domingo, 8 de enero de 2023

Poemas petrarquistas castellanos



Garcilaso de la Vega (¿1501?-1536)

Cuando me paro a contemplar mi ’stado

y a ver los pasos por do m’han traído,

hallo, según por do anduve perdido,

que a mayor mal pudiera haber llegado;

mas cuando del camino ’stó olvidado,

a tanto mal no sé por do he venido;

sé que me acabo, y más he yo sentido

ver acabar comigo mi cuidado.

Yo acabaré, que me entregué sin arte

a quien sabrá perderme y acabarme

si quisiere, y aún sabrá querello;

que pues mi voluntad puede matarme,

la suya, que no es tanto de mi parte,

pudiendo, ¿qué hará sino hacello?


Gutierre de Cetina (1510-1554)

Por vos ardí, señora, y por vos ardo,

y arder por vos mientras viviere espero,

o contraste el deseo el hado fiero,

o sea favorable al bien que aguardo.

Tan a lo vivo a penetrado el dardo

de Amor, que cuando menos bien os quiero,

por vos deseo morir, y por vos muero,

y por vos sola de morir me guardo.

Vos el primer ardor fuisteis al alma,

vos último seréis en la última hora;

y creed a mi fe lo que os promete.

Bien podrá de mi muerte haber la palma,

más después se verá, cual es ahora,

pasar el fuego mío de allá de Lete.


Garcilaso de la Vega

En tanto que de rosa y azucena

se muestra la color en vuestro gesto,

y que vuestro mirar ardiente, honesto,

enciende al corazón y lo refrena;

y en tanto que el cabello, que en la vena

del oro se escogió, con vuelo presto,

por el hermoso cuello blanco, enhiesto,

el viento mueve, esparce y desordena;

coged de vuestra alegre primavera

el dulce fruto, antes que el tiempo airado

cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,

todo lo mudará la edad ligera,

por no hacer mudanza en su costumbre.


Luis de Góngora (1561-1627)

De pura honestidad templo sagrado,

cuyo bello cimiento y gentil muro,

de blanco nácar y alabastro duro

fue por divina mano fabricado;

pequeña puerta de coral preciado,

claras lumbreras de mirar seguro,

que a la esmeralda fina el verde puro

habéis para viriles usurpado;

soberbio techo, cuyas cimbrias de oro

al claro Sol, en cuanto en torno gira,

ornan de luz, coronan de belleza;

ídolo bello, a quien humilde adoro,

oye piadoso al que por ti suspira,

tus himnos canta, y tus virtudes reza.



Francisco de Aldana (1537-1578)

De sus hermosos ojos dulcemente
un tierno llanto Filis despedía,
que por el rostro amado parecía
claro y precioso aljófar transparente.
 
En brazos de Damón, con baja frente,
triste, rendida, muerta, helada y fría,
estas palabras breves le decía,
creciendo a su llorar nueva corriente:
 
«¡Oh, pecho duro!, ¡oh, alma dura y llena
de mil durezas!, ¿dónde vas huyendo?,
¿do vas con ala tan ligera y presta?».
 
Y él, soltando de llanto amarga vena,
de ella las dulces lágrimas bebiendo,
la besó… y sólo un ay fue su respuesta.


Garcilaso de la Vega

A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que al oro oscurecían.
De áspera corteza se cubría
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
el árbol que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado, oh mal tamaño!
Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!


Garcilaso de la Vega

Hermosas ninfas, que en el río metidas,

contentas habitáis en las moradas

de relucientes piedras fabricadas

y en columnas de vidrio sostenidas,

agora estéis labrando embebecidas

o tejiendo las telas delicadas,

agora unas con otras apartadas

contándoos los amores y las vidas:

dejad un rato la labor, alzando

vuestras rubias cabezas a mirarme,

y no os detendréis mucho según ando,

que o no podréis de lástima escucharme,

o convertido en agua aquí llorando,

podréis allá despacio consolarme.


Francisco de la Torre (siglo XVI)

¡Cuántas veces te me has engalanado,

clara y amiga Noche! ¡Cuántas llena

de oscuridad y espanto la serena

mansedumbre del cielo me has turbado!

Estrellas hay que saben mi cuidado,

y que se han regalado con mi pena;

que entre tanta beldad, la más ajena

de amor, tiene su pecho enamorado.

Ellas saben amar, y saben ellas

que he contado su mal llorando el mío,

envuelto en los dobleces de tu manto.

Tú, con mil ojos, Noche, mis querellas

oye, y esconde; pues mi amargo llanto

es fruto inútil que al amor envío.