lunes, 23 de marzo de 2020

El siglo XVIII en Inglaterra: Daniel Defoe


En Francia y en Alemania se desarrollaron durante el siglo XVIII, sobre todo, el ensayo y la poesía, no tanto la novela, y esta, casi siempre, con criterios filosóficos o pedagógicos.
En Inglaterra, en cambio, la novela se desarrolló hasta colonizar la imaginación occidental. Asistimos aquí al principal impulso de la novela de aventuras (Robinson Crusoe), de ciencia ficción (Los viajes de Gulliver), sentimental (Pamela), experimental (Tristam Shandy), cervantina (Tom Jones) o gótica (El castillo de Otranto). 
Además de lo que solemos llamar racionalismo burgués hay un elemento que explica por qué en la literatura anglosajona ha habido menos crisis de la novela que en el resto de países de occidente. El escritor burgués tiene un público que no ve en la literatura una necesidad sino un placer intelectual. A estos lectores no les interesan ni el preciosismo estilístico ni la complejidad conceptual, de modo que la novela se exige claridad y sencillez. Es más importante lo que tienen que contar que no el modo exquisito que usen para contarlo.
El pionero de estos nuevos novelistas, Daniel Defoe, es un buen ejemplo. Durante su azarosa vida fue viajero, empresario, comerciante, político, panfletista (escritor de textos breves contra algo o contra alguien) y hasta recaudador de impuestos. No había pasado su vida en una biblioteca ni esperando la inspiración. Robinson Crusoe lo escribió con 60 años, cuando se retiraba de la vida pública, y tuvo un éxito formidable, entre otras razones porque el público creyó que lo que allí contaba era verdad. Él se había inspirado en una historia real: un marinero holandés, Selkrik, había estado durante cuatro años en una isla desierta. Cuando lo encontraron, estaba desnutrido y había perdido el juicio.
Es muy interesante que Defoe partiera de un hecho real: un naúfrago capaz de sobrevivir cuatro años, aunque se volviera loco. Desde entonces, infinidad de novelas han partido de una noticia de periódico, algo en lo que Defoe, editor de un periódico de economía, también fue pionero. Más de un siglo después, la misma Madame Bovary, obra maestra del realismo, nació de una noticia. Es decir, una historia real sobre alguien que podría ser uno de los lectores, quien podría, por así decirlo, soñarse a sí mismo en una situación así.
Pero lo genial de Defoe fue que su náufrago no está cuatro años sino veintiocho, y no solo no pierde la razón sino que se adapta perfectamente a las circunstancias. Solo se tiene a sí mismo y una Biblia que lee con frecuencia. y sobrevive. Es decir, Defoe partió, sí, de una historia real, pero se lo inventó todo. También Cervantes había partido de un hecho real (corría el romance de que alguien se había vuelto loco de leer novelas) y a partir de ahí se había dejado llevar por su imaginación.
Claro que, en el caso de Defoe, su narración no es pura imaginación como en el caso de Cervantes. Defoe era un dissenter, un disidente, como se llamaban a aquellos protestantes ingleses (él era presbiteriano) que no aceptaban de ningún modo la intervención del Estado en asuntos religiosos ni políticos. Muchos de estos dissenters eran pequeños comerciantes y artesanos que emigraron a América en sucesivas oleadas. En ellos se puede ver la ideología (que ahora llamaríamos ultraliberal) de los pioneros, reacios a que el Estado intervenga en nada. Y para ellos Robinson Crusoe era un héroe, el que mejor representaba el mito del self-made man, el hombre hecho a sí mismo. En la isla, Robinson no tiene nadie a quien pedir ayuda, y sin embargo se las arregla para llevar una vida ordenada, incluso para amueblar la cueva donde vive o llevar un régimen de vida saludable. Es optimista, y de cada circunstancia difícil de su vida se esfuerza en sacar la parte positiva. Es célebre una página en la que Robinson opone lo bueno y lo malo de su situación.

Comencé a considerar seriamente mi condición y las circunstancias a las que me veía reducido y decidí poner mis asuntos por escrito, no tanto para dejarlos a los que acaso vinieran después de mí, pues era muy poco probable que tuviera descendencia, sino para liberar los pensamientos que a diario me afligían. A medida que mi razón iba dominando mi abatimiento, empecé a consolarme como pude y a anotar lo bueno y lo malo, para poder distinguir mi situación de una peor; y apunté con imparcialidad, como lo harían un deudor y un acreedor, los placeres de que disfrutaba, así como las miserias que padecía, de la siguiente manera:
Malo
He sido arrojado a una horrible isla desierta, sin esperanza alguna de salvación.
Al parecer, he sido aislado y separado de todo el mundo para llevar una vida miserable.
Estoy separado de la humanidad, completamente aislado, desterrado de la sociedad humana.
No tengo ropa para cubrirme.
No tengo defensa alguna ni medios para resistir un ataque de hombre o bestia.
No tengo a nadie con quien hablar o que pueda consolarme.
Bueno
Pero estoy vivo y no me he ahogado como el resto de mis compañeros de viaje.
Pero también he sido eximido, entre todos los tripulantes del barco, de la muerte; y Él, que tan milagrosamente me salvó de la muerte, me puede liberar de esta condición.
Pero no estoy muriéndome de hambre ni pereciendo en una tierra estéril, sin sustento.
Pero estoy en un clima cálido donde, si tuviera ropa, apenas podría utilizarla.
Pero he sido arrojado a una isla en la que no veo animales feroces que puedan hacerme daño, como los que vi en la costa de África; ¿y si hubiese naufragado allí?
Pero Dios envió milagrosamente el barco cerca de la costa para que pudiese rescatar las cosas necesarias para suplir mis carencias y abastecerme con lo que me haga falta por el resto de mi vida.
En conjunto, este era un testimonio indudable de que no podía haber en el mundo una situación más miserable que la mía. Sin embargo, para cada cosa negativa había algo positivo por lo que dar gracias. Y que esta experiencia, obtenida en la condición más desgraciada del mundo, sirva para demostrar que, aun en la desgracia, siempre encontraremos algún consuelo, que colocar en el cómputo del acreedor, cuando hagamos el balance de lo bueno y lo malo.
Habiendo recuperado un poco el ánimo respecto a mi condición y renunciando a mirar hacia el mar en busca de algún barco; digo que, dejando esto a un lado, comencé a ocuparme de mejorar mi forma de vida, tratando de facilitarme las cosas lo mejor que pudiera.

Lo malo es cuando dice: «Dios envió milagrosamente el barco cerca de la costa para que pudiese rescatar las cosas necesarias para suplir mis carencias y abastecerme con lo que me haga falta por el resto de mi vida». Es la clave de la novela, lo menos realista y verosímil. En efecto, Robinson encuentra el barco encallado, lleno de grano para cultivar, armas, pólvora en perfecto estado, herramientas, alimentos duraderos, etc. Es decir, como si hubiera naufragado con todo lo necesario. El pobre Selkrik no tuvo un barco-supermercado encallado en la playa de la isla Juan Fernández.
En la novela, Robinson es un joven con ganas de aventuras que se escapa de su casa a los dieciocho años y se va a correr mundo. Después de un primer naufragio, es capturado por un pirata; se evade y parte para el Brasil, donde trabaja como plantador; luego, vuelve a embarcarse rumbo a Guinea y naufraga por segunda vez. Es el único superviviente del naufragio, y las olas lo arrastran a la orilla de una pequeña isla desierta en la desembocadura del río Orinoco. Pasa años dedicado a sobrevivir haciendo uso de su extaordinaria habilidad (es un perfecto manitas) y su indesmayable optimismo. Vive en la más absoluta soledad hasta que tiene que salvarle la vida a un nativo que es perseguido por caníbales. Robinson lo bautiza con el nombre de Viernes, y lo trata como a un amigo y un criado fiel. Tras 28 años de permanencia en la isla, y en un genuino deus ex machina, una nave que pasa por allí lo devuelve a Inglaterra, de donde más tarde volverá a ir al Brasil a dedicarse a sus negocios.
En realidad Viernes es una solución cervantina que utilizó Defoe para diseñar la perfecta relación social, la de amo y siervo que se llevan bien. Para los ingleses, su espíritu viajero quedaba reflejado en ese hombre que sabía reproducir su vida civilizada en cualquier sitio y en cualquier circunstancia, así como su curiosidad geográfica, biológica y antropológica y sus costumbres inconfundiblemente británicas.
Defoe dejó una extensa obra con novelas como Moll Flanders, biografías como la del capitán Singleton, panfletos e incluso una (atribuida) historia de la piratería en varios volúmenes. También escribió un importante Diario del año de la peste, con el que sucedió justo lo contrario que con Robinson: Defoe había investigado en archivos municipales y todo lo que contaba era real, y sin embargo, al contrario de lo que sorprendentemente sucedió con Robinson, la gente pensó que era ficción. Es posible que nosotros también recordemos estos días como pura ficción.
Robinson sigue siendo la primera gran novela inglesa, por su agilidad, por su interés narrativo, pero también porque describe perfectamente una mentalidad que arraigó en América y que sigue siendo una de las principales opciones políticas de los ciudadanos, el individualismo a ultranza.