El albatros
Por distraerse, a veces, suelen los
marineros
Dar caza a los albatros, grandes aves
del mar,
Que siguen, indolentes compañeros de
viaje,
Al navío surcando los amargos
abismos.
Apenas los arrojan sobre las tablas
húmedas,
Estos reyes celestes, torpes y
avergonzados,
Dejan penosamente arrastrando las
alas,
Sus grandes alas blancas semejantes a
remos.
Este alado viajero, ¡qué inútil y qué
débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué
grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la
pipa,
Aquél, mima cojeando al planeador
inválido!
El Poeta es igual a este señor del
nublo,
Que habita la tormenta y ríe del
ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el
griterío,
Sus alas de gigante le impiden
caminar.
Correspondencias
La creación es un templo donde vivos
pilares
hacen brotar a veces vagas voces
oscuras;
por allí pasa el hombre a través de
espesuras
de símbolos que observan con ojos
familiares.
Como ecos prolongados que a lo lejos
se ahogan
en una tenebrosa y profunda unidad,
inmensa cual la noche y cual la
claridad,
perfumes y colores y sonidos
dialogan.
Laten frescas fragancias como carnes
de infantes,
verdes como praderas, dulces como el
oboe,
y hay otras corrompidas, gloriosas y
triunfantes,
de expansión infinita sus olores henchidos,
como el almizcle, el ámbar, el
incienso, el aloe,
que los éxtasis cantan del alma y los
sentidos.
Himno a la belleza
¿Vienes del cielo profundo o surges
del abismo,
Oh, Belleza? Tu mirada infernal y
divina,
Vuelca confusamente el beneficio y el
crimen,
Y se puede, por eso, compararte con
el vino.
Tú contienes en tu mirada el ocaso y
la aurora;
Tú esparces perfumes como una tarde
tempestuosa;
Tus besos son un filtro y tu boca un
ánfora
Que tornan al héroe flojo y al niño
valiente.
¿Surges tú del abismo negro o
desciendes de los astros?
El Destino encantado sigue tus faldas
como un perro;
Tú siembras al azar la alegría y los
desastres,
Y gobiernas todo y no respondes de
nada,
Tú marchas sobre muertos, Belleza, de
los que te burlas;
De tus joyas el Horror no es lo menos
encantador,
Y la Muerte, entre tus más caros
dijes,
Sobre tu vientre orgulloso danza
amorosamente.
El efímero deslumbrado marcha hacia
ti, candela,
Crepita, arde y dice: ¡Bendigamos
esta antorcha!
El enamorado, jadeante, inclinado sobre
su bella
Tiene el aspecto de un moribundo
acariciando su tumba.
Que procedas del cielo o del
infierno, qué importa,
¡Oh, Belleza! ¡monstruo enorme,
horroroso, ingenuo!
Si tu mirada, tu sonrisa, tu pie me
abren la puerta
De un infinito que amo y jamás he
conocido?
De Satán o de Dios ¿qué importa?
Ángel o Sirena,
¿Qué importa si, tornas -hada con
ojos de terciopelo,
Ritmo, perfume, fulgor ¡oh, mi única
reina!-
El universo menos horrible y los
instantes menos pesados?
Invitación al viaje
Mi hermana, mi ser,
sueña en el placer
de juntar las vidas en tierra
distante;
y en un lento amar,
amando expirar
en aquel país a Ti semejante.
Los húmedos soles
de sus arreboles
mi alma conturban con el mismo
encanto
de tus agoreros
ojos traicioneros
cuando resplandecen a través del
llanto.
Allá todo es rítmico, hermoso
y sereno esplendor voluptuoso.
Pulieron los años
suntuosos escaños
que serán la muelle pompa de la
estancia
donde los olores
de exóticas flores
vagan entre 'una ambarina fragancia.
La rica techumbre,
la ilímite lumbre
que dan los espejos con magia
oriental,
hablaran con voces
de incógnitos goces
al alma en su dulce lenguaje natal.
Allá todo es rítmico, hermoso
y sereno esplendor voluptuoso.
Mira en las orillas
las dormidas quillas
de innúmera ruta, de sino errabundo:
siervas de tu anhelo,
su marino vuelo
tendieron de todos los puertos del
mundo.
Ponentinos lampos
revisten los campos,
la senda, la orilla. Cárdeno capuz
de oro y jacinto,
por el orbe extinto
difunde la tarde su cálida luz.
Allá todo es rítmico, hermoso
y sereno esplendor voluptuoso.
A una transeúnte
La calle atronadora aullaba en torno
mío.
Alta, esbelta, enlutada, con un dolor
de reina
Una dama pasó, que con gesto fastuoso
Recogía, oscilantes, las vueltas de
sus velos,
Agilísima y noble, con dos piernas
marmóreas.
De súbito bebí, con crispación de
loco.
Y en su mirada lívida, centro de mil
tomados,
El placer que aniquila, la miel
paralizante.
Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza
Cuya mirada me hizo, de un golpe,
renacer.
¿Salvo en la eternidad, no he de
verte jamás?
¡En todo caso lejos, ya tarde, tal
vez nunca!
Que no sé a dónde huiste, ni
sospechas mi ruta,
¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que
lo supiste!
El crepúsculo matutino
La diana resonaba en todos los
cuarteles
Y apagaba las lámparas el viento
matutino.
Era la hora en que enjambres de
maléficos sueños
Ahogan en sus almohadas a los adolescentes;
Cuando tal palpitante y sangrienta
pupila,
La lámpara en el día traza una mancha
roja
Y el alma, bajo el peso del cuerpo
adormilado,
Imita los combates del día y de la
lámpara.
Como lloroso rostro que enjugase la
brisa,
Llena el aire un temblor de cosas
fugacísimas
Y se cansan los hombres de escribir y
de amar.
Empiezan a humear acá y allá las
casas,
Las hembras del placer, con el
párpado lívido,
Reposan boquiabiertas con derrengado
sueño;
Las pobres, arrastrando sus fríos y
flacos senos,
Soplan en los tizones y soplan en sus
dedos.
Es la hora en que, envueltas en la
mugre y el frío,
Las parturientas sienten aumentar sus
dolores;
Como un roto sollozo por la sangre
que brota
El canto de los gallos desgarra el
aire oscuro;
Baña los edificios un océano de
niebla,
y los agonizantes, dentro, en los
hospitales,
Lanzan su último aliento entre hipos
desiguales.
Los libertinos vuelven, rotos por su
labor.
La friolenta aurora en traje verde y
rosa
Avanzaba despacio sobre el Sena
desierto
Y el sombrío Paris, frotándose los
ojos,
Empuñaba sus útiles, viejo
trabajador.
La destrucción
A mi lado sin tregua el Demonio se
agita;
En torno de mi flota como un aire
impalpable;
Lo trago y noto cómo abrasa mis
pulmones
De un deseo llenándolos culpable e
infinito.
Toma, a veces, pues sabe de mi amor
por el Arte,
De la más seductora mujer las
apariencias,
y acudiendo a especiosos pretextos de
adulón
Mis labios acostumbra a filtros
depravados.
Lejos de la mirada de Dios así me
lleva,
Jadeante y deshecho por la fatiga, al
centro
De las hondas y solas planicies del
Hastío,
Y arroja ante mis ojos, de confusión
repletos,
Vestiduras manchadas y entreabiertas
heridas,
¡Y el sangriento aparato que en la
Destrucción vive!
El viaje
I
Para el niño, enamorado de mapas y
estampas,
El universo es igual a su vasto
apetito.
¡Ah! ¡Cuan grande es el mundo a la
claridad de las lámparas!
¡Para las miradas del recuerdo, el
mundo qué pequeño!
Una mañana zarpamos, la mente
inflamada,
El corazón desbordante de rencor y de
amargos deseos,
Y nos marchamos, siguiendo el ritmo
de la onda
Meciendo nuestro infinito sobre el
confín de los mares.
Algunos, dichosos al huir de una
patria infame;
Otros, del horror de sus orígenes, y
unos contados,
Astrólogos sumergidos en los ojos de
una mujer,
La Circe tiránica de los peligrosos
perfumes.
Para no convertirse en bestias, se
embriagan
De espacio y de luz, y de cielos
incendiados;
El hielo que los muerde, los soles
que los broncean,
Borran lentamente la huella de los
besos.
Pero los verdaderos viajeros son los
únicos que parten
Por partir; corazones ligeros,
semejantes a los globos,
De su fatalidad jamás ellos se
apartan,
Y, sin saber por qué, dicen siempre:
¡Vamos!
¡Son aquellos cuyos deseos tienen
forma de nubes,
Y que como el conscripto, sueñan con
el cañón,
En intensas voluptuosidades,
mutables, desconocidas,
Y de las que el espíritu humano jamás
ha conocido el nombre!
II
Imitamos ¡horror! al trompo y la
pelota
En su danza y sus saltos; hasta en
nuestros sueños
La Curiosidad nos atormenta y nos envuelve,
Como un Ángel cruel que fustigará
soles.
¡Singular fortuna en la que el final
se desplaza,
Y no estando en parte alguna, puede
hallarse por doquier!
¡Donde el Hombre, que jamás la
esperanza abandona,
Para lograr el reposo corre siempre
como un loco!
Nuestra alma es nave de tres palos
buscando su Icaria;
Una voz resuena en el puente:
"¡Atención!"
Una voz desde la cofa, ardiente y
loca, clama:
"¡Amor... gloria...
felicidad!" ¡Infierno! ¡Es un escollo!
Cada islote señalado por el vigía
Es un El dorado prometido por el
Destino;
La imaginación, que acucia su orgía
No halla más que un arrecife al
amanecer.
¡Oh, el infeliz enamorado de tierras
quiméricas!
¿Habrá que engrillar y arrojar al
mar,
A este marinero borracho, inventor de
Américas
Para el cual el espejismo toma el
remolino más amargo?
Como el viejo vagabundo, chapaleando
en el lodo
Sueña, husmeando en el aire,
brillantes paraísos;
Su mirada hechizada descubre una
Capúa
En cuanto lugar la candela alumbra un
tugurio.