jueves, 30 de abril de 2020

Dickens, 1


Después de Shakespeare, Charles Dickens es el escritor más importante de la literatura inglesa. En 34 años de carrera literaria, desde 1836 hasta 1870, sentó las bases de la novela contemporánea en Inglaterra, e influyó de manera extraordinaria en el posterior realismo europeo, e incluso en la política y la sociedad de su país.
Dickens, que se dedicaba de muy joven a escribir crónicas del Parlamento británico (y a pagar las deudas de su padre, que más de una vez ingresó en prisión por ese motivo), comenzó, como otros grandes escritores ingleses, siendo un gran admirador de Cervantes. A los 24 años publicó Los papeles póstumos del club Pickwick, que tuvo un éxito extraordinario. Allí narraba las aventuras del señor Pickwick y sus amigos a través de un viaje por Inglaterra. La novela, editada por entregas periódicas, tenía varios elementos que fueron constantes en la obra de Dickens.


El primero era el humor y la sátira social. Dickens siempre quiso divertir, pero también advertir de las injusticias sociales de su país. El segundo, y muy cervantino, era la presencia del criado Sam Weller, un Sancho Panza a la inglesa, que adoptaba un punto de vista sensato y daba pie a una de las grandes habilidades de Dickens, el diálogo. Y el tercero, el más importante quizá, fue la costumbre de publicar sus novelas por entregas. Cada quince días (en otras novelas fue una vez al mes), Dickens publicaba un capítulo que era leído por particulares, pero también en los pubs, donde alguien lo leía y los demás, gente común, escuchaba la narración. Este método implicaba, por encima de todo, no aburrir. Dickens sacaba sus historias de la misma gente que luego las leería o las escucharía. Tenía que escribir en el propio lenguaje de sus lectores, y hablar del mundo que era cercano a ellos. Si un capítulo había gustado menos, tenía que reconducir la narración. Si un personaje había caído en gracia a sus lectores, lo convertía en protagonista. Es decir, escribía para un público muy amplio según los gustos de ese mismo público. Es, exactamente, lo que ocurre ahora en las series de televisión más populares. 
Pero la que podríamos llamar típica novela dickensiana empezó cuatro años después con Oliver Twist. Para escribirla se inspiró en la novela picaresca, algo que ya habían hecho algunos de sus antecesores. Siempre insisto en que, mientras Inglaterra sacó un partido extraordinario de las dos grandes aportaciones españolas a la novela, el Quijote y la novela picaresca, en España, por esas mismas fechas, la novela se limitaba al cuadro de costumbres y a los novelones románticos, bastante pesados, y desde luego muy poco populares. La influencia francesa hizo que la novela en España, hasta que llegó Galdós, fuera considerada un género menor.


Oliver Twist cuenta la historia de un huérfano que abandona el orfanato y pasa por algún trabajo indeseable (ayudante de un enterrador, por ejemplo) hasta que, sin quererlo, se ve envuelto en una banda de chiquillos maleantes dirigidos por el malvado Fagin, quien también está compinchado con el criminal Sakes y su novia, la pobre Nancy. Oliver, un personaje incluso demasiado ingenuo, va de un sitio para otro, rebotando entre quienes quieren su perdición, Fagin y compañía, y quienes están dispuestos a salvarlo, Brownlow y Rose. En la entrada del blog correspondiente tenéis una explicación más amplia de todo esto. Ese ir y venir constante entre el bien y el mal era un método estupendo para mostrar las diferentes clases sociales, los señores acomodados y los delincuentes del arroyo, y tuvo una influencia larga y profunda. En España, Galdós se declaró ferviente admirador, y ya en el siglo XX las primeras obras de Pío Baroja no se entenderían sin esta novela. 
Con Oliver Twist Dickens introdujo otro gran personaje: Londres, sus calles, sus barrios miserables, sus grandes mansiones, hasta el punto de que el Londres de Dickens es el que los ingleses consideran como real. Algunas descripciones de la ciudad (el principio de Casa desolada, por ejemplo) han sustituido a cualquier reportaje verídico de la época, y han trascendido a la condición de mito. 
Pero en Oliver Twist hay otros dos elementos que a partir de entonces serán imprescindibles en las novelas de Dickens. Uno es el sentimentalismo, aquí representado, sobre todo, por Nancy, una pobre muchacha que se ve arrastrada por el malvado Sikes a una vida callejera, pero que conserva un gran corazón, y es ella la que finalmente consigue que Oliver salga del agujero y descubra, como en los grandes folletines, su verdadera identidad. Y el otro es que, a través de sus andanzas y aventuras, Dickens nos muestra el lado oscuro de la sociedad. Él sabía lo que es luchar contra el hambre, y desde el principio se mostró luchó muy decididamente en contra del abandono de los niños. De hecho, Inglaterra fue el primer país europeo que estableció lo que hoy podríamos llamar la Seguridad Social, y Dickens tuvo en ello una importancia decisiva.
El desenlace de Oliver Twist, con el triste final de Nancy y la espectacular muerte de Sykes, conjugaba la aventura, extraordinariamente bien narrada, con ese sentimentalismo lacrimógeno que hace que muy pocos lectores no sufran por la pobre muchacha.



Después de Nickolas Nickleby, con una estructura similar, Dickens publicó (siempre por entregas), La tienda de antigüedades, donde el personaje de Nelly reunía el sentimentalismo de Nancy y las fatigas de Oliver. Esta preciosa novela cuenta cómo la pequeña Nelly trata de ayudar a su abuelo, que se ve envuelto en deudas que no puede pagar y amenazado por sus desaprensivos acreedores. Es llamativo que en el último capítulo, donde se cuenta la muerte de la pequeña Nell, un largo y estremecedor relato, lleno de dolor y buenos sentimientos, conmovió a sus lectores hasta el punto de que las campanas de Londres tocaron a muertos, y la ciudad se llenó de lágrimas por un personaje de ficción que todos habían ya adoptado como un personaje real. Esto solo puede conseguirlo un genio de la literatura.