Los otros tres autores ingleses que sentaron las bases de la novela moderna (después de Cervantes) son Samuel Richardson, Henry Fielding y Horace Walpole.
Samuel Richardson era un impresor que comenzó escribiendo cartas de encargo (un oficio bastante habitual en un mundo lleno de analfabetos) hasta que decidió inventarse esas cartas y publicarlas como novela. Así nació Pamela (1740), cuyo argumento es el siguiente:
Pamela, hija de campesinos y camarera de una señora noble, su benefactora, se halla expuesta después de la muerte de su ama a los intentos de seducción del hijo de esta, el vividor conde de Belfart. Pamela se le resiste, aunque sin poder permanecer insensible a sus atenciones: es más, se va enamorando de él de forma paulatina, aunque no renuncie por ello a defender su virtud. Finalmente, el joven lord, conmovido por las lágrimas de la joven, se redime. Enamorado también él profundamente, lleva a Pamela al altar.
Es una de las primeras novelas sentimentales, cuya estela no ha terminado ni terminará. En realidad, Richardson es, en cierto modo, el inventor de los culebrones. Pamela se hace la ingenua con Belfart porque lo que ella quiere es ascender en la escala social. Richardson analiza meticulosamente la evolución de sus sentimientos, algo a lo que el público no estaba acostumbrado y que allana el camino para la novela romántica. El éxito fue extraordinario, aunque se le reprochaba la doble moral de la novela: por un lado, Pamela quiere conservar su castidad hasta el matrimonio, pero por otro va buscando un marido que le ayude a prosperar socialmente. En la novela es constante esa alternancia entre el análisis de los sentimientos y el de la sociedad que le pone obstáculos.
Junto con Defoe, Richardson está considerado el padre de la novela inglesa, en este caso en su vertiente sentimental. Pero, por ejemplo, la gran Jane Austen no podría entenderse sin las novelas de Richardson y la influencia que tuvieron.
Henry Fielding, que llegó a parodiar en su novela Joseph Andrews el sentimentalismo de Richardson, es el gran discípulo de Cervantes. Lector entusiasta del Quijote, y de la novela picaresca, lo adaptó al tiempo y los gustos ingleses. Su novela más importante es Tom Jones. En ella, el señor Allworthy, un caballero rico y de gran corazón, adopta a Tom Jones, un niño huérfano al que cria junto a su sobrino y heredero Blifil. Tom ama a Sofía, hija del misántropo y rico Western. Pero Blifil también aspira a casarse con Sofía, un tipo hipócrita y brutal. Blifil trama la ruina de Tom y consigue hacerlo caer en desgracia ante su tío con acusaciones falsas. El joven es expulsado por Allworthy y se ve obligado a andar errante por el país. Mientras tanto, Sofía escapa para no tener que casarse con Blifil. A Tom le suceden aventuras de todo tipo, incluso sentimentales, que están a punto de hacerle perder el amor por Sofía. Finalmente (deus ex machina) se descubre que Tom es, en realidad, sobrino de Allworthy, quien lo nombra su heredero, de modo que ya puede casarse con Sofía.
Como veis, Fielding mezcla la novela picaresca con la sentimental, y sus novelas serían importantísimas en las primeras obras de Charles Dickens, así como tienen su influencia en las novelas románticas de las hermanas Brontë.
Finalmente, Horace Walpole fundó un género que tuvo un gran éxito en el siglo XVIII, que forma parte de la novela romántica y que se sigue practicando hoy en día: el género gótico. Walpole era un erudito de temas históricos, tan aficionado a la Edad Media que construyó el extravagante castillo de Strawberry Hill, quizá el edificio neogótico más importante de Inglaterra.
La obra que lo lanzó a la fama, y a la posteridad, fue El castillo de Otranto (1764), una novela ambientada en paisajes nocturnos, cielos de tormenta, pasadizos secretos, ruidos misteriosos. Por allí circulan muchachas indefensas como Matilda e Isabella, malvados con pasiones perversas como Manfredo, dueño del castillo, o Teodoro, un héroe salvador que siempre aparece cuando más se lo necesita.
Recordaremos a Walpole cuando lleguemos a la novela gótica del XIX y a Edgar Alan Poe, pero también cuando veamos el ambiente de Cumbres borrascosas. En el fondo, si mezclásemos el sentimentalismo de Richardson con el ambiente lúgubre y apasionado de Walpole, ya tendríamos un modelo perfecto de novela romántica.