Los Persas (472 a.C.). La escena tiene lugar en Susa, Persia, junto a la tumba de Darío. Ante los ancianos del consejo del Gran Rey, inquietos por la falta de noticias sobre la expedición de Jerjes contra la Hélade, se presenta la reina madre Atosa, viuda de Darío, para comunicarles dos funestos presagios. Llega, en esto, un mensajero para anunciar que el ejército persa ha sido aniquilado en Salamina, y que Jerjes se halla de camino de regreso. Atosa y los consejeros invocan a la sombra de Darío. Darío, después de aparecer explica que se han hecho oráculos que le son conocidos, y, lanzando una admonición contra las intenciones de conquistar Europa, vaticina la derrota de Platea. Su hijo ha presumido demasiado, deben exhortarlo a la cordura. Mientras el coro llora la gloria del imperio bajo el prudente Darío, llega Jerjes harapiento y sombrío.
Los siete contra Tebas (467 a.C.). Etéocles, hijo de Edipo, reina en Tebas, la de las siete puertas. anuncia a su pueblo que, de acuerdo con una profecía del adivino Tiresias, Tebas será asaltada esa misma noche. Entre tanto, un emisario que ha asistido en el campamento enemigo al juramento de los siete guerreros que encabezarán el asalto a las puertas de la ciudad, ha reconocido entre ellos a Polinices, el hermano del rey. Será el propio Etéocles quien defienda, durante la batalla, la séptima puerta contra Polinices: Tebas es salvada, pero los hermanos se han dado muerte recíprocamente. Los nuevos señores de Tebas prohíben que el traidor Polinices sea sepultado, pero Antígona, hermana de los muertos, convence con apasionadas palabras a su más débil hermana Ismene, y a una parte de los presentes, para que honren con ella el cadáver de Polinices.
Prometeo encadenado. En las montañas de Escitia, Hefesto, con la ayuda de Cratos y Bía, personificaciones del Poder y de la Fuerza, ha encadenado al titán Prometeo a una roca, siguiendo las órdenes de Zeus. Junto a Prometeo, que ha sido dejado solo, llegan divinidades amigas: en primer lugar, las Oceánidas, hijas de Océano y de Tetis, luego el propio Océano. También la mortal Ío, hija de Ínaco, detiene el eterno errar al que le sometió Hera para interrogar a Prometeo. Éste, negándose a dejar de maldecir contra Zeus, refiere el motivo de su rebelión: osó defender a los hombres del odio de Zeus, y les dio el fuego para que aliviaran con él su mísera vida. Cuando profetiza la futura caída de Zeus, acude Hermes, y en medio de un inmenso cataclismo Prometeo es precipitado en un barranco.
La Orestíada (458).
Agamenón. Troya ha caído y Agamenón regresa victorioso a su palacio de Argos. Sale a recibirlo su esposa Clitemnestra, que simula sentirse contenta con su llegada, pero que en realidad ha dispuesto desde antes vengar atrozmente la muerte de su hija Ifigenia, sacrificada por su esposo a los dioses la víspera de la expedición contra Troya. Entre los prisioneros se encuentra la profetisa Casandra, hija del rey Príamo: adivinando (sin ser creída por los presentes) las maquinaciones de Clitemnestra, entra reluctante en palacio. De allí a poco, en efecto, con la ayuda de su amante Egisto, la reina mata a Casandra y Agamenón. Pero el coro de ancianos, sobrecogido, anuncia a Clitemnestra la inminente venganza de su hijo, Orestes.
Las Coéforas. Orestes, hijo de Agamenón, ha llegado secretamente a Argos, junto con su amigo Pílades. Se da a conocer, junto a la tumba de su padre, a su hermana Electra, que ha ido hasta allí con sus esclavas las Coéforas, al objeto de celebrar los ritos funerarios para calmar la ira de la sombra de Agamenón. Conjuntamente traman venganza contra su madre. Con la complicidad de las Coéforas, Orestes se introduce en el palacio disfrazado y mata a Egisto: acto seguido, después de revelarle su verdadera identidad a Clitemnestra, ésta cae bajo sus golpes. Consumado el matricidio, Orestes es presa del horror y se siente perseguido por las erinias. Entonces decide acercarse al santuario de Apolo, en Delfos, para reclamar ayuda al dios.
Las Euménides. En Delfos, delante del templo, Orestes se ve rodeado por las doce implacables Erinias, pero a su lado tiene a Hermes y a Apolo. En un momento en que se han adormecido, Apolo aconseja a Orestes dirigirse a Atenas. Mas del Hades surge la sombra de Clitemnestra para despertar a las Furias, que persiguen a Orestes hasta la Acrópolis. Él suplica a Atenea, prometiéndole que Argos será aliada de atenas, y la diosa confía el juicio de la disputa entre Orestes y las Erinias a un consejo de sabios (Areópago). El número de votos obtenido por ambas partes es el mismo, pero Orestes es absuelto gracias al voto de Atenea, que viene a sumarse a los que son favorables. La diosa convence a las Erinias para que acepten el veredicto: una vez éstas se han convertido en seres benévolos (Euménides), son acompañadas en cortejo a una nueva mansión que el pueblo ateniense les ha destinado para que puedan ser veneradas en ella.