domingo, 18 de diciembre de 2011

Labios ardientes


Julieta. (Despertando). ¡Ah, padre, consuelo mío! ¿Dónde está mi señor? Recuerdo muy bien dónde debía estar yo, y aquí estoy: ¿dónde está mi Romeo?
Ruido dentro.
Fray Lorenzo. Oigo ruido. Señora, salid de ese nido de muerte, peste y sueño antinatural: un poder más grande de lo que podemos resistir ha malogrado nuestros intentos: venid, vámonos: tu esposo yace muerto en tu regazo, y también París: ven, te pondré en un convento de santas monjas. No te pares a preguntar, porque viene la guardia: vamos, ven, buena Julieta: no me atrevo a quedarme más. (Se va.)
Julieta. Vete, vete, porque yo no me quiero ir. ¿Qué hay aquí? ¿Una copa apretada en la mano de mi fiel amor? Ya veo; el veneno ha sido su fin prematuro: ¡ah cruel! ¡Lo has bebido todo, sin dejarme una gota propicia que me sirviera después! Besaré tus labios: quizá quede en ellos un poco de veneno, para hacerme morir con un cordial. (Le besa.) ¡Tus labios están calientes!