miércoles, 18 de marzo de 2020

Literatura francesa del siglo XVIII

La Ilustración francesa, heredera del clasicismo pedagógico, desdeña las novelas que solo desarrollan mitos y sirven al entretenimiento pero no al provecho personal. Los tres grandes nombres del siglo, Montesquieu, Voltaire y Rousseau utilizaron el molde de las novelas para escribir sus ensayos filosóficos, en algunos de los cuales encontraron, a su vez, mitos que influirían en la novela posterior.
Vamos a ver a estos autores a través de tres novelas: las Cartas persas, de Montesquieu; el Cándido, de Voltaire, y La nueva Eloísa, de Rousseau.

  1. Montesquieu, Cartas persas

Es una novela en forma epistolar, género que se generalizaría a partir del XVIII, sobre todo con el Romanticismo. Las cartas exigen uno o varios narradores en primera persona, que den su punto de vista personal, un relativismo que las acerca a la escritura realista.
En las Cartas persas, el gran señor Usbeck y su joven amigo Rica, después de llegar a Francia intercambian cartas con sus amigos orientales. Lo que ven en Francia les resulta extraño, y pronto empiezan a mofarse de sus costumbres: los críticos inútiles que pasan su tiempo en el café, la vanidad de los cortesanos que pasan el tiempo buscando favores, la ignorancia de los jueces, la coquetería de las mujeres ya mayores. Llama hechiceros al rey Sol y al Papa, critica las academias, el sisema absolutista, y una serie de problemas, más en serio, de los franceses de su tiempo: la esclavitud, las formas de gobierno…
Al mismo tiempo, Usbeck tiene que atender al motín de las mujeres que forman su harén en su Persia natal. Encabezadas por Roxane, no atienden las órdenes por carta de su amo, cada vez más severas, y mucho menos al eunuco que las cuida. La última carta del libro es de Roxane, y es un apasionado elogio de la libertad.
Entre las novedades de esta obra, quizá la más importante sea el perspectivismo, la capacidad de ver el propio país como si fuera extraño. Este distanciamiento tendrá una extraordinaria trascendencia en la literatura posterior. Ya en su tiempo, Voltaire escribió El ingenuo, donde cuenta la experiencia de un salvaje recién llegado a Francia. En el siglo siguiente, en Inglaterra, Stevenson perfeccionó el recurso con el mito de los papalagi, como llamaban los nativos de Samoa a los extranjeros, es decir, occidentales, a los que no entendían en absoluto, y que significaba el que rompe el cielo, por las enormes velas que traían sus barcos.  
En el mismo siglo XVIII, en España, Cadalso imitó las Cartas persas en sus Cartas marruecas, y aplicando a España las críticas de Montesquieu a Francia.

  1. Voltaire, Cándido
Voltaire, filósofo y dramaturgo, es quizá el que más trascendencia tuvo. De hecho, el adjetivo volteriano no solo significa ‘relativo a Voltaire’ sino ‘que manifiesta incredulidad o impiedad cínica y burlona’, según la RAE, es decir, un carácter escéptico, capaz de trivializarlo todo y sacar su lado jocoso, aunque también cruel.


En Cándido o el optimismo, al joven Cándido, que se ha criado en un castillo, el filósofo Pangloss le ha enseñado que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Pero Cándido se enamora de la hija del dueño del castillo, Cunegunda, y es expulsado, lo que le permite comprobar que las teorías de Pangloss, fuera del castillo, no son tan creíbles. Tiene que alistarse en el ejército búlgaro y logra escapar a Holanda, donde encuentra a Pangloss, quien le informa de que el castillo fue arrasado y él vive en la msieria. Los dos van a Lisboa, que acaba de sufrir un terremoto, y son condenados por la Inquisición. De nuevo escapan, encuentran a Cunegunda, esclava de un judío y del Gran Inquisidor. Cándido los mata y huye a Buenos Aires con Cunegunda, y después él solo a Paraguay, donde mata al hermano de Cunegunda mientras ella se ha hecho amante del gobernador de Buenos Aires. Finalmente llega a Eldorado, una lugar arcádico donde no se conoce la ambición ni la avaricia. Sin embargo, vuelve a París, y después a Londres y a Venecia, donde no ven más que desgracias y crueldades. Finalmente, en Constantinopla, se reencuentra con Pangloss y con Cunegunda. Se marchan todos a una pequeña granja en el campo, decidido a trabajar sin pensar como modo de sobrellevar la existencia.


Este final enlaza con el Beatus ille de Horacio, el retiro en el campo con su sabina, lejos del mundanal ruido y dedicado a tareas humildes que le descubran de nuevo el valor de la vida. En la literatura española del XX, por ejemplo, muchos personajes protagonistas de Baroja se declaran volterianos, transitan por un mundo cruel del que huyen y sueñan con retirarse a una casita de campo con su esposa, un proyecto que, por supuesto, suele salir mal. En sus Cartas filosóficas, Voltaire recomendaba que «cada cual cultive su jardín», es decir, que cada individuo debe crear un mundo aparte, enfrentarse a sus propias dudas y defender su independencia.

3. Rousseau, La nueva Eloísa.

Rousseau ha pasado a la historia de la literatura, sobre todo, por dos composiciones, las Confesiones, de tono sentimental, que inaugura en Francia la sensibilidad del Romanticismo, y El Emilio, donde defiende la pedagogía de el buen salvaje, es decir, que la mejor educación es la libertad y el contacto con la naturaleza. Esta teoría ha dado frutos en la educación, pero también ha causado desgracias. Es el caso de Caspar Hauser, un niño al que se intentó educar así, por sí solo, sin contacto con la civilización infecciosa, y el resultado fue un animalillo desvalido, incapaz de relacionarse ni de valerse por sí mismo. En el terreno de la filosofía política, su obra El contrato social está en la base de las sociedades modernas.


En La nueva Eloísa cuenta la historia de unos amores contrariados. Eloísa no puede casarse con su amado, su maestro Saint Preux, porque su padre no acepta darla en matrimonio con quien no tiene fortuna ni nobleza. Eloísa debe casarse con el marido propuesto por su padre, Wolmar, quien, en la línea del Albert de Werther (que se publicaría en Alemania en 1774, trece años después de La nueva Eloísa), acepta a Saint Preux en su casa. Pero este huye desesperado hasta que, en un accidente con su hijo, Eloísa cae enferma y reclama su presencia, para, antes de morir, encargarle que sea el maestro de sus hijos.



Al margen de estos tres grandes autores, la literatura francesa del XVIII popularizó el género erótico, lo que entonces se llamó novela galante: Choderlos de Laclos (Las amistades peligrosas), Prevost (Manon Lescaut) y, sobre todo, el marqués de Sade (Justine) quien, con sus argumentos pornográficos, llenos de crueldad, dio lugar al término sadismo.