lunes, 26 de septiembre de 2011

8. Héctor y Patroclo

Mientras el curso del sol recorrió el centro del cielo,
los dardos alcanzaron a los de ambos bandos, y la hueste caía;
mas a la hora de bajar el sol, la de la suelta de las vacas,
fue cuando los aqueos cobraron una ventaja desmesurada.
Sacaron al héroe Cebríones fuera del alcance de los dardos
y del clamor troyanos y le quitaron las armas de los hombros.
Patroclo se arrojó entre los troyanos con funestas intenciones.
Tres veces arremetió entonces, comparable al impetuoso Ares,
entre pavorosos alaridos, y las tres veces mató a nueve mortales.
Mas cuando ya por cuarta vez se arrojó, semejante a una deidad,
entonces apareció ante ti, Patroclo, el término de la vida,
pues Febo te salió al encuentro en la violenta batalla.
Surgió terrible, pero él no lo vio venir a través del tropel,
pues se le acercaba oculto en una tupida bruma.
Se detuvo detrás y le golpeó la espalda y los anchos hombros
con la palma de la mano, y sus ojos giraron vertiginosamente.
Febo Apolo le tiró de la cabeza el morrión;
fue rodando con estrépito bajo as patas de los caballos
el yelmo atubado, y las crines de su penacho se mancharon
de sangre y de polvo. Antes los dioses no habían consentido
que aquella celada con penacho de crines se manchara de polvo,
pues protegía la cabeza y la amable frente de un hombre divino,
de Aquiles; pero entonces Zeus otorgó a Héctor
llevarla sobre su cabeza, pues a él ya lo acechaba la muerte.
Se le quebró entera en las manos la pica, de larga sombra,
pesada, larga, compacta, provista de casquete, y se le cayó
de los hombros al suelo el broquel ribeteado con el tahalí.
El soberano Apolo, hijo de Zeus, le desató la coraza.
El estupor se adueñó de él, se doblaron sus preclaros miembros
y se paró atónito. Con la aguda lanza detrás, en la espalda
entre los hombros, le acertó de cerca un guerrero dárdano,
Euforbo Pantoida, que descollaba entre todos los de su edad
con la pica, la destreza en el carro y la presteza de los pies.
Había derribado de sus caballos a veinte mortales la primera vez
que había salido con el carro, aún aprendiz en el combate.
Éste fue el primero que te arrojó un dardo, cochero Patroclo,
mas no te doblegó. Corrió atrás y se perdió en la muchedumbre
en cuanto te arrancó de la carne el asta de fresno, sin resistir
ante Patroclo en la lid, a pesar de que estaba desarmado.
Patroclo, doblegado por el golpe del dios y por la lanza,
empezó a replegarse a la turba de los compañeros por eludir la parca.
Héctor, nada más ver al magnánimo Patroclo
retrocediendo, herido por el agudo bronce,
llegó cerca de él entre las filas, le hirió con la lanza
en lo más bajo del ijar y le hundió el bronce de parte a parte.
Retumbó al caer y causó gran pesar a la tropa de los aqueos.
Como cuando un león domina por la fuerza a un indomable jabalí,
cuando ambos en las cimas de un monte luchan con gran fiereza
alrededor de un escaso manantial y los dos quieren beber,
y el león logra doblegar por a fuerza al jadeante jabalí,
así el fornido hijo de Menecio, tras haber matado a muchos,
Héctor Priámida le arrebató la vida de cerca con la pica.  


Ilíada, XVI