Medea (431). Jasón, con el fin de casarse con la hija de Creonte, rey de Corinto, ha abandonado a Medea, la hechicera que lo ayudó a conquistar el toisón de oro y que le dio dos hijos. Creonte intima a Medea para que abandone cuanto antes Corinto. Una charla con Jasón aumenta la cólera de la hechicera, que, afectando resignación, decide el exterminio de su rival y de sus propios hijos. Manda como presentes vestidos empapados de veneno a la hija del rey, la cual muere entre horribles espasmos junto a su padre, que trata en vano de socorrerla. Jasón acude al lado de sus hijos, pero ante sus aterrados ojos aparece Medea sobre un carro alado con los cadáveres de los niños recién asesinados. Los conducirá al santuario de Hera, para sepultarlos lejos de Jasón y de la venganza de los corintios.
Hipólito (428). Hipólito, hijo de Teseo, venera a Artemisa y se despreocupa de Afrodita: ofendida, la diosa hace que se enamore perdidamente de él su madrastra Fedra. Conmovida por la desesperación de Fedra, su nodriza le confía a Hipólito la causa de los males de la madrastra. Ello origina el epílogo fatal: Hipólito, ferozmente casto, impreca sin piedad contra Fedra. Ésta pone fin a su vida pero, al propio tiempo, prepara su venganza. Teseo, a su regreso de un viaje, encuentra en manos de la mujer que acaba de expirar una carta en la que ésta acusa a Hipólito de haberla violado. Teseo maldice a su hijo y Poseidón accede a satisfacer sus deseos, haciendo que Hipólito sea arrastrado por sus caballos a orillas del mar. Llevado moribundo al palacio, Hipólito es defendido por Artemisa y muere reconciliado con su padre.
Hécuba (423). En las costas del Quersoneso tracio, donde los aqueos han acampado tras la destrucción de Troya a la espera de vientos propicios, Hécuba, cautiva de Agamenón, presagia nuevas desventuras. Poco después le arrebatan, en efecto, a su hija Polixena, para sacrificarla sobre la tumba de Aquiles. De nada valen las súplicas de Hécuba a Ulises. El sacrificio tiene lugar y Polixena acepta con orgullosa y serena firmeza la muerte. Poco después el mar devuelve los restos de otro joven hijo de Hécuba, Polidoro, al que sus padres enviaron durante la guerra de Troya junto al rey de Tracia Polinéstor (con el fin de liberarlo de los peligros de la ciudad asediada) y que ha sido asesinado por el propio monarca tracio. El dolor desgarrador de Hécuba por la muerte de Polixena se trueca ahora en feroz deseo de venganza. Conseguida la cómplice neutralidad de Agamenón, atrae a Polinéstor con sus pequeños hijos a su tienda y allí, con ayuda de las mueres troyanas, lo ciega y da muerte a sus hijos. La tragedia concluye con la profecía de Polinéstor, quien vaticina la muerte de Agamenón y de Casandra a manos de Clitemnestra.
Ifigenia en Àulide (406). Por consejo del adivino Calcas, Agamenón ha decidido inmolar a Artemisa a su hija Ifigenia para obtener que se levanten vientos propicios y la flota aquea pueda dirigirse hacia Troya. Ha ordenado que la joven viaje junto con su madre, Clitemnestra, hasta el campamento aqueo, fingiendo querer casarla con Aquiles. Aunque luego se muestra arrepentido, Menelao lo convence nuevamente. Mientras tanto Clitemnestra e Ifigenia, apenas llegadas, descubren el engaño frente al estupor del ignorante Aquiles. Ifigenia es presa de la desesperación, pero cuando ve a Aquiles dispuesto a batirse por ella contra Ulises y con el fin de evitar la lucha fratricida, acepta el sacrificio. Mientras la madre espera bañada en lágrimas el anuncio de su muerte, se presenta un heraldo para contarle que Artemisa ha raptado a Ifigenia y en su lugar yace sobre el ara, degollada, una cierva.
Ifigenia en Táuride (414). Artemisa ha transportado a Ifigenia a Táuride y la ha elegido sacerdotisa de un templo. Allí, de acuerdo con las costumbres de Táuride, donde reina Toante, tiene que presidir el sacrificio sobre el ara de la diosa de todos aquellos extranjeros que ponen sus pies en aquella tierra. Un día le llevan a dos jóvenes recién capturados: su hermano Orestes que, enloquecido por las Erinias tras el matricidio, ha huido de Argos, y su amigo Pílades. Después de numerosas preguntas de Ifigenia -que encuentra odiosa su cruenta ocupación y no piensa más que en su patria Argos- y de una noble lucha entre Orestes y Pílades para que uno de ellos pueda salvarse del sacrificio, los dos hermanos se reconocen y deciden regresar juntos a su patria. Una vez han engañado a Toante, consiguen huir junto con Pílades, llevándose consigo la estatua de Artemisa.