jueves, 10 de noviembre de 2011

53. Tristán e Iseo



De los furtivos amores entre Blancaflor, hermana del rey Marc de Cornualles, y de Rivalén, rey de Loonis, nace un niño, a consecuencia de cuyo alumbramiento muere la madre, y al que por esta razón se le pone el nombre de Tristán, el Triste. Educado por el escudero Govenal en el arte de la caballería y convertido en un excelente músico, Tristán, a los quince años, ingresa en la corte de su tío el rey Marc, quien siente por él gran ternura. Llega a Cornualles el gigante Morholt, cuñado del rey de Irlanda, que exige el tributo que aquel reino suele pagar a ésta todos los años, consistente en mozos y doncellas, y del que solo quedará libre el reino de Cornualles el día que pueda presentar un caballero que venza al gigante irlandés. Tristán se hace armar caballero, lucha contra Morholt y lo vence; pero ambos resultan gravemente heridos. El gigante es llevado por los suyos a Irlanda, su tierra, donde su sobrina Iseo, experta en medicamentos mágicos, le extrae de la cabeza un trozo de la espada de Tristán, pero el gigante muere. Tristán ha sido herido con una lanza envenenada, y, a pesar de ser recibido triunfalmente en la corte, nadie acierta a curarle. Viendo la muerte próxima, se hace dejar en una barca, solo, únicamente con su arpa, y navegando a la ventura llega a las costas de Irlanda. A fin de no ser conocido en el país enemigo, trastrueca las sílabas de su nombre y se hace llamar Tantris, y vagabundea como juglar, tañendo su arpa. Es acogido por el rey de Irlanda y curado por su hija la rubia Iseo, y él, a cambio, la educa musicalmente. De regreso a Cornualles, Tristán es víctima de los intrigantes de palacio, que rumorean que disuade a su tío de casarse para heredarle el reino. Tristán, para desmentirlos, se ofrece a buscarle una novia digna de su corona. Un día una golondrina deja caer a los pies de Marc un cabello tan maravillosamente rubio, que el rey decide casarse con la mujer a quien pertenezca; Tristán, que lo reconoce como de Iseo, se brinda a marchar en busca de la rubia doncella, y parte para Irlanda en una rica nave. Una tempestad lo arroja a las costas de aquel reino, asolado entonces por la voracidad de un terrible dragón. El rey irlandés ha prometido la mano de su hija a quien logre matarlo. Tristán lucha contra la fiera, la mata y le corta la lengua; pero ésta es venenosa, y el caballero cae exánime al lado del cadáver de su víctima. El senescal del reino, el cobarde Anguiguerrán el rojo, enamorado de Iseo, acierta a pasar por el teatro de la lucha, corta la cabeza del dragón muerto y se presenta como su matador, y exige la mano de la princesa. Iseo duda de la hazaña del senescal, se encamina al lugar del combate y conoce la verdad; hace conducir a Tristán al palacio y lo cura nuevamente. Un día Iseo descubre en la espada del caballero una mella que coincide con el trozo que extrajo de la cabeza de su tío Morholt, y por ello identifica la personalidad de Tistán y pretende matarlo. Tristán consigue apaciguarla; demuestra que él ha salvado a Irlanda del terrible dragón, y pide la mano de Iseo, a la que él tiene derecho, para su tío el rey Marc de Cornualles. Ello es otorgado, y la reina proporciona a su hija un magnífico filtro que tiene la virtud de unir en eterno amor a los que lo beban juntos, a fin de que sea feliz con su futuro marido el rey Marc.
Parten de Irlanda en una nave, en la que Tristán conduce a Iseo para que se case con su tío. En un momento de asfixiante calor, durante la travesía, la princesa pide de beber a su criada Brangel, y esta sufre una equivocación fatal, pues da a los dos jóvenes el filtro mágico. Una vez lo han bebido quedan enamorados para siempre el uno del otro, y Tristán hace suya a Iseo. Llegan a Cornualles y se celebran las bodas. Brangel, culpable de que su señora haya perdido la doncellez, la sustituye en la noche de bodas, debido a lo cual el rey Marc no duda de la pureza de Iseo. Temerosa de que la criada descubra el secreto, Iseo manda que le corten la lengua; pero los encargados de cumplir la orden se apiadan, y recurren al subterfugio de enseñar a la reina una lengua de perro. Iseo se arrepiente de su mala acción y se reconcilia con Brangel.
Los amores de Tristán y la reina son descubiertos por los cortesanos maledicentes, que informan al rey Marc de la infidelidad, y el soberano expulsa de la corte a su sobrino. Los amantes hallan modos de comunicarse y verse hasta que el rey Marc perdona a Tristán y este vuelve a la corte. La labor de los maledicentes es más perfecta y perversa en esta ocasión: un enano siembra de harina el suelo que separa los lechos de Tristán y de la reina, y aunque aquel, percatado de la estratagema, salta de uno al otro, una vez que le sangra una herida que le ha hecho un jabalí cazando se denuncia por un reguero de sangre. Tristán es condenado a morir en la hoguera, pero escapa del suplicio; e Iseo es obligada a vivir recluida entre leprosos, de los que la libera su amante, y ambos se internan en el bosque, donde llevan una existencia miserable, apartada de la convivencia humana, alimentándose de la caza y mudando de lugar cada noche. Un día el rey Marc va de caza y sorprende a los dos amantes durmiendo; pero, al advertir que sus cuerpos están separados por la espada de Tristán, reprime su primera intención de matarlos, dudoso todavía de la infidelidad, y se aparta de ellos tras haber cambiado la espada de Tristán por la suya y haber puesto su anillo en el dedo de Iseo. Los dos enamorados se internan más en el bosque, al saberse descubiertos, hasta que finalmente hallan al ermitaño Ogrín, quien intercede por ellos ante el rey Marc, quien acoge nuevamente a Iseo en la corte, pero aleja definitivamente de ella a Tristán. La reina, no obstante, ha de demostrar su fidelidad en un juicio de dios. Tristán, advertido por su amada, acude disfrazado de peregrino y espera en un vado por el que forzosamente tendrá que pasar el cortejo para encaminarse al lugar donde se celebrará la prueba judiciaria. Cuando llega Iseo, Tristán se ofrece a pasarla al cuello al otro lado del vado, para que no se moje, hecho al que nadie da importancia. En el momento de tomar con su mano el hierro candente, la reina jura ante Dios que los dos únicos hombres que la han tenido entre sus piernas son el rey Marc y el peregrino que acaba de llevarla al cuello al pasar el vado. Como lo que jura es cierto, Iseo sale airosa de la prueba y todos creen en su inocencia.
Tristán aún logra algunas entrevistas furtivas con iseo; pero finalmente emprende la demanda de aventuras por el mundo, acompañado de su escudero. En cierta ocasión llega a la Pequeña Bretaña, donde sirve al rey Hoel y se casa con su hija, que también se llama Iseo, “la de las manos blancas”. En la noche de bodas la novia se fija en el anillo que lleva Tristán, presente de Iseo la rubia, y le pregunta por su procedencia. El caballero se entristece con este recuerdo y le manifiesta que ha prometido estar un año sin tocarla, a lo que su esposa accede sumisa. En una aventura caballeresca Tristán auxilia a su cuñado Kaeraddín; este cae muerto, y aquel, gravemente herido. No hay modo de curarle: solo lo lograría Iseo la rubia, y le es enviado un mensaje a través del mar para que acuda a sanar a su amante. Si la nave regresa con Iseo la rubia, sus velas serán blancas; si no, negras. Iseo la de las blancas manos ha descubierto la pasión de su marido, que agoniza en el lecho. Desde la ventana ella avizora el mar para comunicarle el color de las velas de la nave que ha de regresar. La nave vuelve con velas blancas y con Iseo la rubia, que lo ha abandonado todo para acudir al lado de Tristán. Iseo la de las blancas manos, presa de celos y de indignación, dice al enfermo que las velas son negras, y Tristán muere de dolor. Sobre su cadáver expira Iseo la rubia.