CANTAR PRIMERO
1-14 El texto conservado comienza con un
pasaje cuya cuidada composición e innegable eficacia emotiva han hecho pensar a
algunos autores que se trataba del auténtico inicio del Cantar y que la hoja
perdida estaba en blanco (aunque esto es muy improbable). El Cid se aleja de
Vivar camino de Burgos y, antes de decidirse por completo a partir, contempla
entristecido la casa que abandona en total desolación, enumerando los objetos
de los que queda vacía, lo que acentúa el dolor de la partida y atrae sobre el
héroe la simpatía del público. Después, pasando de la contemplación a la
acción, el Campeador y los suyos se apresuran en dirección a Burgos, y en el
trayecto observan los augurios contrapuestos de las cornejas. Es el momento sin
retorno de su marcha hacia el destierro.
15-64 El mal augurio de los versos
anteriores se cumple en Burgos, cuyos habitantes, pese al afecto que sienten
por el Cid, no son capaces de contravenir el mandato real que les prohíbe
hospedar o vender alimentos al desterrado. Se narra primeramente la llegada del
Cid a Burgos, con la llorosa acogida y buenos deseos de sus ciudadanos. En
contraste con este recibimiento, se refieren a continuación la prohibición del
rey Alfonso, que había llegado la noche anterior, y la tensa escena en la que
el Cid y sus tropas están a punto de entrar por la fuerza en su posada. La
violencia sólo es interrumpida por la aparición de la niña de nueve años, que
informa al Cid de la disposición real. Conocida ésta, el Campeador decide
acampar a la orilla del río, pasando la noche fuera de la ciudad, como un
marginado.
65-233 El Cid, acampado a orillas del río,
recibe la ayuda de un vasallo suyo burgalés, Martín Antolínez, quien le provee
de alimentos. Sin embargo, esto no basta para cubrir las necesidades del Campeador,
que ha de dejar dinero a su familia y pagar a sus hombres. Por ello, el Cid se
ve obligado a recurrir a un ardid: llenar unas pesadas arcas de arena y
empeñárselas a dos prestamistas burgaleses, Raquel y Vidas, haciéndoles creer
que están llenas de riquezas y que le resulta peligroso llevarlas consigo.
Martín Antolínez pondrá en práctica el engaño con gran habilidad, consiguiendo
seiscientos marcos para el Cid y treinta para sí mismo, en concepto de comisión.
Después, Martín Antolínez regresa a Burgos, para dejar arreglados sus asuntos,
y el Campeador, tras encomendarse a la protección de la Virgen, parte hacia San
Pedro de Cardeña, donde se reunirá con su familia.
235-411 El Cid y sus hombres llegan a Cardeña,
donde son muy bien recibidos por el abad, a quien el Campeador da instrucciones
sobre el cuidado de su familia, que quedará acogida al monasterio durante el
destierro. Después se reúnen el Cid, su esposa y sus hijas, en una escena
marcada por el dolor de la separación y la incertidumbre de su futuro. Sin
embargo, no todo es motivo de tristeza, pues el Cid recibe la adhesión de
nuevos caballeros, que vienen conducidos por Martín Antolínez. Como el plazo
vence muy pronto, se prepara la partida, ante la cual doña Jimena ruega a Dios
por su marido. La despedida es descrita en términos de un enorme dolor, que
provoca el único y momentáneo desfallecimiento del Cid en el Cantar. En la
marcha hacia al destierro se le unen al Campeador nuevos hombres. Cuando llegan
a la frontera, en su última noche en Castilla, el Cid recibe la respuesta a sus
oraciones y las de su esposa en forma de una visión, en la que el arcángel
Gabriel le profetiza un futuro mejor.
412-546 El Cid y sus hombres cruzan la
frontera de Castilla con los territorios musulmanes y comienzan lo que será su
actividad durante la primera parte del destierro: la obtención de botín de guerra
y el cobro de tributos (parias) a los musulmanes. La primera campaña del Campeador
tiene lugar en el valle del Henares, mediante una doble acción: la toma de
Castejón por parte del Cid y la expedición de saqueo (algara) Henares abajo,
capitaneada por Álvar Fáñez. Ambos ataques ocurren de modo simultáneo, pero se
narran sucesivamente. Al regresar las tropas expedicionarias, se reúne todo el
botín y se distribuye según las leyes de la época. Por último, temiendo que el
rey Alfonso acuda en ayuda de este territorio, que está bajo su protectorado,
el Cid abandona Castejón en dirección noreste.
547-624 Continuando con su actividad
guerrera, el Cid realiza la campaña del Jalón. Tras descender por el valle de
este río, saqueándolo, se establece en un fuerte campamento para dominar la
zona. Después de obtener el pago de tributos por parte de las principales
localidades del valle, el Cid, valiéndose de una huida fingida, ocupa el
castillo de Alcocer, que es presentado en el Cantar como un enclave esencial
para dominar la comarca. Además, esta conquista le proporciona un rico botín.
625-861 La conquista de Alcocer, clave
estratégica de la zona, según el Cantar, provoca el temor en las localidades
musulmanas circundantes, que piden ayuda al rey Tamín de Valencia. Éste, viendo
una seria amenaza en el Cid, envía a dos de sus generales, Fáriz y Galve, al
frente de tres mil hombres, a recuperar la plaza. El ejército musulmán, incrementado
por tropas de la frontera, pone cerco al Cid y a sus hombres en Alcocer. El
asedio se prolonga durante tres semanas, al cabo de las cuales el Cid, con el
consejo de Álvar Fáñez (que suele actuar de estratega del Campeador), decide
atacar por sorpresa al amanecer a los sitiadores. Se produce así la primera lid
campal del Cantar, que comienza con la carga en solitario de Pero Vermúez, que
atrae tras sí a la mesnada del Campeador. La batalla, pese a algunas
dificultades ocasionales, como las sufridas por Álvar Fáñez, es vencida por los
hombres del Cid, que obtienen un gran botín, aunque no se consigue dar muerte a
Fáriz ni a Galve. Gracias a las riquezas conseguidas, el Campeador puede
encargar a Minaya que vuelva a Castilla a pagar su voto en Santa María de
Burgos, a entregar dinero a su familia y a hacer su primer regalo al rey
Alfonso. Tras la partida de Álvar Fáñez, el Cid, por razones estratégicas,
decide abandonar Alcocer, que es vendido a los moros. Repartidas las ganancias,
y entre las bendiciones de los alcocereños, el Campeador y sus hombres parten
Jalón abajo.
862-953 La tercera campaña del Cid se
desarrolla en el Bajo Aragón. En primer lugar, desde El Poyo, somete la
cabecera del valle del Jiloca y su entorno, los valles de los ríos Martín y
Aguasvivas. Posteriormente se desplaza hacia el este, acampando en Tévar, desde
donde ataca Alcañiz, aunque vuelve por un momento hacia el oeste, en la incursión
a Huesca y Montalbán, realizada desde el campamento de Alucant, de donde
regresa a Tévar. Como en las dos campañas anteriores (la del Henares y la del
Jalón), el fin primordial de estas acciones es la obtención de parias y botín,
no la conquista de un lugar de asentamiento. La narración de estas acciones se
alterna con el relato de la embajada de Álvar Fáñez a Castilla, cuyo objetivo
primordial es la entrega al rey del regalo del Cid. Aunque esta misión no
cumple aún su fin último (la obtención del perdón real), sirve para dar a
conocer a don Alfonso las hazañas del Campeador y predisponerlo a su favor.
954-1086 La actuación del Cid, que
anteriormente le había hecho oponerse al rey musulmán de Valencia, representado
por Fáriz y Galve, le lleva ahora a enfrentarse al conde don Remont de
Barcelona, un príncipe cristiano, si bien éste actúa en defensa de un reino
musulmán y cuenta con moros entre sus tropas. Esto provocará la segunda lid
campal del Cantar, en el pinar de Tévar. Sin embargo, en esta ocasión el poeta
no presta tanta atención al aspecto heroico del combate como a su resultado, la
prisión del conde (hábilmente contrapuesto al Campeador) y el rico botín
obtenido. Todo el episodio está construido con una evidente ironía, en la que
se revela un claro deseo de criticar (y aun de ridiculizar) a la alta nobleza
cortesana que, pese a su elevada posición y a su refinamiento, es incapaz de
vencer al Campeador y a sus hombres, inferiores socialmente, pero mejores
caballeros.
CANTAR SEGUNDO
1085-1169 El Cid abandona definitivamente las
tierras del interior para iniciar la campaña de Levante, que le conducirá a su
mayor hazaña, la conquista de Valencia. Pero antes de acometerla, el Campeador,
como buen estratega, la deja aislada, ocupando las principales poblaciones de
su entorno. Cuando el Cid ha tomado Murviedro (plaza de gran importancia
estratégica), los moros valencianos intentan detener el avance del Cid,
asediándolo allí. Sin embargo, las tropas del Campeador, mediante un plan propuesto
por Álvar Fáñez, los derrotan por completo. Impulsado por esta victoria, el Cid
incrementa sus actividades, y en el plazo de tres años controla totalmente el
territorio levantino y deja aislada a Valencia .
1170-1220 Tras sojuzgar toda la zona y
estrechar el cerco en torno a Valencia, la situación en su interior se hace insostenible.
Los valencianos piden ayuda al rey de Marruecos, pero éste no puede
proporcionársela. Sabido esto, el Cid se dispone a tomar la ciudad, para lo
cual envía pregones por los reinos cristianos, a fin de reclutar tropas suficientes
para ello. Cuando las ha reunido, el Cid asedia Valencia por completo y,
pasados nueve meses sin ser ayunados, los valencianos entregan la ciudad. El
Campeador y sus tropas se instalan en ella, consiguiendo un enorme botín. Tras
esta importante conquista, el Cid ya no deberá continuar sus campañas de
pillaje, sino que podrá establecerse se modo definitivo.
1221-1235 Tras la conquista de Valencia, la
posesión de la plaza aún no está asegurada, pues el rey de Sevilla, informado
de la conquista, intenta recuperarla. El resultado es una nueva e impresionante
derrota musulmana, aunque el rey sevillano logra escapar del propio Campeador.
Esto todavía proporciona más riquezas a los cristianos y más fama a su caudillo. Con esta batalla se
concluye de momento la campaña levantina, cuyo botín permitirá al Cid enviar
una nueva embajada al rey Alfonso.
1236-1307 Frente a sus campañas anteriores, en
las que el Cid no buscaba establecerse en ninguna de sus conquistas o campamentos,
la toma de Valencia le proporciona a él y a sus hombres un nuevo lugar de
asentamiento, una morada permanente, a la que el Campeador intentará traer a su
familia. Por ello, lo primero que hace el caudillo castellano es organizar la
vida en el interior de la ciudad conquistada, para que aquélla se normalice con
rapidez. En consecuencia, les reparte a sus hombres casas y tierras donde establecerse.
Para evitar deserciones, hace un censo de los repobladores cristianos y establece
medidas contra los que intenten irse sin su permiso. Además, prepara un nuevo
regalo para el rey Alfonso, que llevará Álvar Fáñez con la petición de que deje
a la familia del Cid reunirse con éste. Por último, el Campeador instaura la
sede episcopal valenciana, en la persona de don Jerónimo, un venerable clérigo
francés animado por ideas de cruzada, lo que también contribuye a asentar la
conquista cristiana.
1308-1390 Al salir de Valencia, Minaya se
dirige a un lugar sin especificar, probablemente Burgos, en busca del rey. Se
le informa entonces (seguramente por boca de los oficiales reales) que el
monarca se encuentra en Carrión, de acuerdo con el carácter itinerante propio
de la corte altomedieval. En consecuencia, Minaya se dirige hacia allí. Al
llegar, ofrece a don Alfonso el regalo del Campeador y le refiere la conquista
de Valencia, así como la petición del Cid sobre su familia. El rey, complacido,
accede a que ésta parta para Valencia y además permite a cualquier vasallo que
se una al Cid. Los favores del rey ocasionan en la corte reacciones
contrapuestas. Por una parte, el despecho despectivo de Garcí Ordóñez; por
otra, la codiciosa admiración de los infantes de Carrrión, que se plantean la
posibilidad de casar con las hijas del Cid, pese a la notable diferencia de
linaje, y, sin decir aún nada, envían un saludo al Campeador a través de Minaya.
1391-1617 Concluida la embajada ante el rey,
Álvar Fáñez se encamina a Cardeña, donde se realizan los alegres preparativos
para la partida hacia Valencia. Mientras Minaya compra en Burgos todo lo
necesario, se produce la segunda aparición de Rachel y Vidas, que reclaman, al
parecer infructuosamente, el dinero prestado. Por fin, la familia del Cid se
despide del abad don Sancho y, con una nutrida comitiva de nuevos caballeros,
comienza el viaje hacia Valencia y llega hasta Medinaceli, el extremo de la
frontera castellana. La narración pasa entonces a ocuparse de Valencia: allí el
Cid ha sido avisado por los emisarios de Minaya y envía una escolta a buscar a
su familia a Medinaceli. Esta parte del relato ocurre simultáneamente a lo
referido entre los versos 1405 y 1452. A partir del verso 1494, con la llegada
de las tropas valencianas a Medinaceli, se recupera el orden lineal de la
narración. Se describe entonces el viaje hasta Valencia y, especialmente, el recibimiento, a la vez
alegre y solemne, del que es objeto la familia del Cid. El episodio concluye
con una escena culminante: desde lo más alto del alcázar el Campeador les
muestra a doña Jimena y a sus hijas la gran heredad que, con su esfuerzo, ha
obtenido para ellas.
1618-1802 El bienestar y la holganza de las
huestes cristianas se van a ver interrumpidos por la llegada de la primavera.
Con ella, los ejércitos se movilizan y, en este caso, el rey de Marruecos se
dispone a recuperar Valencia por mar. La llegada del enemigo suscita la alegría
del Cid, quien ve en ella un nuevo motivo para enriquecerse y, además, para que
él y sus caballeros se luzcan ante las damas hace poco llegadas. Al atacar los
almorávides, se produce una nueva batalla en las huertas que rodean Valencia,
de las que los caballeros del Cid hacen retirarse a los musulmanes, si bien
Álvar Salvadórez queda preso, caso único en el Cantar. El Campeador decide
hacer la salida definitiva para el día siguiente y se acuerda que Álvar Fáñez
comandará un flanco móvil, mientras el Cid capitanea el grueso de la hueste. A
la mañana siguiente, tras haber oído misa, con la absolución general, los
sitiados se lanzan al ataque, que es iniciado por el obispo guerrero don Jerónimo.
El empleo de la táctica acordada les permite conseguir una nueva y rotunda
victoria, en la que obtienen un botín superior a cualquier otro. Tras la
batalla, el Campeador se presenta ante su mujer, hijas y damas para
cumplimentarlas y prometer a estas últimas ricas dotes para sus matrimonios.
Mientras tanto, se recuenta el enorme botín, del que el Cid piensa enviar un
nuevo regalo al rey Alfonso, además de entregar el diezmo al obispo don
Jerónimo. Tras este nuevo y lucrativo triunfo, el ambiente en Valencia es de
enormes satisfacción y alegría.
1803-1958 Gracias al importante botín obtenido
con la derrota de Yúcef, el Cid puede enviar su tercera dádiva al rey Alfonso.
Tras un viaje hasta Valladolid, rápidamente narrado, Minaya y Pero Vermúez le
entregan al rey los doscientos caballos que le regala el Campeador, lo que
complace mucho a don Alfonso y, por el contrario, provoca la ira de los
contrarios al Cid, encabezados por Garcí Ordóñez. En cambio, el evidente
ascenso del desterrado mueve a los infantes de Carrión a rogarle por fin al rey
que los case con las hijas de aquél, a lo que el monarca, tras un momento de
duda, accede. Convoca entonces a los embajadores del Cid y les comunica dos
noticias: que va a perdonar al Campeador y que le solicita la mano de sus hijas
para los infantes. Además, le concede el honor de decidir el lugar de las
vistas o reunión solemne para la formalización del perdón regio. Minaya y Pero
Vermúez acogen con poco entusiasmo la petición de mano, pero parten presurosos
a comunicar las nuevas al Cid. La reacción de éste es de gran alegría por la
concesión del favor real y de grave contrariedad por la propuesta matrimonial,
que en absoluto es de su agrado, pero a la que se pliega por ser deseo del rey.
Por último, se acuerda que las vistas se celebren junto al Tajo, lo que se
comunica a don Alfonso.
1959-2167 Una vez que el rey acepta el lugar propuesto
por el Cid y fija el plazo para la celebración de las vistas, por ambas partes
comienzan los preparativos. Tanto el séquito real como la comitiva del Cid se
aprestan con sus mejores galas, descritas en términos muy similares para ambas
partes, lo que expresa la grandeza alcanzada por el Campeador. Reunidos ambos
cortejos, las vistas se desarrollan a lo largo de tres días. En el primero, don
Alfonso, que ha llegado con antelación, recibe al Cid, quien se le humilla,
recibe el perdón regio y se hace de nuevo vasallo de Alfonso, besándole la
mano. A continuación, el Cid y sus hombres son los huéspedes del rey, con quien
pasan el resto del día. Al día siguiente, es el Campeador quien invita al rey a
su séquito, a los que ofrece una suculenta comida. En el tercer día, y después
de la misa matinal oficiada por don Jerónimo, se plantean las negociaciones
matrimoniales. Don Alfonso solicita al Cid la mano de sus hijas para los
infantes, a lo que aquél accede, no sin antes dejar claro que lo hace acatando
la voluntad real, y no por deseo propio, lo que, en definitiva, convierte al
monarca en el responsable último del matrimonio y de sus consecuencias. Se
desarrollan después los esponsales, mediante el besamanos de los infantes al
Cid, el intercambio de espadas entre ellos (en señal de alianza) y la entrega
simbólica por parte del rey de las novias a sus futuros maridos. A continuación
se prepara la despedida, en la que el Cid reparte nuevos y numerosos regalos al
rey y a su séquito. La última parte del relato de las vistas consiste en una
repetición amplificada de los sucesos del tercer día: las negociaciones
nupciales y la despedida del Campeador,
al que muchos caballeros del rey acompañan a Valencia para la celebración de las
bodas.
2168-2277 El segundo Cantar concluye con el
relato de las bodas celebradas en Valencia. Tras la llegada y la acomodación de
los infantes, el Cid se reúne con su familia, a la que comunica los matrimonios
que ha concertado. Tanto doña Jimena como sus hijas los aceptan complacidas, si
bien el Cid les comunica que no ha sido decisión suya sino del rey, lo cual es
un honor, pero también una amenaza, dado que no ha sido el propio héroe quien
ha tratado unos matrimonios a su gusto. Al día siguiente se hacen los
preparativos para la boda, aderezando con lujo el palacio y reuniendo a los
asistentes. La ceremonia se realiza según lo pactado con don Alfonso: Minaya
entrega en su nombre a doña Elvira y a doña Sol a los infantes, con lo que el
Cid se desvincula de la formalización del matrimonio. Tras el rito civil se
realiza el religioso, oficiado por don Jerónimo en la catedral de Santa María y
apenas descrito. Luego comienzan las fiestas que solemnizan las bodas, con
deportes caballerescos, en los que los infantes demuestran su habilidad, para
alegría del Cid, y con un rico banquete. Las bodas duran quince días, con
similares festejos, y al cabo los invitados se despiden, recibiendo ricos
regalos del Campeador y sus vasallos. Los yernos del Cid se quedan con él en
Valencia y la convivencia es satisfactoria durante dos años. Dejando de este
modo la acción en suspenso, el cantar se cierra con una admonición del
narrador, que no presagia nada bueno para el futuro, y con una despedida al
auditorio.
CANTAR TERCERO
2278-2310 Un león propiedad del Cid se escapa
por la corte, provocando gran terror. Como el Campeador está durmiendo, sus
caballeros, desarmados, lo protegen con sus propios cuerpos, mientras que sus
yernos huyen despavoridos y se refugian en lugares pocos convenientes. Al
despertar el Cid con el tumulto, se dirige al león, que se humilla y se deja
conducir de nuevo a su jaula, acto de reverencia y respeto que muestra las
superiores cualidades del héroe y que maravilla a sus vasallos. Cuando, pasado
todo, los infantes salen de sus escondites, sus ropas manchadas son señales
ostensibles de su cobardía, lo que provoca las burlas en la corte valenciana,
que son rápidamente atajadas por el Cid. Este incidente, en apariencia nimio,
es el desencadenante de la acción del tercer cantar, tanto por mostrar el
egoísmo de los infantes, que escapan sin ni siquiera avisar a su suegro
dormido, como por la vergüenza que les acarrean las chanzas de la corte del
Campeador. Desde la perspectiva de la época, esto constituía para ellos una
afrenta, que exigía una venganza reparadora. El desarrollo de este asunto es la
base argumental de la última parte del Cantar.
2311-2534 La acción del tercer cantar supone la
paulina degradación de los infantes, que se manifiesta de nuevo en su única
experiencia guerrera valenciana. Tras el episodio del león, y mientras los infantes
mantienen sus resquemor por ello, se produce la llegada de las tropas expedicionarias
del rey o general marroquí Búcar, en un tercer intento moro de recuperar Valencia,
lo que ocasionará la última batalla del Cantar. Mientras los caballeros del Cid
se alegran, con la perspectiva de una nueva ganancia, los infantes se atemorizan
y se duelen de tener que entrar en batalla. Muño Gustioz los oye y se lo comunica
al Cid, quien les dispensa de entrar en batalla. Aquí hay una laguna, por la
falta de un folio en el manuscrito. Cuando se reanuda el texto, ya ha ocurrido
la primera parte de la batalla, tras la que el Cid encarga a Pero Vermúez que
cuide de los infantes, a lo que éste se niega, solicitando, en cambio mandar
las tropas de vanguardia. Igual coraje muestra don Jerónimo, que, como ya había
hecho frente a Yúcef, pide el honor de dar las primeras heridas. El Campeador
se lo concede y da así comienzo la segunda parte de la batalla, en la que los
moros resultan completamente derrotados y el propio Cid mata a Bucar, tras una
reñida persecución. En los momento finales del combate, el Campeador se reúne
en el campamento moro con sus yernos, que al parecer han luchado bien en esta
ocasión, aunque se toman a mal el sincero elogio que les hace su suegro. Como
siempre, la victoria se salda con la obtención de un importante botín, con el
que todos se enriquecen, y en especial los infantes, aspecto esencial de esta
batalla en relación con los acontecimientos posteriores. En este momento, el
Cid se siente en la cumbre de su carrera y se alegra de que sus yernos, a
quienes sinceramente cree buenos guerreros, se hallen a su lado. Sus elogios,
en cambio, provocan una fría respuesta de Fernando, que, al vanagloriarse de su
actuación bélica, da pie a nuevas murmuraciones y sarcasmos de los caballeros
del Cid.
2535-2762 El recrudecimiento de las chanzas
contra los infantes y el sentirse ricos y, por tanto, independientes de su
suegro mueven a aquéllos a tomar una grave decisión: partir con las hijas del
Cid y abandonarlas, después de infligirles un grave ultraje, que les vengue de
tal afrenta. Con la excusa de enseñarles a sus esposas las propiedades carrionenses
que tienen por arras, los infantes obtienen del Campeador el permiso para irse.
Los preparativos para la partida se realizan entre la confianza general, sólo
turbada por el dolor de la separación de la familia del Cid. Sin embargo, en el
momento mismo de la despedida, el Campeador advierte agüeros contrarios, y
decide enviar a su sobrino Félez Muñoz para que esté al tanto de lo que pueda
suceder. Pate, por fin, la comitiva de los infantes, que hace alto en Molina,
donde los hospeda Avengalvón. Éste les escolta hasta la frontera de Castilla,
en Medinaceli. Al ir a despedirse, el alcaide moro les hace grandes regalos, lo
que despierta la codicia de los infantes, quienes planean asesinarlo para
robarle. Uno de los componentes del séquito de Avengalvón descubre sus planes y
avisa a su señor, quien hace fuertes reproches a los infantes y se marcha. Se
establece así un marcado contraste entre la lealtad y categoría humana del
gobernador musulmán y la creciente vileza de los infantes de Carrión. Ya en
Castilla, la comitiva avanza hasta llegar a un bosque solitario, el robledo de
Corpes. Allí acampan en un hermoso claro, donde, de acuerdo con una asentada
tradición literaria, se produce una escena de amor entre los infantes y sus
esposas. Sin embargo, al amanecer, mientras la comitiva se adelanta, los dos
hermanos maltratan cruelmente a las hijas del Cid y las abandonan a su suerte
en medio del bosque. Con ello dan por cumplida su venganza, al devolverles al
Campeador y a los suyos la afrenta que de ellos recibieron.
2763-2984 Un presentimiento de Félez Muñoz, el
primo de doña Elvira y doña Sol, le hace apartarse de la comitiva y ocultarse a
la espera de que lleguen los infantes con sus mujeres. Al verlos pasar solos y
oír lo que dicen, se precipita hacia el robledo para rescatar a sus primas. Las
encuentra desvanecidas y debe hacerlas reaccionar para salir del bosque antes
de que caiga la noche y queden a merced de las alimañas. Lo consigue y las saca
del robledal justo a tiempo. Después, con el auxilio de Diego Téllez, antiguo
vasallo de Álvar Fáñez, las conduce a San Esteban de Gormaz, donde convalecerán
una temporada. Mientras tanto, las noticias de la afrentan llegan tanto al rey
Alfonso como al Cid y a su corte, a todos los cuales provoca gran aflicción. El
Campeador reacciona con serenidad y se prepara a obtener reparación. Pero,
antes que nada, envía a por sus hijas a mejores caballeros, quienes las traen
de vuelta desde San Esteban. Al regreso, las muestras de emoción contenida del
Cid y su familia se aúnan al deseo de venganza. Según la tradición épica, un
ultraje de tal envergadura hubiera exigido una represalia sangrienta a título
personal. Frente a ello, el Cantar muestra una reparación obtenida a través de
una querella judicial. Así, cuando sus hijas ya están a salvo en Valencia, el
Cid manda a Muño Gustioz a demandar a los infantes ante don Alfonso, de quien
solicita una reunión judicial de la corte, el foro adecuado para enjuiciar a
los nobles. Expuesto el caso, el rey, a quien también le afecta la deshonra en
tanto que promotor y, en cierto modo, garante de estos matrimonios, acepta la
demanda presentada por el Cid. Para entender en ella convoca cortes, el tipo de
reunión judicial de mayor categoría, que se celebrarán en Toledo al cabo de
siete semanas. Todos los vasallos del rey son conminados a asistir a ellas,
bajo pena de incurrir en la ira regia y ser desterrados.
2985-3532 La convocatoria de cortes desagrada a
los infantes, pero no logran que el rey les dispense de asistir. Ante esta situación,
congregan a sus parientes, a los que se une Garcí Ordóñez, como enemigo del
Campeador. Llegado el plazo, acuden a Toledo el rey y sus magnates, los mejores
jurisperitos del reino y el bando de los infantes. Poco después llega el Cid
con sus hombres. Al día siguiente, tras la entrada triunfal del Cid y sus
mejores caballeros, lujosamente ataviados, comienza la sesión de cortes, con el
nombramiento de los jueces y otras formalidades. A continuación, el rey da la
palabra al Campeador, quien parece desentenderse de la parte criminal de la
querella (a afrenta infligida a sus hijas) y sólo se ocupa de la civil,
exigiendo la restitución de sus dos espadas, Colada y Tizón. Los infantes,
creyendo que el Cid se limitará a eso, acceden a la petición. Sin embargo, el
Campeador hace una nueva demanda: la devolución de los tres mil marcos de dote
que dio a sus hijas, pues la disolución del matrimonio por culpa del marido
obligaba a éste a reintegrar la dote a su mujer. Los de Carrión alegan defecto
de forma, pero el rey admite la demanda. Los infantes se ven entonces en un
gran apuro, pues han gastado todo ese dinero y han de pagarle en especie:
caballos, mulas, armas, arneses. Por fin, cuando las demandas parecían
concluidas, el Cid plantea la querella criminal: el abandono y las lesiones de
sus hijas, por las cuales los acusa de menos valer. Le responde entonces Garcí
Ordóñez, que actúa como portavoz o abogado de los infantes, y alega, como
justificación, la enorme diferencia de linaje. El Cid le recuera que está
deshonrado, por haberse dejado mesar las barbas por el Campeador sin exigir
reparación, lo cual le incapacita para intervenir en la corte. Los infantes se
ven obligados a abogar por sí mismos y repiten los argumentos de Garcí Ordóñez.
Los caballeros del Cid les responden recordándoles su cobarde actuación en Valencia,
que demuestra su menos valer. De este modo, Pero Verméz desafía a Fernando
González, Martín Antolínez a su hermano Diego y Muño Gustioz al hermano mayor,
Asur González. En ese momento, se presentan ante la corte los embajadores de
los príncipes de Navarra y Aragón, solicitando la mano de las hijas del Cid
para sus respectivos señores. El matrimonio se concierta, lo que agrada a casi
todos los presentes. Tras esto continúa la sesión y Minaya reta de nuevo a los
infantes y a su bando. Le responde Gómez Peláyet, pero el rey no concede más
que las lides que ya se habían concertado, cuya realización se aplaza, dado que
los infantes han entregado todo su equipo al Cid como pago de la deuda. Con
esto se dan por finalizadas las cortes y el Cid se despide del rey, dejando
bajo su protección a sus campeones, y regresa a Valencia.
3533-3707 Vencido el plazo, los lidiadores se
reúnen en Carrión para celebrar los combates judiciales. El bando de los
infantes planea un asalto a los caballeros del Cid, a pesar de que la tregua
era obligatoria entre el reto y la lid. Sin embargo, el temor al rey Alfonso
les impide efectuarlo. Todos se disponen, pues, a realizar las lides. Como era
preceptivo, velan las armas la noche anterior y, venida la mañana, se reúnen bajo
la presidencia del rey Alfonso, que garantiza la pureza del proceso. Los infantes,
acobardados por el prestigio de las espadas del Campeador, intentan en ese
momento que Colada y Tizón no sean empleadas en el combate, pero el rey rechaza
la petición, por no haberse hecho en las cortes. El temor hace que los infantes
se arrepientan por primera vez de su acción en Corpes. Los caballeros del Cid
también se dirigen al rey, pero para pedirle seguridad contra el bando de los
infantes, lo que don Alfonso les concede. Tras estas consultas previas,
comienzan las lides, cuyo relato se ajusta con minuciosidad a lo previsto en
las leyes. Los contrincantes se dirigen a la palestra, un terreno delimitado
por mojones, y el rey nombra a los jueces del campo, que vigilarán el cumplimiento
del reglamento de la lid y determinarán quién es el vencedor. Tras recordarles
a los participantes que quien salga del terreno acotado pierde el combate, les
parten el sol, es decir, los sitúan de forma que el sol no le dé frontalmente a
ningún luchador. Tras estas formalidades, comienzan las lides. La carga de los
seis combatientes se describe conjuntamente, pero el choque se presenta por
separado, de modo que los tres combates simultáneos se narran sucesivamente, en
el mismo orden en que se efectuaron los retos. Por lo tanto, se refiere en
primer lugar la lucha entre Pero Vermúez y Fernando González. Cada uno de ellos
golpea a su adversario, aunque el infante sale peor parado, pues cae del caballo.
Cuando Pero Vermúez saca la espada para continuar el combate, Fernando reconoce
a Tizón y se rinde antes de esperar el golpe. El segundo combate descrito es el
de Martín Antolínez y Diego González, quienes rompen las lanzas y desenvainan
inmediatamente las espadas. Un certero golpe dado con Colada hiere en la cabeza
al infante y éste, aterrorizado como su hermano por la espada del Campeador,
huye del campo, lo que implica su derrota. Por último, se narra el
enfrentamiento de Muño Gustioz y Asur González, el más valiente de los
hermanos, pero el que menos resiste. Del primer golpe de lanza, Gustioz lo
derriba malherido y su padre, Gonzalo Ansúrez, lo declara vencido. Las lides se
dan por concluidas y los del Campeador vuelven satisfechos a Valencia, dejando
a los tres hermanos infamados a perpetuidad, pena que el narrador desea a
cualquiera que maltrate a una dama.
3708-3730 Final del Cantar. El definitivo
desagravio de los primeros matrimonios se une a la gran honra proporcionada al
Cid y su familia por los nuevos casamientos concertados con los príncipes
navarro y aragonés. El honor del Campeador se halla en su apogeo y no sólo es
capaz de recibir honra por emparentar con reyes, sino que el mismo la transmite
a sus parientes, debido a la altura de sus propios méritos. La referencia final
a la muerte del Cid en la celebrada fiesta de Pentecostés cierra
definitivamente la historia, pues, tras este punto culminante y meta de llegada
de sus esfuerzos, nada queda por contar.