lunes, 9 de enero de 2012

En la muerte de John Keats



I


Murió Adonais y por su muerte lloro.
Llorad por Adonais, aunque las lágrimas
no deshagan la escarcha que les cubre.
Y tú, su hora fatal, la que, entre todas,
fuiste elegida para nuestro daño,
despierta a tus oscuras compañeras,
muéstrales tu tristeza y di: conmigo
murió Adonais, y en tanto que el futuro
a olvidar al pasado no se atreva,
perdurarán su fama y su destino
como una luz y un eco eternamente.



II

Oh poderosa madre, ¿dónde estabas
cuando él murió, cuando cayó tu hijo
bajo las flechas que lo oscuro cruzan?
¿En dónde estaba la perdida Urania,
cuando él murió?... Con sus velados ojos
permanecía atenta entre los Ecos,
allá en su Edén… De nuevo vida daba
alguien, con suave y amoroso aliento,
a todas las marchitas melodías,
con las que, como flores que se mofan
del sepulto cadáver, adornaba
el futuro volumen de la muerte.





III

Llora por Adonais puesto que ha muerto.
Oh madre melancólica, despierta,
despierta y vela y llora todavía.
Apaga cerca de su ardiente lecho
tus encendidas lágrimas y deja
que tu clamante corazón, lo mismo
que el suyo, guarde un impasible sueño.
El cayó ya en el hueco a donde todo
cuanto hermoso y noble descendiera.
No sueñes, ay, que el amoroso abismo
te lo devuelva al aire de la vida.
Su muda voz la devoró la muerte,
que ahora se ríe al vernos sin consuelo.



LIV


Esa luz que ilumina el Universo
con su sonrisa, esa Belleza siempre
inagotable que circula en todos
los seres, esa Gracia que no extingue
la oscura maldición del nacimiento,
ese Amor perdurable que traspasa
con su luciente o turbio ardor la tela
de la existencia, urdida ciegamente
por hombres, animales, vientos, tierra
y mar –espejos todos del gran fuego
que en un total anhelo los enciende-,
ahora destella sobre mí y consum
de la mortalidad la última niebla.



LV


El poderoso aliento que he invocdo
en este canto, sobre mí desciende.
La barca de mi espíritu es llevada
a gran distancia de la orilla, lejos
del miedoso tropel cuyos navíos
jamás la vela a la tormenta dieron.
Se resquebajan la maciza tierra
y los redondos cielos. Soy raptado
a una temible lejanía oscura…
Mientras el alma de Adonais, que arde
como un astro, a través del postrer velo
del firmamento, brilla y me ilumina
desde la estancia de los Inmortales.

P. B. Shelley, Adonais (fragmentos del principio y el final)