ocioso,
y tu pastora
el valle y monte suena.
TÍT. Pastor,
este descanso tan dichoso
dios me le
concedió, que reputado
será de mí
por dios aquel piadoso,
y bañará con
sangre su sagrado
altar muy
muchas veces el cordero
tierno, de
mis ganados degollado.
Que por su
beneficio soy vaquero,
y canto,
como ves, pastorilmente
lo que me da
contento y lo que quiero.
MEL. No te
envidio tu bien; mas grandemente
me maravillo
haberte sucedido
en tanta
turbación tan felizmente.
Todos de
nuestro patrio y dulce nido
andamos
alanzados; vesme agora
aquí cuál
voy enfermo y dolorido,
y guío mis
cabrillas. Y esta que hora
en medio
aquellos árboles parida,
¡ay!, con lo
que el rebaño se mejora,
dejó dos
cabritillos, dolorida,
encima de
una losa, fatigado,
de mí sobre
los hombros es traída.
¡Ay triste!,
que este mal y crudo hado,
a nuestro
entendimiento no estar ciego,
mil veces
nos estaba denunciado.
Los robles
lo decían ya con fuego
tocados
celestial, y lo decía
la siniestra
corneja desde luego.
Mas tú, si
no te ofende mi porfía,
declárame,
pastor, abiertamente
quién es
aqueste dios de tu alegría.
TÍT.
Pensaba, Melibeo, neciamente,
pensaba yo
que aquella que es llamada
Roma no era
en nada diferente
de aquesta
villa nuestra acostumbrada,
adonde las
más veces los pastores
llevamos ya
la cría destetada.
Así con los
perrillos los mayores,
así con las
ovejas los corderos,
y con las
cosas grandes las menores
solía
comparar; mas los primeros
lugares, con
aquella comparados,
son como dos
extremos verdaderos,
Que son de
Roma ansí sobrepujados,
cual suelen
del ciprés, alto y subido,
los bajos
romerales ser sobrados.
MEL. Pues
di: ¿cuál fue la causa que, movido,
a Roma te
llevó? TÍT. Fue libertarme;
lo cual,
aunque algo tarde, he conseguido.
Que, al fin,
la libertad quiso mirarme
después de
luengo tiempo, y, ya sembrado
de canas la
cabeza, pudo hallarme;
Después que
Galatea me ha dejado,
y soy de la
Amarilis prisionero,
y vivo a su
querer todo entregado.
Que en
cuanto duró aquel imperio fiero
en mí de
Galatea, yo confieso
que ni curé
de mí ni del dinero.
Llevaba yo a
la villa mucho queso;
vendía al
sacrificio algún cordero,
mas no
volvía rico yo por eso.
MEL. Y esto
fue aquel semblante lastimero
que tanto en
Galatea me espantaba;
esto por qué
llamaba al cielo fiero.
Esto por qué
tristísima dejaba
la fruta sin
coger en su cercado,
pues Títiro,
su bien, ausente estaba.
Tú, Títiro,
te habías ausentado,
los pinos y
las fuentes te llamaban,
las yerbas y
las flores de este prado.
TÍT. ¿Qué
pude? Que mil males me cercaban,
y allí para
salir de servidumbre
los cielos
más dispuestos se mostraban.
Que allí vi,
Melibeo, aquella cumbre,
aquel divino
mozo por quien uno
mi altar en
cada mes enciende lumbre.
Allí primero
dél que de otro alguno
oí: «Paced,
vaqueros, libremente,
paced como
solía cada uno».
MEL. Por
manera que a ti perpetuamente
te queda tu
heredad, ¡oh bienhadado!,
aunque
pequeña, pero suficiente.
Bastante
para ti demasiado,
aunque de
pedregal y de pantano
lo más de
toda ella está ocupado.
No dañará el
vecino grey mal sano
con males
pegadizos tu rebaño,
dejando tu
esperanza rica en vano.
No causará
dolencia el pasto extraño
en lo
preñado dél, ni en lo parido
las nunca
usadas yerbas harán daño.
Dichoso
poseedor, aquí tendido
del fresco
gozarás, junto a la fuente
a la margen
del río do has nacido.
Las abejas
aquí continamente,
deste
cercado hartas de mil flores,
te adormirán
sonando blandamente.
Debajo la
alta peña sus amores
el leñador
aquí, cantando al viento,
esparcirá, y
la tórtola dolores.
La tórtola
en el olmo haciendo asiento
repetirá su
queja, y tus queridas
palomas
sonarán con ronco acento.
TÍT. Primero
los venados las tendidas
lagunas
pacerán, y el mar primero
denegará a
los peces sus manidas,
Y beberá el
Germano y Parto fiero,
troncando
sus lugares naturales,
el Albi
aquéste, el Tigri aquél, ligero;
Primero,
pues, que aquellas celestiales
figuras de
aquel mozo, de mi pecho
borradas,
desparezcan las señales.
MEL.
Nosotros pero iremos con despecho,
unos, a los
sedientos Africanos,
otros, a los
de Scitia, campo estrecho,
Y otros a
los montes y a los llanos
de la Creta,
y del todo divididos
de nuestra
redondez a los Britanos.
Después de
muchos días ya corridos,
¡ay!, si
avendrá que viendo mis majadas,
las pobres
chozas, los paternos nidos;
Después de
muchas mieses ya pasadas,
si viéndolas
diré maravillado:
¡Ay,
tierras, ay, dolor, mal empleadas!
¿Tan buenas
posesiones un soldado
maldito, y
tales mieses tendrá un fiero?
¡Ved para
quién hubimos trabajado!
Ved a qué
miserable y lastimero
estado a los
cuitados ciudadanos
condujo el
obstinado pecho entero.
Ve, pues,
¡oh Melibeo!, y con tus manos
en orden pon
las vides, y curioso
enjiere los
perales y manzanos.
Andad,
ganado mío, ya dichoso;
dichosas ya
en un tiempo, id, cabras mías,
que ya no
cual solía, alegre, ocioso,
No estando
ya tendido en las sombrías
cuevas, os
veré lejos ir paciendo,
colgadas por
las peñas altas, frías.
No cantaré;
ni yéndoos yo paciendo,
vosotras ni
del cítiso florido,
ni del
amargo sauce iréis cogiendo.
TÍT. Podrías
esta noche aquí tendido
en blanda y
verde hoja dar reposo
al cuerpo
flaco, al ánimo afligido.
Y cenaremos
bien, que estoy copioso
de maduras
manzanas, de castañas
enjertas, y
de queso muy sabroso.
Y ya las
sombras caen de las montañas
más largas,
y convidan al sosiego;
y ya de las
aldeas y cabañas
despide por
los techos humo el fuego.
Virgilio, Églogas. Traducción de fray Luis de León