domingo, 2 de octubre de 2011

32. Antropología

Sé que los persas observan los siguientes usos: no acostumbran erigir estatuas, ni templos, ni altares y tienen por insensatos a los que lo hacen; porque, a mi juicio, no piensan como los griegos que los dioses tengan figura humana. Acostumbran hacer sacrificios a Zeus, llamando así a todo el ámbito del cielo; subidos a los montes más altos sacrifican también al sol, a la luna, a la tierra, al agua y a los vientos, éstos son los únicos dioses a los que sacrifican desde un comienzo; pero después han aprendido de los asirios y de los árabes a sacrificar a Afrodita Urania; a Afrodita los asirios la llaman Milita, los árabes Alilat y los persas Mitra.
Sacrifican los persas a los dioses indicados del modo siguiente; no levantan altares ni encienden fuego cuando se disponen a sacrificar, ni emplean libaciones, ni flautas, ni coronas, ni granos de cebada. Cuando alguien quiere sacrificar a cualquiera de estos dioses, conduce la res a un lugar puro, y llevando la tiara ceñida las más veces con mirto, invoca al dios; no le está permitido al que sacrifica implorar bienes en particular para sí mismo; se ruega por la dicha de todos los persas y del rey, porque en el número de los persas está comprendido él mismo. Después de cortar la carne, hace un lecho de la hierba más suave, y especialmente de trébol, y pone sobre él todas las carnes. Una vez que las ha colocado, un mago entona allí una teogonía ­tal, según dicen, es el canto­ pues su usanza es no hacer sacrificios si no hay un mago. Después de unos instantes, se lleva el sacrificante la carne, y hace de ella lo que le agrada. Acostumbran a celebrar de preferencia a todos el día del nacimiento. En ese día creen justo servir una comida más abundante que en los otros; los ricos sirven un buey, un caballo, un camello y un asno enteros asados en el horno, y los pobres sirven reses menores. Usan pocos platos fuertes, pero sí muchos postres, y no juntos. Por eso dicen los persas que los griegos, cuando están comiendo se levantan con hambre, puesto que, después de la comida nada se sirve que merezca la pena, pero si se sirviera no dejarían de comer. Son muy aficionados al vino. No está permitido vomitar ni orinar delante de otro.
Ésas, pues, son las normas que observan. Acostumbran deliberar sobre los negocios más grandes cuando están borrachos. Lo que entonces les parece bien lo proponen al día siguiente, cuando están sobrios, al amo de la casa en que están deliberando, y si lo acordado también les parece bien cuando sobrios, lo ponen en ejecución; y si no, lo desechan. Y lo que hubieran resuelto estando sobrios, lo deciden de nuevo hallándose borrachos. Cuando se encuentran dos por los caminos, puede conocerse si son de una misma clase los que se encuentran por esto: en lugar de saludarse de palabra, se besan en la boca; si el uno de ellos fuese de condición algo inferior, se besan en la mejilla; pero si el uno fuese mucho menos noble, se postra y referencia al otro. Estiman entre todos, después de ellos mismos, a los que viven más cerca; en segundo lugar, a los que siguen a éstos; y después proporcionalmente a medida que se alejan, y tienen en el más bajo concepto a los que viven más lejos de ellos; creen ser ellos mismos, con mucho, los hombres más excelentes del mundo en todo sentido, y que los demás participan de virtud en la proporción dicha, siendo los peores los que viven más lejos de ellos. Cuando dominaban los medos, unos pueblos mandaban a los otros; y los medos mandaban sobre todos y sobre los que vivían más cerca; éstos a su vez sobre los limítrofes; éstos sobre sus vecinos inmediatos, en la misma proporción que observan los persas; pues así cada pueblo a medida que se alejaba, dependía del uno y mandaba al otro. De todos los hombres los persas son los que más adoptaron las costumbres extranjeras. En efecto, llevan el traje medo, teniéndolo por más hermoso que el suyo, y para la guerra el peto egipcio; se entregan a toda clase de deleites que llegan a su noticia; y así de los griegos aprendieron a tener amores con muchachos. Cada cual toma muchas esposas legítimas y mantiene muchas más concubinas. El mérito de un persa, después del valor militar, consiste en tener muchos hijos; y todos los años el rey envía regalos al que presenta más, porque consideran que la continuidad hace fuerza. Enseñan a sus hijos, desde los cinco hasta los veinte años, sólo tres cosas: montar a caballo, tirar al arco y decir la verdad. El niño no se presenta a la vista de su padre entes de tener cinco años, vive entre las mujeres de la casa; y esto se hace con la mira de que, si el niño muriese durante su crianza, ningún disgusto cause a su padre. Alabo, en verdad, esa costumbre, y alabo también, en verdad, esta otra: por una sola falta, ni el mismo rey impone la pena de muerte, ni otro alguno de los persas castiga a sus familiares con pena irreparable por una sola falta, sino que, si después de calcular halla que los delitos son más y mayores que los servicios, cede a su cólera. Dicen que nadie hasta ahora ha dado muerte a su padre ni a su2
madre, y que cuantas veces sucedió tal cosa si se la hubiese investigado resultaría de toda necesidad que los hijos eran supuestos o adulterinos; porque, afirman, no es verosímil que los verdaderos padres mueran a manos de su propio hijo. Lo que entre ellos no es lícito hacer, tampoco es lícito decirlo. Tienen por la mayor infamia el mentir; y en segundo término, contraer deudas, por muchas razones, y principalmente porque dicen que necesariamente ha de ser mentiroso el que esté adeudado. El ciudadano que tuviese lepra o albarazos, no se acerca a la ciudad ni tiene comunicación con los otros persas, y dicen que tiene ese mal por haber pecado contra el sol. A todo extranjero que lo padece le echan del país, y también a las palomas blancas, alegando el mismo motivo. En los ríos ni orinan ni escupen, ni se lavan las manos en ellos, ni permiten que nadie lo haga, antes los veneran en extremo. Otra cosa les acontece que se les ha escapado a los persas, pero no a mí: los nombres corresponden a las personas y sus nobles prendas, y terminan todos con una misma letra, que es la que los dorios llaman san y los jonios sigma. Si lo averiguas, hallarás que todos los nombres de los persas y no unos sí y otros no, acaban de la misma manera. 

Heródoto de Halicarnaso, Historias