lunes, 26 de septiembre de 2011

7. Aquiles se niega a entrar en combate

 Y en respuesta le dijo Aquiles, el de los pies ligeros:
“¡Laertíada descendiente de Zeus, Ulises fecundo en ardides!
Preciso es que os declare con franqueza la intención
de mis sentimientos y cómo quedará cumplido. Así no vendréis
uno tras otro a sentaros a mi lado y a halagarme.
Aquél me resulta igual de odioso que las puertas de Hades
que oculta en sus mientes una cosa y dice otra.
Pero te voy a decir lo que a mí me parece que es lo mejor:
a mí creo que ni me ogrará persuadir el Atrida Agamenón
ni los demás aqueos, porque bien se ve que nada se agradece
el batirse contra los enemigos constantemente y sin desmayo.
Igual lote consiguen el inactivo y el que pelea con denuedo.
La misma honra obtienen tanto el cobarde como el valeroso.
Igual muere el holgazán que el autor de numerosas hazañas.
Ninguna ventaja me reporta haber padecido dolores
en el ánimo exponiendo día a día la vida en el combate.
Como el pájaro lleva a sus crías todavía sin alas
la comida, cuando la coge, tarea que es bien penosa para él,
así yo también he pasado en vigilia muchas noches insomnes,
y ensangrentados días de combate han transcurrido
batiéndome con guerreros por las esposas de ellos.
Doce ciudades de gentes he arrasado con las naves,
 once a pie, lo aseguro, en la Tróade, de buenas glebas.
De todas ellas muchos valiosos tesoros he saqueado,
y todos los he traído y he ido dando a Agamenón
Atrida. Y él, quedándose atrás junto a las veloces naves,
los recibía, y repartía unos pocos y se guardaba muchos.
Fue dando el botín que correspondía a los paladines y reyes,
y lo conservan intacto; de los aqueos sólo a mí me ha robado.
Ya tiene una placentera esposa; que pase con ella
las noches y disfrute. ¿Por qué hemos de luchar con los troyanos
los argivos? ¿Para qué ha reunido una hueste y la ha traído aquí
el Atrida? ¿Acaso no ha sido por Helena, la de hermosos cabellos?
¿Es que los únicos de los míseros humanos que aman a sus esposas
son los Atridas? Porque todo hombre que es prudente y juicioso
ama y cuida a la suya, como también yo amaba a esta
de corazón, aunque fuera prenda adquirida con la lanza.
Ahora que me ha quitado el botín de las manos y me ha engañado,
que no haga otro intento; lo conozco bien y no me persuadirá. 


Ilíada, IX