viernes, 30 de septiembre de 2011

30. ¡Serás capaz!

JASÓN
Muchas veces he visto que son los caracteres 
ásperos un incordio con el que no hay quien luche.
Así tú, que podías conservar casa y tierra 
llevando con buen ánimo las reglas del que manda, 
por tus locas palabras expulsada te ves. 
Y no es que ello me importe: por mí no ceses nunca 
de repetir que no hay hombre peor que Jasón. 
Pero, después de cuanto de los reyes has dicho, 
date por satisfecha con un destierro solo. 
Yo, queriendo que aquí te quedases, sus  iras 
por apaciguar siempre me esforcé; pero tú 
no cejabas en esa necedad e insultábasles 
mil veces hasta que del país te arrojaron. 
Mas, aun así, aquí estoy, soy fiel a mis amigos 
y por ti me preocupo, mujer, para que no 
te vayas con tus hijos en la indigencia estando 
o en la necesidad; pues son muchos los males 
que al exilio acompañan. Y, aunque tu me detestes, 
no sentiré jamás aversión hacia ti.
MEDEA
¡Oh, pésimo entre todos, que es el mayor insulto 
con que pueda mi lengua tu maldad fustigar! 
¿Has venido a nosotros tú, el más que nadie odiado? 
No es eso atrevimiento ni tampoco valor,
mirar de frente a aquellos a quienes se ha hecho mal,
sino la mayor plaga que se da entre los hombres,
el impudor. Hiciste bien empero en venir:
yo desahogaré mi alma con lo que he de decirte
y tú padecerás cuando oigas mis injurias.
Comenzaré ante todo por cómo comenzó.
Te salvé, como salven cuantos de los Helenos
contigo en la nave Argo se embarcaron, al ser
tú enviado a gobernar a los toros de soplo
ígneo y a arar con ellos la yugada mortal.
Y a aquel dragón insomne de innúmeras volutas
que con su cuerpo el áureo vellocino guardaba 
muerte le di alumbrándole con mi luz salvadora.
Dejé luego mi casa y a mi padre contigo
a Yolco la peliótide me vine, más vehemente
que cuerda siendo en ello maté después a Pelias 
del más penoso modo que pueda hallarse, a manos
de sus hijas, y así tú temor disipé.
Y tú, el peor de los hombres, tras ese tratamiento
mío quieres dejarme y a un nuevo lecho vas
teniendo hijos de mí; pues, si ellos te faltaran,
disculpable el buscar nuevas nupcias sería.
Se esfumó de tal guisa la fe del juramento
y o crees que no imperan ya los dioses de entonces
o que nueva es la ley de los hombres de ahora
pues para mí convicto resultas de perjurio.
¡Ay, mi mano derecha, que tanto me tomaste!
¡Mis rodillas, que fuisteis falsamente abrazadas
por un vil que al hacerlo mi esperanza engañó!
Veamos, a consultarte voy como si un amigo
fueras. ¿Qué es lo que espero? Nada, mas, [sin embargo,
lo haré porque pudor tus respuestas te den. 
¿Adónde ahora me vuelvo? ¿Tal vez a la paterna 
casa, que traicioné con mi patria al seguirte? 
¿Con las pobres Pelíades? ¡Que bien recibirían
en su morada a aquella que a su padre mató!
Pues he aquí lo que ocurre: mis amigos de antaño 
me aborrecen y aquellos a quienes no debí 
maltratar como lo hice sólo por complacerte. 
¡Y hoy entre las mujeres de la Hélade envidiable 
ciertamente parezco después de tal conducta!
¡Es admirable y fiel, pobre de mí, mi esposo!
¡Voy a ser del país desterrada, expulsada, 
con mis hijos tan solos como yo, sin amigos! 
¡Qué bochorno el del novio, que en mendiguez errante 
anden por ahí tus hijos y yo, que le salvé! 
¡Oh, Zeus, que a los humanos diste claros indicios 
para reconocer la mala ley del oro!, 
¿cómo ninguna seña colocaste en los cuerpos 
con que al hombre perverso pudiera distinguirse?
CORIFEO
Es tremenda y difícil de aplacar la iracundia 
que a querella de amigos contra amigos induce.
JASÓN
Me toca, al parecer, no ser mal orador,
sino, como el experto piloto de un bajel,
capear con las solas fajas de mi velamen
esa impúdica cháchara con que, mujer, me acosas.
Yo, frente a tal manera de realzar tus favores,
creo que entre los dioses y los hombres es Cipris
la única a quien debió mi flota su salud.
Tu espíritu es sutil, pero odioso resúltate
el tener que contar cómo Eros te obligó
con invencibles dardos a salvar mi persona.
Mas no aquilataré demasiado este punto:
de aquel modo o del otro me salvaste y en paz.
Pero en tal salvación fue más lo que tomaste
que lo que recibí, como demostraré.
Habitas ante todo tierra helena y no bárbara,
conoces la justicia y el vivir según ley
y no bajo el imperio tan sólo de la fuerza.
No hay heleno ninguno que ignore que eres sabia
y así tienes prestigio; si siguieras viviendo
en el fin de la tierra, nadie de ti hablaría.
Y a mí ni oro en mi casa me des ni el cantar himnos
más hermosos que Orfeo si ello no va a traerme
el gozar de una fama que distinga  mis dotes.
Eso es lo que tenía que decir de mi viaje,
y ello porque tú fuiste la que inició el litigio.
Y en cuanto a la real boda que tú me echas en cara,
en eso mostraré que ante todo soy hábil
y también moderado y además gran amigo 
de ti y de nuestros hijos;
Ante los gestos indignados de  Medea.
mas manténte tranquila.
Una vez que aquí estoy, venido de la tierra
yolcia y tras mí trayendo problemas insolubles,
¿qué golpe de fortuna pude encontrar mejor
que unirme, un desterrado, con la hija del monarca?
Y no, si ello te escuece, porque odiara tu lecho
o me hiriera el deseo de tener nueva esposa
o de rivalizar con padres de más hijos
—bastan ya los que tengo, no me apetecen otros—,
sino, cosa importante, para que bien viviéramos
sin carecer de nada, sabiendo que a los pobres 
les huyen los amigos, todos de ellos se apartan;
para que en forma digna de esta casa se criasen
mis hijos, a los cuales yo les daría hermanos
que, habitando con ellos en un linaje unido,
nos hicieran felices. ¿A qué más descendientes? 
A mí sólo me importa que los nacidos hoy
gocen de otros futuros. ¿Es malo esto? Tú misma
lo aceptaras si no te irritase el pensar
en la cama. Que a un grado tal llegáis las mujeres
como para creer que todo lo tenéis
si ello va bien; y, en cambio, cuando no, en enemigas
os tornáis de lo que es más conveniente y justo.
 Deberían los hombres buscar otra manera
 de engendrar a la prole sin sexo femenino,
 y así no sufriría mal alguno el varón.
 CORIFEO
 Bien adornado está, Jasón, eso que dices,
 pero a mí me parece que, aunque otra cosa creas,
 no obras bien al estar traicionando a tu esposa.

Eurípides, Medea