domingo, 3 de mayo de 2020

Dickens, 2


Después de La tienda de antigüedades, Dickens escribió tres novelas que no tuvieron tan buena aceptación. Una es Barnaby Rudge, la primera vez, y penúltima, que Dickens escribió una novela histórica. Está ambientada a finales del siglo XVIII, y cuenta la historia de un joven enloquecido, y encarcelado, con un argumento bastante complejo. La novela es famosa porque Edgar Alan Poe adivinó el final antes de que Dickens lo publicase, y también porque se inspiró en un cuervo parlante que aparece en la novela para escribir su famosísimo poema El cuervo


La segunda es Vida y aventuras de Martin Chuzzlewit, la última que escribió con estructura de novela picaresca. En ella mezcla una trama criminal con una sátira social. Martin viaja a Estados Unidos y allí no ve más que egoísmo, ese egoísmo propio del self made man que veíamos en Robinson Crusoe.
En la tercera, Dombey e hijo, Dickens trató el tema del mundo de las finanzas, las traiciones, las caídas en desgracia. Dombey tiene un hijo en quien deposita todas sus esperanzas como comerciante, pero el niño muere. Con su otra hija, Florence, tiene frecuentes y graves desencuentros, hasta el punto de que es ella la que conspira contra su padre. A pesar de la reconciliación final, la novela es muy pesimista, y muy crítica.


A partir de entonces, y hasta su muerte, Dickens no dejó de encadenar obras maestras y su popularidad no hizo sino crecer. En David Copperfield volvió al tema del niño huérfano que va de unos parientes a otros hasta que logra hacerse un hueco en la vida como escritor. Aparte de personajes inolvidables como la tía Peggoty o la extravagante familia Micawber, en David Copperfield Dickens volvió a su fórmula magistral: la crítica, el folletín y los buenos sentimientos. os transcribo el argumento de esta novela.

David, huérfano de padre, vive una breve infancia feliz con su madre, pero luego ella se casa con el señor Murdstone, un hombre cruel que no tarda en llevarla a la tumba. Privado de todo afecto, David sufre la experiencia en la escuela del tiránico maestro Creakle, siempre dispuesto a los castigos físicos. Entre sus compañeros, David hace amistad con Traddles y siente una admiración sin límites haca el fascinante Steerforth. Su padrastro le impone un trabajo degradante en un almacén de Londres donde David vive en la miseria. Su único consuelo lo constituyen el señor Micawber, un viajante de comercio sin suerte, y su familia. Sumido en la desesperación, David huye a pie a Dover, donde una pariente chiflada, su tía Betsi, acepta ocuparse de él. La primera preocupación de la anciana es atender a su educación, y por eso lo envía a Canterbury, a casa del abogado Wickfield, padre de Agnes, una joven dulce y bondadosa. David hace prácticas en un bufete de abogados y se reencuentra con Steerforth, su mito de la adolescencia, que actúa de un modo amoral antes de desaparecer trágicamente. Cuando David ya es cronista parlamentario (como lo fue el propio Dickens), se casa con Dora Splenlow y triunfa como escritor. Su mujer muere, y Dickens vuelve a Agnes, de quien descubre virtudes que antes no era capaz de valorar. Entretanto, Wickfield cae en las manos de Uriah Heep, su administrador, que lo arruina y pretende casarse con Agnaes. David, ayudado por Micawber y su antiguo compañero Traddles, desenmascara a Heep y termina casándose con Agnes.

Su siguiente obra maestra fue Casa desolada, la historia de Esther, huérfana, como tantos otros héroes de Dickens, que lucha por encontrar sus orígenes y salir adelante en la vida. Novela compleja (a veces narra Esther, a veces un narrador omnisciente), llena de personajes estrafalarios, unos medio lunáticos, otros condenados a malvivir por su buen corazón, no fue tan popular como David Copperfield pero desde luego es una de las mejores. A continuación os copio su famosísima primera página, una de las más célebres descripciones de Londres que se hayan escrito jamás.


Londres. Hace poco que ha terminado la temporada de San Miguel, y el Lord Canciller preside en su sala de Lincoln's Inn’s. Un tiempo implacable de noviembre. Tanto barro en las calles como si las aguas acabaran de retirarse de la faz de la Tierra y no fuera nada extraño encontrarse con un megalosaurio de unos 40 pies chapaleando como un lagarto gigantesco Colina de Holborn arriba. Humo que baja de los sombreretes de las chimeneas creando una llovizna negra y blanda con copos de hollín del tamaño de verdaderos copos de nieve, que cabría imaginar de luto por la muerte del sol. Perros, invisibles en el fango. Caballos, poco menos, enfangados hasta las anteojeras. Peatones que entrechocan sus paraguas, en una infección general de mal humor, que se resbalan en las esquinas, donde decenas de miles de otros peatones llevan resbalando y cayéndose desde que amaneció (si cupiera decir que ha amanecido) y añaden nuevos sedimentos a las costras superpuestas de barro, que en esos puntos se pega tenazmente al pavimento y se acumula a interés compuesto.
Niebla por todas partes. Niebla río arriba, por donde corre sucia entre las filas de barcos y las contaminaciones acuáticas de una ciudad enorme (y sucia). Niebla en los pantanos de Essex, niebla en los cerros de Kent. Niebla que se mete en las cabinas de los bergantines carboneros; niebla que cae sobre los astilleros y que se cierne sobre el aparejo de los grandes buques; niebla que cae sobre las bordas de las gabarras y los botes. Niebla en los ojos y las gargantas de ancianos retirados de Greenwich, que carraspean junto a las chimeneas en las salas de los hospitales; niebla en la boquilla y en la cazoleta de la pipa que se fuma por la tarde el patrón malhumorado, metido en su diminuto camarote; niebla que enfría cruelmente los dedos de los pies y de las manos del aprendiz que tirita en cubierta. Gentes que pasan por los puentes y miran por encima del parapeto el cielo bajo la niebla, todas rodeadas de niebla, como si estuvieran metidas en un globo, colgadas en medio de las nubes neblinosas.
Los faroles de gas crean confusas aureolas en medio de la niebla en diversas partes de. las ca- lles, como las que parecería crear el sol, visto desde los campos esponjosos, a ojos del pastor y el labrador. Casi todas las tiendas han encendido el alumbrado dos horas antes de lo normal, y el gas parece darse cuenta de ello, pues tiene un aspecto sombrío y renuente.
Donde más hosca está la tarde, y donde más densa está la niebla, y donde más embarradas están las calles, es junto a esa mole antigua y pesada, ornamento idóneo del umbral de una corporación antigua y pesada: Temple Bar. Y junto a Temple Bar, en Lincoln's Inn Hall, en el centro mismo de la niebla, está sentado el Lord Gran Canciller, en su Alto Tribunal de Cancillería.
Jamás podrá haber una niebla demasiado densa, jamás podrá haber un barro y un cieno tan espesos, como para concordar con la condición titubeante y dubitativa que ostenta hoy día este Alto Tribunal de Cancillería, el más pestilente de los pecadores empelucados que jamás hayan visto el Cielo y la Tierra.