jueves, 13 de octubre de 2011

40. Comedias de Aristófanes

Las ranas (405 a. C.).  Dionisos, dios del teatro, aquí representado como tímido y glotón, es un enamorado de Eurípides y quiere llevarlo de nuevo a la Tierra. Tras un coloquio con Heracles, ya experto en el viaje al Hades, se apresta a llevar a cabo su propósito en compañía de su esclavo Jantias. Una vez cruzado el río del infierno en la barca de Caronte y con el ensordecedor acompañamiento de un coro de ranas, llegan a los infiernos. Allí Esquilo y Eurípides se disputan el trono de la tragedia, teniendo a Dionisos por juez. Por más que Eurípides le parezca un gran sabio, Dionisos encuentra a Esquilo más convincente: pesados luego los versos de ambos con una balanza adecuada, el dios se decanta decisivamente por Esquilo. Las dos taberneras, el colérico portero de Plutón y el cordialísimo Plutón figuran entre los personajes que encuentran en el Hades.
Las nubes (423). Después de una noche de insomnio por las preocupaciones que le causan las deudas que ha contraído su hijo Fidípides, Estrepsíades decide tomar lecciones de sofística que le sean útiles para convencer a los más reacios de sus acreedores, Sócrates, quien vive muy cerca de allí, en su Pensatorio. Sócrates lo recibe colgado del techo en un cesto, y bajo los auspicios de las Nubes, las nuevas diosas de los sofistas, comienzan las lecciones; pero los resultados son tan mediocres que Estrepsíades es expulsado de la escuela. Las Nubes entonces le aconsejan que su hijo ocupe su puesto en la escuela. Después de un rápido aprendizaje, Fidípides sale un alumno tan aventajado que consigue alejar a sus acreedores. Sin embargo, poco después la emprende a palos con su padre, a quien le demuestra con la mism destreza dialéctica que lo hace por su propio bien. Estrepsíades, arrepentido de haber pedido ayuda a las Nubes, pide a Hermes que lo inspire, derriba con sus esclavos el Pensatorio, y le prende fuego.
Las avispas (422). El motivo conductor de la comedia es la polémica contra el demagogo Cleón, entonces en el poder. Filocleón es un viejo sediento de pleitos judiciales que preside como juez. Su hijo Bdlycleón, tras haber tratado por todos los medios de impedir que su padre participe en el diario sorteo de los jueces, lo convence para que haga de juez en su propia casa, y para ello le prepara en seguida un proceso: el perro del demos de Citadene acusa a Labes, perro del demos de Exone, de haber robado queso siciliano (una alusión al proceso contra la hechicera Laques). Bdlycleón enternece a su padre mostrándole los cachorros del acusado y a la fuerza le arranca la absolución. Pero el viejo está todo menos convencido de ello. La comedia concluye con un banquete en el que Filocleón se exhibe en una danza grotesca. Las avispas son sus semejantes que acuden en tropel a los tribunales.
Lisístrata (411). La ateniense Lisístrata ha convencido a las mujeres de Atenas, Esparta, Corinto y Beocia, cansadas todas ellas de las continuas guerras, para que se nieguen a mantener relaciones sexuales con sus maridos mientras estos no logren la consección de la paz. Las mjeres atenienses, encabezadas por Lisístrata, han bloqueado la entrada de la Acrópolis y el acceso al tesoro que allí se halla custodiado. Rechazan los ataques de un grupo de ancianos y de un amenazante mandatario, pero la habilidad y la firmeza de Lisístrata corren el riesgo de resultar inútiles debido a la sensibilidad demostrada por las mujeres delante de las carantoñas de sus esposos. Sin embargo, finalmente, son los hombres los que se ven obligados a ceder. Conseguida la paz, es celebrada con un festín la reconciliación de los helenos. Entre las vivaces protagonistas cabe destacar a la espartana Lampito y a Mirrina.
La asamblea de las mujeres (392). Las mujeres de Atenas, con Praxágora, mujer de Blepiro, a la cabeza, disfrazadas con las ropas de sus maridos, ocupan la asamblea hasta el amanecer, dejando pocos puestos para los hombres, que se han despertado tarde. Poco después, el vecino Cremete cuenta a Blepiro que unos desconocidos ciudadanos, pálidos como unos andrajosos, han confiado el gobierno de la ciudad a las mujeres. Con el nuevo gobierno, explica luego Praxágora a Blepiro, todo estará bajo el régimen de la comunidad de bienes, tanto dinero como enseres y mujeres. Es más, para evitar desigualdades, antes de poseer a una mujer bella un hombre deberá yacer con una vieja o una fea. Y para las mujeres un viejo deberá valer tanto como un apuesto joven. La disputa entre tres horribles viejas por la posesión de un jovenzuelo venido a visitar a su enamorada muestra poco después las virtudes y los defectos del régimen. La celebración de un fantástico banquete pone punto final a la obra.