En Antioquía, el rey Antioco vive
incestuosamente con su hija. Para no perderla propone una fácil adivinanza a
los que la pretenden; si no la resuelven serán decapitados. Apolonio, rey de
Tiro, se ha enamorado de ella por las noticias que circulaban de su extrema
belleza; llega a Antioquía y de solución al enigma, que alude precisamente al
pecado de Antioco, aunque éste lo niegue y le dé treinta días de plazo para
resolverlo. Vuelve Apolonio a Tiro, pero, apesadumbrado por su fracaso, marcha
a correr aventuras.
Llega
con sus acompañantes a Tarso; entre tanto Antioco trama contra él asechanzas.
De ellas se entera por Elánico, pero sigue en la ciudad hasta que su amigo
Estrángilo le aconseja, por su propio bien y por el de Tarso, que huya a
Pentápolis. Primera tempestad y naufragio. Solo se salva Apolonio.
Un pescador
de Pentápolis, a quien relata sus cuitas, comparte con él mesa y vestido y le
señala el camino de la ciudad. En una interesante escena del juego de la pelota
Apolonio muestra su destreza y es invitado, por ello, a comer en el palacio del
rey Architrastres. Nuevo pasaje célebre en que Luciana, la hija del rey, toca
la vihuela, y, después, lo hace Apolonio. Comienza el delicioso enamoramiento
de Luciana hacia el náufrago vihuelista, logrando de su padre que le nombre su
maestro de música. El enamoramiento culmina con las bodas de Luciana y
Apolonio. Cuando Luciana está preñada de siete meses llega una nave de Tiro y
se enteran de la trágica muerte de Antioco y su hija, y de que en Antioquía
esperan a Apolonio, que resolvió el enigma, como nuevo rey. Embarca con su
esposa, a quien acompaña su aya Licórides, camino de Antioquía. En la nave
tiene lugar el parto de Luciana: una niña, Tarsiana. A la madre la creen muerta
y, como es de mal agüero llevar un cadáver a bordo, es arrojada al mar en un
rico ataúd.
El
relato continúa con la historia de Luciana. El ataúd llega a Éfeso donde un
médico joven y sabio la devuelve a la vida. Queda Luciana como abadesa de un
monasterio consagrado a Diana.
Retoma
el poeta las andanzas del rey de Tiro, que desembarca, desesperado de tristeza,
en Tarso. Acude a casa de Estrángilo, donde deja a su hija, con el aya
Licórides, mientras él, jurando no cortarse el pelo ni las uñas hasta procurar
un buen matrimonio a su hija, se embarca entristecido hacia Egipto. Estrángilo
y su mujer Dionisa dan una esmerada educación a Tarsiana, pero no le confiesan
de quién es hija; lo hace Licórides en trance de muerte. La belleza de Tarsiana
ciega de envidia a Dionisa, que acaba por contratar a Teófilo para que le dé
muerte cuando por la mañana acuda, como suele, al sepulcro de su aya. En ese
preciso momento aparecen unos ladrones en una galera, piratas por lo tanto, que
hacen huir a Teófilo y raptan a Tarsiana; sin embargo, Teófilo dice a Dionisa
que ha llevado a cabo su encargo.
Los
ladrones llegan a Mitilene y allí sacan a Tarsiana a subasta. El príncipe de la
ciudad, Antinágoras, puja por ella, pero acaba llevándosela un rufián que pone
su virginidad a precio. El primero en acudir es Antinágoras, y Tarsiana, con
sus ruegos, consigue que el príncipe la respete. Lo mismo sucede con cuantos
allí acudieron. La niña, además, logra convencer al leno de que conseguiría más
dinero para él si la dejara salir al mercado a tocar la vihuela. Comienza aquí
otro de los episodios más célebres del libro: Tarsiana juglaresa.
La
narración vuelve a Apolonio. Pasados todos estos años torna de Egipto, en busca
de su hija, a Tarso, y el matrimonio le informa de su muerte. Acude a su
presunto sepulcro, pero no puede verter una lágrima por lo que intuye que
Tarsiana no yace allí. Se embarca con intención de ir a Tiro y una nueva
tempestad los desvía a Mitilene.
Es tanta
la desesperación de Apolonio que prohíbe a sus hombres que le hablen: yace
recostado en el fondo de la nave, surta en Mitilene. Antinágoras pasa por allí,
ve la nave y se empeña en conocer a Apolonio, sin lograr consolarlo. Se le
ocurre entonces enviar por Tarsiana para que lo alegre. Ya tenemos juntos a
padre e hija, pero no se conocen. Tarsiana, una y otra vez, acude a todos sus
recursos para consolar al que ignora que es su padre; en su frustración acaba
echándole los brazos al cuello a lo que responde Apolonio abofeteándola; llora
la niña y en sus quejas relata su historia. Primera anagnórisis: reconocimiento
de padre e hija y explosión de alegría del padre. Antinágoras pide la mano de
Tarsiana y la obtiene. Gran contento en Mitilene, donde levantan una estatua a
Apolonio con su hija y condenan a muerte al rufián.
Camino
de Tiro el padre y los esposos, una aparición le aconseja a Apolonio dirigirse
a Éfeso, al templo de Diana. El rey de Tiro cumple todo lo que la visión le
ordena y se produce el segundo reconocimiento: Apolonio y su mujer Luciana.
Todos se dirigen a Tarso.
Alegría
en Tarso. Castigo de Estrángilo y Dionisa, mientras que es indultado Teófilo.
Por fin marcha Apolonio a Antioquía a hacerse cargo del imperio, que cede a su
yerno Antinágoras. Todos visitan Pentápolis, donde Luciana tiene un nuevo hijo,
ahora varón. El fin del relato se apresura, muere el rey Architrastres y su
yerno Apolonio hereda el reino, aunque acabará dejándolo a su hijo, pequeño
pero bien aconsejado. No se olvida de premiar al pescador que le atendió cuando
llegó desvalido. Arreglados todos los asuntos que le conciernen, Apolonio
regresa a su tierra natal con su mujer Luciana, y allí vive feliz hasta su
muerte. Reflexiones finales sobre la caducidad de lo mundano.
(Resumen de Carmen Monedero)