viernes, 5 de junio de 2020

Baudelaire, El albatros


El albatros

Por distraerse, a veces, suelen los marineros
Dar caza a los albatros, grandes aves del mar,
Que siguen, indolentes compañeros de viaje,
Al navío surcando los amargos abismos.

Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
Estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
Dejan penosamente arrastrando las alas,
Sus grandes alas blancas semejantes a remos.

Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
Aquél, mima cojeando al planeador inválido!

El Poeta es igual a este señor del nublo,
Que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
Sus alas de gigante le impiden caminar.


Este poema de Charles Baudelaire se suele poner como ejemplo de artista moderno, de dandy, aquel que va contra las convenciones y es víctima de su propia diferencia. Mientras surca los amargos abismos, es indolente y majestuoso, bello. El artista está por encima del ciudadano normal, tan lejos de él como de la misma tierra, y surca con su arte los territorios prohibidos, lo que está vedado al común de los mortales. Llega al fondo de las cosas, a lo sublime y a lo tenebroso. Bebe la vida, como diría Valle-Inclán, hasta el fondo del vaso, y lo hace sin ninguna de las virtudes que adornan al hombre eficiente. Es indolente, sufre hastío, lo que Baudelaire llamaba spleen, que es una forma de insatisfacción general, de asco por un mundo que no se rige por las normas de la belleza sino de lo útil. El Poeta es, pues, señor del nublo, su reino está en lo que los demás no pueden conocer ni tampoco disfrutar, y desde las alturas se ríe de los vulgares marineros que se protegen de la tormenta mientras él vive en ella, y de los ballesteros, cazadores que le apuntan con sus armas porque desprecian su grandiosidad.
Sin embargo, cuando este señor del nublo pisa tierra, cuando tiene que lidiar con los mortales en un ámbito que no es el suyo, cuando los marineros, los mortales, se hacen con ellos, los cazan, los albatros resultan torpes y avergonzados, no saben qué hacer en esa vida real, con esa gente real. Sus sensibilidad, su hermosura se arrastra entre ellos, que lo ven, a su altura, como un esperpento,  feo y grotesco. Y se ensañan con él, abusan de él, se burlan (mima) de su incapacidad para soportar el mundo de los sádicos hombres que lo habitan. Está exiliado en la tierra, vive en un mundo que no es su lugar, y sus mismos celestiales atributos, sus alas de gigante son las que le impiden adaptarse a la vida de quienes lo desprecian y lo humillan.

El Poeta solo vive intensamente en los cielos del arte, en las elevadas esferas de la belleza. Recordad a Keats, quería huir, transformarse en ruiseñor, ver el mundo desde las ramas, escondido, del mismo modo que este albatros se protege en las alturas de la mezquindad de la vida. En este caso, sin embargo, hay algo de malditismo, de exhibicionismo de esta incapacidad, de fracaso profundo como forma de vida. Es el hastío, heredado del Romanticismo, integrado en la vida del Poeta, que es artista en todas las circunstancias de la vida, no solo cuando pinta o escribe. El artista moderno está más allá pero vive más acá, desprecia la misma vida en la que se enseñorea como ser diferente. Sufre los dardos de los bienpensantes, de los morales, de los reprimidos, pero los necesita como contraste porque para él la provocación es una forma de vida. A veces cazan, pero esto no es exacto. El artista vive en un mundo en el que, malgré lui, está preso de la monotonía, de la vulgaridad, contra la que lucha, a la que espanta y por la que se siente deseado.