martes, 13 de diciembre de 2011

Como una rosa


Mercucio. ¡ay, pobre Romeo! ¡Ya está muerto! Apuñalado por los ojos negros de una blanca muchacha; traspasado de oído a oído por una canción de amor; con el corazón partido en su misma diana por la flecha del ciego niño arquero: ¿y va a ser hombre para enfrentarse con Tebaldo?
Benvolio. ¡Bah! ¿Qué es Tebaldo?
Mercucio. Más que el príncipe de los gatos, puedo decirte. Ah, es el valiente capitán de las perfecciones. Lucha como tú cantarías una partitura; lleva el compás, la distancia y la proporción: te hace una pausa de mínima: una, dos, y el tres en tu pecho: el auténtico matarife de los botones de seda, un duelista, un duelista; un caballero de la primerísima escuela, de la primera y segunda causa. ¡Ah, la inmortal pasada! ¡Los grados del perfil! ¡El “tocado”!
Benvolio. ¿El qué?
Mercucio. ¡La peste de esos fantásticos grotescos, balbucientes y afectados, esos nuevos entonadores de acentos! “¡Por Jesucristo, una excelente hoja: un hombre de buen talle; una estupenda puta!” Vaya, ¿no es cosa lamentable, abuelo mío, que estemos tan afligidos con estas moscas impertinentes, estos lanzadores de modas, estos pardonnez-moi, que se asientan tanto en las nuevas formas que no pueden estar cómodos en sus antiguos bancos? ¡Ah, sus bons, ah sus bons!
Entra Romeo
Benvolio. Aquí viene Romeo, aquí viene Romeo.
Mercucio. Sin las huevas, como un arenque seco. ¡Ah carne, carne, cómo estás de pescadeada! Ahora se ha dado a la métrica en que manó Petrarca: Laura, al lado de su amada, era una fregona: pardiez, aquella tuvo un amante mejor para ponerla en rima; Dido, muy dudosa; Cleopatra, una gitana; Helena y Hero, bribonas y rameras; Tisbe, ojos garzos, o algo así, pero no servía para el caso. Signor Romeo, bon jour! Ahí tienes un saludo francés para tus bragas a la francesa. Anoche nos diste lindamente moneda falsa.
Romeo. Buenos días a los dos. ¿Qué moneda falsa os di?
Mercucio. El esquinazo, hombre, el esquinazo: ¿no entiendes?
Romeo. Perdón, buen Mercucio: tenía un asunto importante; y en caso tal como el mío, uno puede apurar la cortesía.
Mercucio. Es como decir que un caso como el tuyo obliga a uno a inclinarse por las corvas.
Romeo. Esto es, para hacer una reverencia.
Mercucio. Has acertado amablemente.
Romeo. Una interpretación muy cortés.
Mercucio. Claro, soy la misma flor de la cortesía.
Romeo. Como una rosa.
Mercucio. Eso es.