Aunque Egipto confina con Libia, no abunda mucho en animales; pero los que hay, sean domésticos o no lo sean, son todos tenidos por sagrados. Si dijera por qué motivo son sagrados, llegaría a hablar de materias divinas, cosa que sobre todas evito tratar, pues lo que de ellos he dicho por encima, lo hice necesariamente obligado. La regla sobre los animales es así: como guardianes del alimento de cada especie por separado están designados en Egipto hombres y mujeres, que transmiten su cargo de padres a hijos. Cada uno de los moradores de las ciudades cumple ante ellos de este modo los votos que hace al dios a quien corresponde el animal: rapa la cabeza de sus hijos, o toda o la mitad o la tercera parte; coloca el pelo en una balanza, lo equilibra con plata, y entrega su peso a la guardiana de los animales; a cambio de la plata, ella corta pescado y da de comer a los animales, pues éste es el alimento que les está asignado. Quien mata una de estas bestias, si voluntariamente, sufre pena de muerte; si involuntariamente, paga la multa que fijan los sacerdotes. Quien mata un ibis o un gavilán, voluntaria o involuntariamente, muere sin falta. Grande es la abundancia de animales domésticos y sería mucho mayor si los gatos no sufrieran este percance: las hembras después de parir no se allegan ya a los machos, y éstos, por más que tratan de juntarse con ellas, no lo logran, acuden pues a esta astucia: quitan, por fuerza o por maña, a las hembras sus cachorros y los matan, pero no los comen. Las hembras, despojadas de sus cachorros y deseosas de otros, se allegan de este modo a los machos, porque este animal es amante de su cría. Cuando hay un incendio, pasa con los gatos un hecho extraordinario. Porque los egipcios se colocan de trecho en trecho guardando a los gatos, sin ocuparse de extinguir el fuego; pero los gatos cruzan por entre los hombres a saltos por encima de ellos y se lanzan al fuego. Cuando tal sucede, gran pesar se apodera de los egipcios. En las casas en que un gato muere de muerte natural, todos los moradores se rapan las cejas solamente; pero al morir un perro, se rapan la cabeza y todo el cuerpo. Los gatos son llevados después de muertos a locales sagrados, y allí son embalsamados y sepultados, en la ciudad de Bubastis. Cada cual entierra las perras en ataúdes sagrados en su respectiva ciudad, y del mismo modo se sepulta a los icneumones. Llevan las musarañas y gavilanes a la ciudad de Buto; los ibis a la de Hermópolis; pero a los osos, que escasean y a los lobos, que no son mucho mayores que zorros, los entierran allí donde los encuentren tendidos.
Heródoto de Halicarnaso, Historias.